martes, 30 de agosto de 2016

Europa en guerra

El 28 de julio de 1914, después del asesinato del archiduque Francisco Fernando, el Imperio Austro-Húngaro le declara la guerra a Serbia. Rusia, defensora de los países eslavos, se alía con Serbia. En consecuencia, el 1 de agosto, Alemania ingresa en el conflicto contra Rusia, que tiene a Francia e Inglaterra como aliados. Los extraños engranajes de estas alianzas de las potencias mundiales conducirán a las naciones a sangrientos ultimátum que acabarán, como sabemos, en una espantosa y cruel guerra en Europa.

La guerra no es un accidente: es un resultado. Nunca se mira demasiado atrás para indagar sus causas. “Ha habido tantas plagas como guerras –decía Albert Camus en su novela La peste–; pero tanto las guerras como las plagas siempre toman por sorpresa a la gente”. Al escritor francés Jean Echenoz le bastaron noventa y ocho páginas en 14, una de sus últimas novelas, para rastrear cuatro años de conflicto y condensar en un relato conmovedor lo que supuso, entre tanta pólvora y muerte, aquella contienda estúpida, que se inició en 1914.

La editorial Fórcola rescata para su Colección Siglo XX las crónicas seriadas, publicadas por Rudyard Kipling (Bombay, 1865 – Londres, 1936) en el rotativo inglés Daily Telegraph, una colaboración propagandística surgida como adhesión firme del escritor a la Administración británica ante la amenaza arrogante alemana, desde las trincheras francesas y desde las altas montañas italianas.

Crónicas de la Primera Guerras Mundial resume el clima y también el escenario de una contienda desde el lado de los aliados, que resisten los embates del ejército alemán, de la mano de un prestigioso escritor, ejerciendo de corresponsal de guerra. En cada artículo, todo tiene sentido y resonancia, y así, en cada reportaje Kipling se esfuerza por desplegar todos los recursos de su talento y de su fama para fortalecer la moral de los combatientes en el frente. A él, un hombre de otra generación, que había vivido unos tiempos en que la guerra era también una aventura y el imperio un destino, nadie tenía que convencerle de que del lado de la comunicación también se combate y se ganan guerras. Tuvo que sobreponerse a la desgracia de perder a sus dos hijos, especialmente a John, muerto en 1915 en el campo de batalla francés de Loos, y al que animó a alistarse en el Ejército británico para luchar contra la perfidia teutona. Estas circunstancias adversas lo impulsaron a escribir con mucho dolor aquellos versos tremendos que todavía perviven en la memoria histórica: “Si alguien pregunta por qué hemos muerto, / decidle que porque nos mintieron nuestros padres”.

El libro está estructurado en dos partes: Francia en guerra (1915) y La guerra en las montañas (1917), dos escenarios equidistantes en el tiempo y en el espacio, por donde se despliega la voz atemperada de Kipling, que se ciñe a extraer de aquellos infiernos el espíritu moral y combativo de los soldados, más que a relatar los episodios dramáticos y encarnizados que se suceden en los barracones con el estallido de las bombas enemigas.

Una de las virtudes salvadoras –subraya Ignacio Peyró en el excelente prólogo del libro– que encuentra Orwell en el carácter de Kipling es el “sentido de la responsabilidad” que adoptó sin ambages como principio rector de su presencia pública. Así que, llegada la hora de la Gran Guerra, esa oportunidad iba a transformarse en compromiso, y a ello se dedicó con empeño y entrega, pero también hostigado por un fuerte sentimiento de culpa, que le duró hasta sus últimos días, a causa del fatídico final de su hijo.

Estas crónicas, traducidas bajo el cuidado de Amelia Pérez de Villar, no responden al entusiasmo literario de un hombre de letras, sino a un compromiso moral de un afamado escritor dispuesto a salvaguardar los valores supranacionales en los que cree. La vida de Kipling se divide en dos actos, viene a decirnos la voz autorizada de Alberto Manguel: el primero, brevísimo, ocupa los primeros seis años de su infancia; el segundo se extiende hasta su muerte, en 1936.

Crónicas de la Primera Guerra Mundial es otra vertiente de ese período amplio y exitoso en la carrera artística de Rudyard Kipling, la del reportaje, que está en sintonía con el mérito literario del conjunto de su obra, basado en la concisión, la sutil manera de contar y esa manera tan genuina suya de expresar sus pensamientos con esa generosidad impagable que permite al lector sentirse incluso hasta más inteligente que el autor.

La obra del creador de El hombre que pudo reinar ha tenido variada fortuna: exaltada en su juventud, criticada después de su muerte, ignorada durante varias décadas, y siempre expectante, aguarda pacientemente dar entrada a un mayor número de lectores.

La historia personal, la trayectoria política de todo escritor de tanta proyección literaria como la que él gozó en vida, suele otorgarle al personaje público que representa cierta calidad infame o heroica. Los libros, en cambio, se ocuparán de salvaguardar su fama.


miércoles, 24 de agosto de 2016

Literatura para caníbales

Cada obra de imaginación literaria genera su propia verdad que no tiene por qué coincidir con la de curso legal por la que transitamos a diario. Los libros no enseñan a vivir, tan solo se aproximan a la exigencia de la vida. La obligación de las novelas es enseñarnos a soñar con otras cosas, ser ámbitos de libertad en donde se entra y se sale con absoluta independencia. Lo que debemos pedirles es que exploren por nosotros todos los universos estéticos y morales posibles.

Para llegar a sentir lo que la literatura tiene de experiencia personal de la vida, muchos lectores han tenido que olvidarse de todo lo que tenían de obligatorio aquellos primeros libros que hablaban de la historia de la literatura y que tanto contribuyeron a su formación literaria posterior, así como en que encuentren criterio propio a la hora de afrontar cualquier lectura.

Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) es uno de ellos. Con sus Señales de humo (Tusquets, 2016), un manual en forma de novela, o novela en forma de manual, viene a dinamitar algunos momentos estelares de la historia de la literatura castellana, poniendo mecha a algunos actores y obras de aquella versión escolástica de entonces. Ahora, con este nuevo Manual de literatura para caníbales, el escritor asturiano viene a confirmar que es tiempo de buscar un texto alternativo que narre a la vez las consecuencias de una concepción de la literatura que sea inseparable de la lectura crítica, desde la propia noción de la literatura, desde la óptica de los que la escriben, así como desde la propia naturaleza intelectual que encierran sus mitos.

El narrador y protagonista de la historia es un catedrático de literatura extravagante y lunático, que anda recluido en un sanatorio mental desde donde construye sus peripecias para viajar en el tiempo desde el medievo europeo hasta el Siglo de Oro español, para conocer a reyes y escritores, recordando sus animosas clases del instituto. Martín Belinchón, trasunto del profesor Rafael Reig, vive sus escapadas de manera animosa y radical. Sostiene que la historia de la literatura se corresponde también con esa dialéctica de lucha de clases entre la cultura popular y la alta cultura: “Clerecía contra juglares, poetas de corte y poetas de calle, auctores y anónimos, cronistas y bufones, intelectuales y cómicos de la lengua, académicos galardonados y novelistas sin suerte” (sic).

En Señales de humo hay un despliegue imaginativo e ingenioso por el bosque de la literatura española en un ejercicio erudito de espeleología creativa y crítica, que va recorriendo las diferentes obras clásicas, desde las jarchas mozárabes, El libro de Buen Amor, La Celestina y El Lazarillo, hasta Cervantes y Lope de Vega, los dos representantes más ilustres y controvertidos de las letras españolas de todo el Siglo de Oro. Viene a decirnos Reig, por boca de su desvalido y entusiasta profesor, que la literatura española no comenzó como otras con un descomunal poema épico nacional, sino con seres abandonados al romance amoroso y al disfrute carnal que se citaban en las afueras de las casas, ocultos en la penumbra.

Uno de los riesgos asumidos por Reig en este libro es que, convertir la Historia de la Literatura en una novela, llamémosla de tesis, acarrea sus problemas y sus consecuencias. El maniqueísmo entre los buenos y los malos es una de ellas. La dialéctica expuesta entre autores populares, como el francés Francois Villon, y autores solemnes, como el italiano Petrarca, a los que dedica extensos e interesantes capítulos, resulta, al menos, paradójica e incluso manipuladora. Pero está claro que en esa polémica, ya tradicional, que genera lo popular y lo culto es donde verdaderamente radica la gracia y el interés de esta chispeante obra.

Señales de humo es una novela apasionada y heterodoxa, un buen libro, erudito y, sobre todo, provocador, que destila humor y tradición, al mismo tiempo que espíritu crítico, que desafía a cualquier canon oficial desconsiderado con la literatura popular, y que viene a decirnos que un libro clásico solo lo es cuando trata de nosotros, los que lo leemos siglos después.

Rafael Reig nos entrega una estupenda novela, fresca, combativa, sarcástica y ambiciosa, que defiende un posicionamiento radical en lo político y lo estético frente a la historia de la literatura que, a su vez, tiene correspondencia con la pasión irreductible que volcamos sobre los libros y la responsabilidad crítica a la hora de interpretarlos.



viernes, 19 de agosto de 2016

La ciudad de las bombas

En el manifiesto de Hambre de realidad (Círculo de Tiza, 2015), el ensayista norteamericano David Shields nos dice que los escritores de no-ficción imaginan, los de ficción inventan. A diferencia del lector de ficción –continúa el californiano–, cuya única tarea es imaginar, el de no-ficción tiene que ir más hondo: imaginar y además creer. La ficción no obliga a sus lectores a creer, pero sí parece insinuarnos una pregunta retórica: ¿Y si esto pasara? En cambio, los buenos libros de no-ficción, como este que traemos a esta bitácora de lecturas, nos ofrecen una afirmación más compleja, que viene a decirnos, que lo que estamos leyendo ha podido suceder así.

Todo lo que pasa en Apóstoles y asesinos (Galaxia Gutenberg, 2016), el último libro del novelista Antonio Soler (Málaga, 1956), está basado en una exhaustiva documentación histórica que nos traslada a unos años negros, cruentos y conflictivos en la ciudad de la bombas, como se le conocía a la Barcelona industrial de las primeras décadas del siglo pasado, asistiendo estupefactos, como espectadores, a una época mitificada del anarquismo en la que la violencia y la amargura social perfilaban el verdadero telón de fondo de sus habitantes.

La verdad, en un volumen denso e inclasificable como este, entre la crónica novelada, la novela histórica y el relato de no-ficción, no se consigue enumerando sucesos acaecidos en un contexto determinado, sino que se logra cuando el lector alcanza la convicción de que el escritor hace todo lo posible por implicarse con lo que nos cuenta, sin ponerse del lado de sus actores. No importa qué les haya ocurrido a los personajes que atraviesan las páginas del libro, lo que importa es el sentido amplio que el autor le da a lo sucedido. Para ello hace falta no solo imaginación y talento literario, los que no le faltan a Soler, sino solvencia, audacia y sobriedad de estilo, como pone bien a prueba el autor de Las bailarinas muertas (1996), cuando narra la vida, encumbramiento y muerte posterior del héroe de su novela.

Apóstoles y asesinos es un libro amplio e intenso que aborda la fascinante y trágica vida de Salvador Seguí, El Noi del Sucre, un hombre apasionado del anarquismo que más pronto que tarde será traicionado. Autodidacta formado en los cafés anarquistas, Seguí era un devoto de Nietzsche, pero también un buscavidas instintivo de las calles, que conocía el hastío de las capas más desfavorecidas de la ciudad y la necesidad de conquistas concretas para la clase trabajadora. Predicaba procedimientos moderados, lo mismo que Ángel Pestaña. Su fuerza oratoria le valía para convencer a los congresistas obreros de que los procedimientos revolucionarios eran erróneos si no se reconducían por medio de la negociación. Pocas veces se ha visto a un hombre alzarse con tanto arrobo y magnetismo sobre una multitud. El Noi del Sucre era un agitador intelectual, un compañero consecuente, un baluarte, una bandera. Todos sentían que aquel obrero, hijo de la miseria, era una parte de ellos mismos.

Pero en la Barcelona de El Noi la vida humana y la delación tenían precio de saldo. De hecho, la moderación que hubiera podido transformar a la CNT en un sindicato respetable, tenía pocas posibilidades de prevalecer, cuando los propios patronos podían aducir, con sus prácticas matonistas, que el control de los moderados era precario, y que lo único que cabía hacer con el sindicato era destruirlo. Muchos luchadores de la causa obrera o simples trabajadores pagarían con la calderilla de sus vidas el precio de sus ideales a manos de somatenes y sicarios de la patronal o de la policía, infiltrados en sus células.

Apóstoles y asesinos es una estupenda novela comprometida con la verdad histórica del primer cuarto del siglo pasado en Barcelona, sus luces y sus sombras, marcadas por la vaguedad de los políticos, por la venganza y por la sangre derramada de muchos inocentes.

Antonio Soler firma un texto brillante y puntilloso por donde transcurre también el desafío de vivir de mucha gente perseguida y hostigada bajo la impunidad de los poderosos, obreros entusiastas que creyeron ingenuamente en la transformación social imposible del momento, acudiendo a la movilización permanente y libertaria enarbolada por sus líderes, en un período trágico de nuestra historia pasada, que trajo consigo mucho dolor, infamia y fracaso colectivo.


sábado, 13 de agosto de 2016

Ir a contratiempo

No cabe duda de que escribir un buen libro de poesía es una tarea dura y exigente. Conseguirlo es una dicha indescriptible para el artista, y un placer incomparable para el lector. No existe ningún objeto acabado más bello que un buen poema, ni existe, tampoco, nada más difícil de olvidar y que viva tanto tiempo en el recuerdo. Gran parte de los malos poemas que malviven se han escrito en nombre de la sinceridad, de la belleza y de los buenos sentimientos, como si eso por sí mismo bastara. La eficacia del poeta se encuentra en aquello que nos explica, aquello que no sabíamos y que cuando volvemos a mirar ya no parece lo mismo que antes, sino algo más completo e iluminado, incluso cuando el poema infiere sobre nosotros mismos.

Itziar Mínguez Arnáiz (Baracaldo, 1972), escritora, guionista de televisión y licenciada en derecho, abandonó la toga para hacer lo que quería: justicia poética, razón válida y suficiente para poder contar la particularidad de sus historias, una tarea incesante y contenida, que ha ido desparramando durante dos lustros. Su voz, la de una letrada letraherida, artífice en extraer esquirlas de lo cotidiano, sin necesidad de gritar, ni desparramarse en alambicados alardes de virtuosismo, propone una manera de estar en el mundo, atenta a todo, sensible a todo y, en especial, a los lectores que no somos expertos en la formalidad ni en los recursos del género, pero ávidos de descubrir la realidad poética que destilan las pequeñas cosas que nos rodean.

Después de una década productiva escribiendo poemas, iniciada con la publicación de La vida me persigue (Renacimiento, 2006), galardonada con el Premio Surcos de Poesía, un diario poético demoledor en el que su protagonista, un hombre abatido, resuelve dejar de dar cuerda al reloj de su vida poniendo fin a su existencia, vendrán también otros poemarios como, Cara o Cruz (Huacanamo, 2009), una historia inacabada expuesta al aciago destino de un narrador aturdido o Cambio de Rasante (Baile del Sol, 2015), un libro hermoso y reflexivo, germinado desde los instantes efímeros de los días y las horas que ocupan los tramos de toda vía existencial por donde, inevitablemente, aparecerán otros perfiles que sortear.

Su último libro, Que viene el lobo (La Isla de Siltolá, 2016), llega con el estreno de otro reconocimiento, el I Premio de Poesía Nicanor Parra, un salvoconducto que acrecienta la trayectoria de su poesía. En esta ocasión, la poeta vizcaína reúne cincuenta poemas breves e intensos por donde transita su visión poética de las cosas cotidianas y su manera de concebir la estructura de sus poemas, sin puntuaciones, dispuestos para que el lector los entone con sus propios puntos y comas. El ritmo le viene dado por los huecos bien marcados de sus estrofas. Todo parece minúsculo, pero intenso. Los silencios también hablan. Itziar es una poeta fácil, pero exigente. Fácil, porque es capaz de describir la complejidad con palabras sencillas, esas que usamos todos los días:

Has llegado tarde
a todo lo que importa
y todo lo que importa
ha llegado tarde a ti

Exigente, porque sabe cómo infiltrar esas palabras justas y medidas en la conciencia del lector, cómo arrastrarle a la pesadumbre, a la duda razonable de interpretar los tiempos y contratiempos que se precipitan:

Si no sabes cómo llegar
pregunta

si no sabes qué preguntar
estás perdido

La poesía de Itziar Mínguez es pura y desnuda, desprovista de retórica, íntegra y emocionante. El lector de sus libros penetra en un mundo coherente, sin estridencias y singularizado, en el que se respira una manera de observar, vivir y contar las cosas comunes a todos.

Cuando uno llega invitado por el azar de los días a leer un libro como este, de una de las poetas más reconocidas y atinadas del panorama literario actual del país, descubre, para asombro propio, que la poesía puede situarse en el punto de cruce y conexión que hay entre la experiencia del autor y la del resto de los mortales que viven la misma historia, aunque no sean consciente de ello. Dichoso de quien vaya a su encuentro para comprobarlo y solazarse.

lunes, 8 de agosto de 2016

Huellas de una vida

Los bares y cantinas tienen un cierto cliché relacionado con la bohemia y la tertulia literaria. Ocurre con frecuencia que en esos cafés, tabernas o chiringuitos pegados al mar surgen poemas, historias y artículos endémicos contagiados por la influencia de su atmósfera. Pocos poetas, escritores y columnistas esquivan o deploran el magnetismo creativo que irradian estos locales complacientes, y también, sórdidos. La barra de un bar tiene un innegable poder de persuasión y convocatoria para hablar y contar historias, a veces sobrias, otras más turbias, a golpe de cervezas y copas de vino, tanto entre literatos como entre lugareños y amigos de toda la vida, convertidos en narradores ocasionales.

La realidad, como no se cansaba de recordarnos Nabokov, es la única palabra que no quiere decir nada si no va entrecomillada. Juan Tallón (Vilardevós, 1975), periodista, escritor y colaborador de El País, Jot Down, El Progreso y la Cadena Ser, conoce bien este aserto del novelista ruso-americano y sabe que en literatura, además, como en otras facetas de la vida, no conviene disponer de plan previsto. Seguramente los textos reunidos en Mientras haya bares (2016) tal vez no se concibieran para convertirse en un libro, sino para lo que fueron escritos en su momento, es decir, para ocupar su hueco en la columna habilitada de los periódicos condenados irremisiblemente a pasar al olvido. Sin embargo, el sello Círculo de Tiza rescata, para gozo de sus lectores, gran parte de sus mejores piezas, las que el escritor gallego firmó por distintos medios de comunicación, mediante una selección minuciosa, bien armada, y que ofrece un corolario completo de la prosa, fragmentaria y atenta al detalle, por donde transitan la literatura, el cine, la música y desde el paradero de muchos bares como refugio y, a su vez, como excusa desde donde contar la realidad.

Para Tallón, el bar reúne unas condiciones excepcionales para la experiencia literaria. El bar es ese rincón vital, ese espacio libresco que encarna toda una educación sentimental a lo largo de buena parte de nuestras ajetreadas vidas. Las entradas y, cómo no, las salidas de los bares –subraya en una entrevista– conforman parte del relato de nuestras vidas. Cada una de las piezas de este libro aglutina vivencias, lecturas y anécdotas insólitas, pero, sobre todo, por aquí desfilan muchas voces y figuras literarias como Fogwill, Borges, Fante, Kipling, Renard, Faulkner, Cheveer, Hemingway, Ribeyro, Fleur Jaeggy, Cortazar, Vila-Matas o su paisano Julio Camba, entre una lista inabarcable.

Mientras haya bares es un libro que aglutina vida y literatura a raudales. No hay ocasión desaprovechada en sus páginas para que aparezcan citas y más citas. Muchas de las piezas están armadas sobre frases conocidas y párrafos de novelas de autores célebres. Los libros que lee Tallón son fuente de sus columnas e impulso para el artículo. Sostiene que cuando un libro es bueno, te da algo y te obliga a parar en su lectura y a reflexionar continuamente. Después vendrá la necesidad de plasmar en la hoja su evocación ya transformada en experiencia lectora.

La literatura es el cómo –concluye el autor– y cuando uno no puede ser alguien mejor escribiendo, quizás baste conformarse con ser uno mismo antes de caer por debajo, como aquellos otros que no escriben como nadie, ni siquiera como ellos”.

Sospecho, como da a entender el propio escritor orensano, que es imposible cuantificar qué parte de la voz narrativa de una obra es deudora de otro escritor, pero si podemos convenir con él que todo escritor le debe algo a todos los que leyó con devoción y empeño.

El lector precavido que se embarque en este trayecto literario se irá liberando, a las primeras de cambio, de cualquier presentimiento molesto de haberse adentrado en las tierras movedizas que suelen esparcirse por este prototipo literario representado por el artículo periodístico, la crónica y el reportaje, y comprobará con satisfacción que cuando un libro es bueno, como es este que firma Tallón, no pasa en vano por sus manos, sin importarle algún que otro tropiezo o reiteración.

A los que les interesen los libros que se sitúan en la frontera entre distintos géneros, Mientras haya bares es una buena ocasión para experimentar que la buena literatura se nutre inevitablemente de literatura.


miércoles, 3 de agosto de 2016

Los cisnes cantan antes de morir

Esther Tusquets, antes de fallecer en julio de 2012, publicó en el sello que dirigía su hija Milena sus Confesiones de una editora poco mentirosa (RqueR editorial, 2005), una elegía a un mundo perdido que adoraba. En enero de 2015, su hija irrumpía en el panorama literario con la hermosa novela También esto pasará (Anagrama), cargada de vivencias personales y familiares que despertó mucho interés en la crítica por su hondura y su prosa concisa. Un año después a este acontecimiento literario, el turno para hablar de nuevo de esta excéntrica, caprichosa y exultante editora, le corresponde a su cuñada, Eva Blanch.

Emma Thomas, la protagonista de la novela Corazón Amarillo Sangre Azul (Tusquets, 2016), una legendaria escritora barcelonesa de avanzada edad, es también una criatura que arrastra malhumorada sus demonios y arriba enferma, sobre una silla de ruedas, a casa de su hermano Héctor, acompañada de sus dos asistentas y de su perra labrador, con un propósito indisimulado: “Como podrás imaginar, he venido aquí a morir”, le suelta de sopetón. Allí encuentra también a su cuñada Clara, que ronda la misma edad que su hija Ginebra. La situación matrimonial por la que atraviesa la pareja formada por el hermano y la cuñada irá a peor con su llegada. No hay casi nada en común entre ambas mujeres, sin embargo, con el transcurrir de las semanas, entre lapsus de excentricidades y brotes de demencia por parte de la anciana, surgirán a su vez episodios de lucidez y ternura que las conducirán a fraguar un vínculo sorprendentemente duradero entre las dos.

La fotógrafa, diseñadora gráfica y escritora Eva Blanch (Barcelona, 1968) reconstruye en esta novela los últimos meses de la vida tormentosa de su cuñada, una figura manipuladora y deslumbrante, que presidió durante cuarenta años la mítica editorial Lumen. El título del libro responde a unos versos de Ana María Moix, que se citan al inicio y concluyen así: “Dejad en paz a los alcohólicos y no olvidéis que los cisnes cantan antes de morir”, que la novelista sostiene que Ana María escribió pensando quizás en su amiga Esther Tusquets.

Corazón Amarillo Sangre Azul es una novela inspirada en la propia vida de su protagonista y de los que la rodean, y al lector avezado no ha de resultarle difícil descubrir que detrás de esos nombres enmascarados desfilan verdaderas figuras del entorno de Emma Thomas. Es fácil reconocer entre ellas, además del arquitecto Oscar Thusquets y Milena Busquets, hermano e hija de la veterana escritora, al fotógrafo Oriol Maspons o al poeta Pere Gimferrer, entre la lista de personajes.

Blanch alterna dos tiempos narrativos para abordar la historia familiar que nos presenta. De un lado, la obra transcurre por pasajes de la vida de Emma narrados en primera persona por su cuñada Clara, y de otro, se intercala entre estos capítulos confesionales el relato en tercera persona de los diferentes encuentros que la propia narradora mantiene con otros personajes que aparecen en la novela, tales como el diseñador que trabajó para la legendaria editora, la presencia de la directora de un reality show de Telemadrid, así como otras personalidades del mundo de la cultura y la edición próximas a la protagonista.

El artista, decía William Faulkner, es una criatura movida por sus demonios. La vida de muchos de ellos, como la que se nos cuenta en esta obra, está marcada por este sino y por un impulso irremediable de huida. Cuando creen que no tienen nada de lo que huir, esa es muchas veces una señal inequívoca de que se encuentran acorralados y precisan redimirse. En este caso, la fuga supondrá un alivio íntimo y una verdadera oportunidad para elevar anclas a su embarcación maltrecha y poner rumbo hacia otro puerto, aunque sea cercano y familiar.

A los que sentimos respeto por el oficio de editor, esa figura que hace posible que el libro llegue al lector, haciendo todo lo necesario para que esto sea posible como: contratar, catalogar, dirigir y aprobar la portada de un libro, el diseño, la edición, su lanzamiento y distribución, también sentimos curiosidad por saber de la vida privada de estos seres especiales, de sus manías y de sus excentricidades. En esta novela de Blanch encontramos un repertorio abundante de ellas en la recta final de los días de una mujer irrepetible.