Todas estas resonancias han hecho que su obra literaria se asiente en un discurrir de preferencia en el que la intensidad expresiva de lo breve se imponga a cualquier tentación de largas divagaciones o inventario retórico sobre conceptos prolijos. Lo maravilloso que tiene esa predisposición suya es que el fogonazo que lo produce llega sintetizado por una extraordinaria economía lingüística y, ahí, en ese espacio delimitado, es donde mejor encuentra acomodo Sánchez Menéndez para sus epifanías, perplejidades y paradojas, como forma útil para decir lo que le parece y convertirlo en motivo jugoso de reflexión evocadora.
Mundo intermedio (Trea, 2021) se convierte en su sexta entrega aforística, un libro que continúa la senda fecunda de sus anteriores publicaciones: Artilugios 2017), La alegría de lo imperfecto (2017), Concepto (2019), Ética para mediocres (2020) y Para una teoría del aforismo (2020), pero, en esta ocasión, ciñéndose con más determinación e interés en captar esa idea sobre la realidad moral de todo aquello que de siempre creíamos saber y hoy por hoy deja paso a la duda o a un replanteamiento de otra posibilidad no captada anteriormente. Así viene a decírnoslo en el primer aforismo con el que arranca el libro: “Todas las verdades nos resultan elocuentes en el inicio de su necesidad. Después pierden su eficacia”.
En este nuevo volumen nos encontramos con más de doscientos cincuenta breverías dispuestas en ocho cuadernos, en los que se aglutinan sentencias, reflexiones, notas y proposiciones lacónicas que transcurren por ese estrecho hilo del presente. Cada una de ellas inicia su camino, precedida de una cita de uno o más escritores próximos a las lecturas del autor, como por ejemplo: Lichtenberg, C.S. Lewis, George Orwell, Ezra Pound, Martin Heidegger, Ovidio, Tolstoi o el mismo Homero. A Sánchez Menéndez le gusta dar a conocer al lector sus preferencias literarias. No le importa reflejarlo en sus aforismos, es más, lo propicia. Le importa cotejar sus coincidencias o reparos, sus reflexiones, sus conceptos o artilugios, como a él le gusta llamarlos, para decantar ideas que llegan del asombro, de la belleza, de una visión sosegada con cierto aire de melancolía, y contrastarlas con su propia observación de la realidad del mundo, sin conformarse con menos.
Sus aforismos, por tanto, se presentan como enunciados autosuficientes y autónomos que apelan al lector, exigiendo que este, como es propio del género, se involucre en una lectura participativa, a través del valor que suscita la frase, desde el propio pensamiento o paradoja que la sostiene, para convertirla en piedra de toque, como así se hace ver en estos tres ejemplos en los que se da cuenta del juego de la vida como pasatiempo sin que por ello se ajuste a reglas o a verdades absolutas: “La vida es una partida de ajedrez donde somos incapaces de ver el juego. Siempre estamos perdidos y sin ventajas”; “Nos siguen escondiendo la verdad. Nos hemos convertido en topos gregarios”; “Responder con una pregunta, dudar con otra, vivir con cientos de dudas”.
Los aforismos de Mundo intermedio poseen ese carácter provocativo e indagatorio, marca de la casa, que asaltan, que cuestionan e, incluso, que obligan al lector a pararse a pensar, a polemizar con muchas de sus certezas, a reparar de nuevo en la palabra que antes se detuvo para volver con algo de más luz, para entenderse y echar cuenta de lo que pasa dentro y fuera de sí mismo. Leer a Sánchez Menéndez es siempre un ejercicio no solo de descubrimiento sino de autodescubrimiento.