En los últimos años el relato breve en nuestro idioma ha
experimentado un crecimiento descomunal e imparable. El cuento está
en alza y, en gran medida, se debe a la apuesta valiente de
editoriales que durante años han demostrado pasión y fe en este
género, aupándolo con entusiasmo hacia cotas de aceptación sin
precedentes y al gusto de un público lector afectado de cierto
cansancio de tanta novela. El impulso de estos sellos ha propiciado
que hayan florecido más certámenes de relatos y cuentos y, a su
vez, han favorecido que muchos escritores vuelvan a su territorio, al
poder persuasivo e impactante que, por naturaleza propia, tiene esta
narrativa tan exigente y precisa.
Algunos
debuts recientes en este género narrativo han sobrepasado las
previsiones editoriales y se han convertido en un auténtico
acontecimiento literario de gran atención por parte de la crítica
que han generado igual curiosidad en un público lector cada vez más
inclinado al género breve. Libros como La
acústica de los iglús
(Caballo de Troya, 2016), de Almudena
Sánchez
o La
condición animal
(Páginas de espuma, 2016), de Valeria
Correa Fiz,
son dos ejemplos notorios de este fenómeno sobresaliente entre un
público, cada vez con más prisas, ávido de leer buenas historias
y, por ende, predispuesto a dejarse seducir por otro formato más
ligero, pero a la vez que le exija una participación reflexiva con
mayor prontitud que la novela.
Casi
simultáneamente al éxito de las ediciones anteriores, en octubre de
2016, la periodista, editora y bloguera Laura
Ferrero
(Barcelona, 1984) irrumpe con Piscinas
vacías,
su primer libro de relatos, que a diferencia de los ya mencionados,
ha tenido una trayectoria muy particular e insólita en su
publicación: primero vio la luz en formato digital con gran eco,
después pasó a papel impreso en autoedición y, por último, el
sello Alfaguara lo lanzó de forma masiva a los escaparates de las
librerías.
Ferrero
ha escrito unos relatos con muchos contrastes y tonos. En Estación
de tren,
el primero de ellos nos presenta una historia narrada en segunda
persona, una voz imperativa que propone asumir errores y cerrar
capítulo a una relación imposible. El resto de los relatos alternan
entre dos voces: diecisiete historias contadas en primera persona y
las ocho restantes en tercera persona. Sofía,
una de las mejores piezas, es una hermosa y conmovedora historia de
amor sobre una hija no nacida. En La
casa más vacía del mundo,
la pena y el dolor por la pérdida de una esposa y madre inunda la
casa de un padre y un hijo desconsolados. En Después
de la lluvia,
el miedo a la enfermedad todo lo trasmuta, pero el amor resiste. En
El
rastro de los caracoles,
una mujer evoca su infancia sobre aquellas cosas desechadas que
dejaron de cumplir su función. Todas son historias, en definitiva,
sencillas, nacidas o malnacidas en el seno del hogar.
En
los relatos de Piscinas
vacías
transita gente sumida en insomnios, en imposibilidades, gente
inquieta y atragantada en su realidad cotidiana sin que lo sepan los
otros personajes y en los que lo importante son los estados de
conciencia de los seres que desfilan por sus páginas.
En
este libro el lector no encontrará explicaciones ni porqués a las
historias que se cuentan, como ya nos advierte la autora, y tampoco
certezas. Aquí solo hallaremos interrogantes y dudas, silencios e
incontables inseguridades, y mucha inquietud con ciertas verdades.
Los relatos están repletos de detalles, escenas cotidianas que les
ocurren a la gente corriente, hombres, mujeres, niños y parejas que
arrastran sus silencios y desatinos para mostrarnos la inutilidad de
sus pérdidas, sus miedos y sus soledades, como las que revela el
título de uno de los cuentos que pone nombre al libro, Piscinas
vacías,
una metáfora de la deriva de las cosas.
Aún así, los seres que habitan este libro son criaturas interesadas
en cambiar la deriva de las cosas, que no sucumben pese a las
contrariedades de los hechos. No son héroes, ni gente
extraordinaria. Se parecen mucho a nosotros, y mediante los cuales la
autora viene a decirnos que, ante los atascos e imprevistos que nos
suceden en la vida cotidiana, es mejor no tocar nada y dejar pasar el
tiempo. A veces, la inutilidad de arreglar lo que sea es, en sí
mismo, una solución a muchos males de la realidad de nuestra
existencia.
Piscinas
vacías
es un meritorio libro de relatos, de prosa transparente y escueta, un
buen compendio de historias verosímiles que bucean en el misterio de
la vida, sin sentimentalismos, pero cuya llaneza nos aproxima al
lugar y al momento donde se produce el contexto de cada suceso o la
deriva de lo inevitable. Otro debut prometedor que viene a constatar
que las cosas que nos suceden cada día son más literarias de lo que
se piensa.
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