martes, 30 de agosto de 2016

Europa en guerra

El 28 de julio de 1914, después del asesinato del archiduque Francisco Fernando, el Imperio Austro-Húngaro le declara la guerra a Serbia. Rusia, defensora de los países eslavos, se alía con Serbia. En consecuencia, el 1 de agosto, Alemania ingresa en el conflicto contra Rusia, que tiene a Francia e Inglaterra como aliados. Los extraños engranajes de estas alianzas de las potencias mundiales conducirán a las naciones a sangrientos ultimátum que acabarán, como sabemos, en una espantosa y cruel guerra en Europa.

La guerra no es un accidente: es un resultado. Nunca se mira demasiado atrás para indagar sus causas. “Ha habido tantas plagas como guerras –decía Albert Camus en su novela La peste–; pero tanto las guerras como las plagas siempre toman por sorpresa a la gente”. Al escritor francés Jean Echenoz le bastaron noventa y ocho páginas en 14, una de sus últimas novelas, para rastrear cuatro años de conflicto y condensar en un relato conmovedor lo que supuso, entre tanta pólvora y muerte, aquella contienda estúpida, que se inició en 1914.

La editorial Fórcola rescata para su Colección Siglo XX las crónicas seriadas, publicadas por Rudyard Kipling (Bombay, 1865 – Londres, 1936) en el rotativo inglés Daily Telegraph, una colaboración propagandística surgida como adhesión firme del escritor a la Administración británica ante la amenaza arrogante alemana, desde las trincheras francesas y desde las altas montañas italianas.

Crónicas de la Primera Guerras Mundial resume el clima y también el escenario de una contienda desde el lado de los aliados, que resisten los embates del ejército alemán, de la mano de un prestigioso escritor, ejerciendo de corresponsal de guerra. En cada artículo, todo tiene sentido y resonancia, y así, en cada reportaje Kipling se esfuerza por desplegar todos los recursos de su talento y de su fama para fortalecer la moral de los combatientes en el frente. A él, un hombre de otra generación, que había vivido unos tiempos en que la guerra era también una aventura y el imperio un destino, nadie tenía que convencerle de que del lado de la comunicación también se combate y se ganan guerras. Tuvo que sobreponerse a la desgracia de perder a sus dos hijos, especialmente a John, muerto en 1915 en el campo de batalla francés de Loos, y al que animó a alistarse en el Ejército británico para luchar contra la perfidia teutona. Estas circunstancias adversas lo impulsaron a escribir con mucho dolor aquellos versos tremendos que todavía perviven en la memoria histórica: “Si alguien pregunta por qué hemos muerto, / decidle que porque nos mintieron nuestros padres”.

El libro está estructurado en dos partes: Francia en guerra (1915) y La guerra en las montañas (1917), dos escenarios equidistantes en el tiempo y en el espacio, por donde se despliega la voz atemperada de Kipling, que se ciñe a extraer de aquellos infiernos el espíritu moral y combativo de los soldados, más que a relatar los episodios dramáticos y encarnizados que se suceden en los barracones con el estallido de las bombas enemigas.

Una de las virtudes salvadoras –subraya Ignacio Peyró en el excelente prólogo del libro– que encuentra Orwell en el carácter de Kipling es el “sentido de la responsabilidad” que adoptó sin ambages como principio rector de su presencia pública. Así que, llegada la hora de la Gran Guerra, esa oportunidad iba a transformarse en compromiso, y a ello se dedicó con empeño y entrega, pero también hostigado por un fuerte sentimiento de culpa, que le duró hasta sus últimos días, a causa del fatídico final de su hijo.

Estas crónicas, traducidas bajo el cuidado de Amelia Pérez de Villar, no responden al entusiasmo literario de un hombre de letras, sino a un compromiso moral de un afamado escritor dispuesto a salvaguardar los valores supranacionales en los que cree. La vida de Kipling se divide en dos actos, viene a decirnos la voz autorizada de Alberto Manguel: el primero, brevísimo, ocupa los primeros seis años de su infancia; el segundo se extiende hasta su muerte, en 1936.

Crónicas de la Primera Guerra Mundial es otra vertiente de ese período amplio y exitoso en la carrera artística de Rudyard Kipling, la del reportaje, que está en sintonía con el mérito literario del conjunto de su obra, basado en la concisión, la sutil manera de contar y esa manera tan genuina suya de expresar sus pensamientos con esa generosidad impagable que permite al lector sentirse incluso hasta más inteligente que el autor.

La obra del creador de El hombre que pudo reinar ha tenido variada fortuna: exaltada en su juventud, criticada después de su muerte, ignorada durante varias décadas, y siempre expectante, aguarda pacientemente dar entrada a un mayor número de lectores.

La historia personal, la trayectoria política de todo escritor de tanta proyección literaria como la que él gozó en vida, suele otorgarle al personaje público que representa cierta calidad infame o heroica. Los libros, en cambio, se ocuparán de salvaguardar su fama.


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