martes, 23 de diciembre de 2014

Gratificar e instruir


Para un escritor y veterano periodista, como Juan Cruz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948) escribir un libro sobre la figura de Beatriz de Moura, una de las mujeres más influyentes de la cultura española de las últimas décadas, es todo un hito en el díficil campo de la entrevista, máxime cuando una de las claves de la personalidad de la interlocutora es que sus respuestas suelen dar un giro de tuerca a las preguntas formuladas.

Por el gusto de leer (Tusquets, 2014) es una larga conversación sobre la trayectoria profesional y peripecia vital de la fundadora del sello Tusquets, una editorial que cumple cuarenta y cinco años de existencia. En este extenso diálogo se relatan los primeros pasos dados por Beatriz de Moura, desde la puesta a punto de su proyecto editorial, hasta la construcción del catálogo, su verdadera seña de identidad y la dificultad de sostenerlo bien arriba durante casi medio siglo. El libro de Juan Cruz revela las claves del éxito de esta editora inventiva y reputada, sus vicisitudes y tropiezos y, por otra parte, nos muestra la semblanza de una mujer extraordinaria, trabajadora incansable, una de las artífices destacadas de la historia literaria y cultural reciente de este país que es España; una emprendedora fuera de serie, como lo fue Carlos Barral, Mario Munick, Jaime Salinas o Jorge Herralde. Hoy el editor no es lo que fue y no volverá a ser, quizá, nunca lo que habría querido Beatriz de Moura, que logró tener una editorial equilibrada, supo conjugar géneros de calidad y, por tanto, sacar al público libros de mucho interés. Hoy los derroteros que van configurando el futuro editorial lo marcan un mercado cambiante que está derivando en grandes concetraciones empresariales en el sector de la edición. Mandan cada vez más los grupos y los medios de comunicación, que conducen el gusto del lector, no sólo a través de sus críticas y reseñas, sino a través de las listas de los libros más vendidos, que han convertido el consumo de libros en una carrera de obstáculos, en un objeto añadido al mercado perecedero de frutas y yogures. Hoy en día, el libro ha sido empujado a un mercado de vida breve y, como subraya Vargas Llosa en su ensayo La civilización del espectáculo, la banalización de las artes y la literatura es un síntoma de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea.

Beatriz de Moura repasa en estas conversaciones los hitos y anécdotas compartidas con autores en su periplo al frente de Tusquets, un sello que ha marcado a toda una generación de lectores y, gracias a ese empeño de vida entregada en cuerpo y alma a ese oficio de estirpe intelectual, aunque la brasileña niegue la mayor y afirme que ella no tiene nada de intelectual, que solo se considera una lectora, su legajo es un impecable catálogo que nos embaucó a muchos a devorar libros firmados por Beckett, Joyce, Gombrowicz, Milan Kundera, Woody Allen, Cioran, Marguerite Duras, Camus, Luis Sepúlveda, Semprún, Almudena Grandes, Landero, etc., etc.

Por el gusto de leer pone de manifiesto lo que ha imperado en el alma de una mujer esmerada en su oficio, entusiasta de los libros, impulsora de uno de los grandes sellos editoriales del siglo XX y que apuesta por el valor incalculable del libro: “cuando lees, escuchas, convives, compartes cosas; pero también confrontas, interrogas, discutes, excitas tu curiosidad. En fin, piensas” (pág. 46).

El libro publicado por Juan Cruz es una experiencia lectora interesante, que nos acerca al universo editorial, un mundo capital de la cultura, a través de una de sus figuras claves, una mujer apasionada fuera de lo común, promotora y editora literaria, empeñada en gratificar e instruir placenteramente a un público lector exigente. Beatriz de Moura no se pliega a planteamientos apocalípticos del sector editorial y, a pesar de que se retira de la dirección de Tusquets, después de toda una vida, insiste en que “de lo que estamos necesitados es de buenos lectores editoriales. Lectores con criterio suficiente para respetar las líneas editoriales en las que se insertarán los manuscritos que leen” (pág. 158). Dios te oiga, Beatriz.


jueves, 18 de diciembre de 2014

Monodosis literarias


Todos sabemos que el término columna tiene varias acepciones. Cuando se refiere al ámbito de la arquitectura es un soporte vertical que sostiene el peso de una estructura. El concepto, además, se utiliza para referirse a un monumento conmemorativo. Bien distinto es la columna militar, una formación ordenada en marcha que ya se utilizaba en tiempos de las centurias romanas. En el periodismo, el término columna se ciñe al artículo de opinión. El columnista, una especie de malabarista con las ideas y las palabras, hace hincapié con su punto de vista en un tema concreto o de asunto general. Manuel Vicent (Vilavella, Castellón, 1936), un veterano soldado de estas lides y arquitecto de memorables artículos, es un referente de este oficio de ayer y hoy de indiscutible utilidad social. El columnismo de Vicent tiene que ver con la literatura de ayer de Larra, Azorín, Julio Camba... y la de sus coetáneos Umbral, Vázquez Montalbán o Juan José Millás. Pertenece a este elenco de escritores que saben que el jugo de la columna está en la forma y el fondo, un producto literario para un público amplio y que lee con prisas, con un párrafo final que quiere dejar huella.

El sello Círculo de Tiza, una editorial de reciente estreno, presenta Radical libre (Septiembre, 2014), un libro que recopila los mejores artículos publicados por el autor de El azar de la mujer rubia (2013) en la contraportada del periódico El Páis durante los últimos años. Escritor, periodista y cronista de la actualidad, Manuel Vicent compagina sus actividades literarias con la de galerista de arte, otra de sus pasiones.

Vicent, un radical libre con instinto de conservación, es un periodista que huye del apocalipsis, que cree en la supervivencia del hombre y en el rearme de la ciudadanía como condición necesaria para avanzar, le gusta subrayar que seguir vivos es la victoria, y rebatir cualquier conformismo, haciéndolo con maestría, gracias a su acerada escritura, un bisturí que disecciona el universo a base de tajos para desentrañar sus mentiras. Para él, una columna perfecta es aquella que es leída completa por el lector, que atrapa desde el inicio y que al final da un giro que hace que uno vea las cosas desde otro punto de vista.

Radical libre encierra 148 monodosis literarias de miradas y reflexiones sobre la actualidad y la vida. Leerlas es remojarse de ironía, melancolía, literatura y transcendencia. Las columnas del castellonés contienen historias estructuradas en cuarenta líneas, las suficientes para elaborar un relato o un cuento de la realidad palpitante, casi sin adjetivar, tan sólo con la musculatura y regusto del verbo y sustantivo.

Manuel Vicent lleva décadas retratando el presente con la maestría y elegancia de los grandes, aunando la calidad literaria con la rotundidad de sus opiniones, engarzando la imaginación artística con la realidad ideológica o sentimental, desde lo cotidiano a lo elevado, combinando lo racional con el sinsentido de las cosas, lo trascendente con el descreimiento del mundo. Sabe que de nada sirve la información desnuda si no se utiliza para relacionar, explicar y juzgar realidades. Y el columnista es un escritor que juzga.

Los textos reúnidos en Radical libre resumen el pensamiento de un periodista curtido en este género, un oficio que requiere temple como el toreo y tino como el arte de la cetrería para comprimir una historia en el marco de unas líneas incisivas y darnos las pistas necesarias para hacernos reflexionar sobre los acontecimientos de la vida.

Sin duda, la columna de Manuel Vicent es una cita obligada para el lector que se precie de curioso y conspicuo porque el periodista levantino ofrece momentos memorables en fragmentos que deambulan por la actualidad a base de metáforas y, en eso, es un experto, un hábil cronista de grandes sucesos y menudencias cotidianas que piden ser vistas de manera distinta, una voz que cada domingo sigue alumbrándonos como los buenos columnistas de antaño.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Entre la verdad y la vida


Ahora que empieza el juego de tronos de los libros más destacados del año 2014, conviene empeñarse, cada vez más, en que hay que leer con mucha exigencia, sin ningun prejuicio ni condición a priori, ni a favor ni en contra. A veces, lo muy celebrado en la prensa puede no ser bueno, o puede no entusiasmarle a uno, y el gusto es un derecho soberano.

Hay que felicitar a Javier Cercas (Ibahernando, 1962) de la manera más calurosa porque viene a reinvindicarse con El impostor (Random House, 2014) como un sólido candidato a encabezar cualquier lista referida a los mejores libros publicados en este año que acaba. El escritor extremeño ya tomó carta de naturaleza como uno de los referentes imprescindibles de la narrativa española, y con esta última novela se subraya aún más.

Bajo el epígrafe de un título tan contudente, Cercas convoca al lector, con una doble pregunta, a ser partícipe de las cuestiones literarias que más le importa a la hora de escribir un libro como éste: ¿No son los libros imposibles los más necesarios, quizá los únicos que merece de veras la pena intentar escribir? ¿No es una noble derrota lo máximo a lo que puede aspirar un escritor? (pág. 54).

Enric Marco
El impostor nos cuenta la historia de un falsario, Enric Marco, un hombre que hizo de su vida una novela porque, según explica su autor, no aceptó ser quien era y tuvo la osadía y desvergüenza de reinventarse a base de mentiras, convenciendo a todo el mundo de que el Marco ficticio era el Marco real, y de que era un héroe surgido de la ciudadanía, pero como ocurre casi siempre, el énfasis en la verdad delata al mentiroso, porque todo énfasis es en verdad una forma de engaño con mucho de narcisismo. El impostor es una novela con dos personajes principales, uno es el narrador Javier Cercas y el otro es Enric Marco. El personaje Cercas se presenta como un hombre de orden que se topa con su antítesis, Marco, un hombre envuelto en un desorden de dudosas conductas y supuestas hazañas, un delirante que se ha inventado una vida paralela y que el narrador confunde con una mentira y tratará de desmontar esa impostura a base de investigación y celo. A partir de aquí, el personaje y narrador Cercas da un giro de tuerca y empieza a contrastar la vida real de Enric Marco con su delirio y se conjura en destruir ese montaje delirante llevando a cabo unas pesquisas minuciosas y documentadas para desmontar el engaño y desenmarcarar la vida inventada de Marco, un falso sobreviviente del campo de concentración alemán de Flossenbürg.

Javier Cercas regresa a la Guerra Civil, un pasado incómodo que ya trató con solvencia narrativa en Soldados de Salamina (2001), y a la Transición con otra de sus obras maestras, Anatomía de un instante (2009), una radiografía del 23F desde el interior del Congreso de los Diputados, para armar lo que él denomina una novela sin ficción en torno a la figura controvertida de Enric Marco, un nonagenario barcelonés que acabó presidiendo la Amical de Mauthausen sin haber sido víctima de ningún campo de concentración nazi como sostuvo durante años. Tuvo que transcurrir su tiempo hasta que en 2005 el profesor madrileño Benito Bermejo, gran investigador de los deportados españoles, desvelara la gran mentira.

El impostor rebosa de la pluralidad y libertad literaria que tiene el modelo narrativo anterior al XIX y que ya fue acuñado por Cervantes. Abarca todo el abanico de géneros: hay crónica, ensayo, historia, biografía, autobiografía; no hay ficción, sólo un supuesto diálogo entre los dos protagonistas de unas pocas páginas, pero es una extraordinaria novela. Un libro con resonancias literarias de la Metamorfosis de Ovidio, del Quijote, de A sangre fría de Capote o del coetáneo Carrère con su novela El adversario, la historia de otro inveterado impostor.

Javier Cecas
Cercas lleva años en la brecha literaria de los grandes a base de no ser un escritor normal, y no lo puede ser porque su escritura se aposenta en lo experimental y raro, fuera de ahí no se ubica. Pero lo mejor es que a pesar de esa rareza impar cada vez arrastra a más lectores seducidos por sus historias irresistibles. Si con Anatomía de un instante Cercas ganó el Nacional de Narrativa, con El impostor, una novela de prosa subyugante que se lee como un vendaval, el escritor cacereño es un firme candidato a repetir galardón.

En suma, El impostor es un artefacto literario de envergadura, un gran libro que transita entre la verdad y la vida, con un personaje saturado de ficción que eligió contravenir las reglas de juego de toda moral y normas de convivencia para dar sentido a su existencia y vivir una falsa épica. De lo mejor que he leído publicado este año.

martes, 9 de diciembre de 2014

Cuaderno de campo



León Molina (San José de las Lajas, Habana, Cuba – 1959) nos propone un paseo botánico por El taller del arquero (2014), un título metafórico que se aleja de la caza, pero que invita a la mirada furtiva y a la agudeza del oído, para convocarnos a su verdad poética y mostrarnos el alma de sus versos. A los que nos gusta la naturaleza y el senderismo sabemos que no hay nada tan saludable y tan poético como una larga caminata por el bosque y el campo.

Molina, un haijin caribeño y vigoroso, unido y apegado a la naturaleza por la que siente pasión y entrega, afirma que su vida se reparte entre Albacete y la aldea de Yetas, en el municipio de Nerpio, en la sierra albaceteña, el lugar donde arma su mirada poética para trasladarla al cuaderno de campo que lleva siempre consigo y poner letra a todas las instantáneas que su cámara fotográfica alcanza. Llegó a España con apenas nueve años para, más tarde, en plena adolescencia, recalar en este rincón de la Mancha donde lleva afincado toda una larga vida.

El taller del arquero es un hermoso y deslumbrante poemario, un libro concebido para crear vínculos, con sentido de la hospitalidad, en un entorno que transita por el bosque mediteráneo donde las huellas de los pájaros son constelaciones que lo cubren. León Molina es meticuloso, capaz de despachar en verso el trino de un pájaro, desde una curruca mirlona, como la que aparece en la portada del libro, de melodioso canto que recuerda al mirlo, hasta las notas de un ruiseñor solista bajo el contrapunto de un cuco. Para un poeta ornitólogo, como él, estos habitantes voladores del bosque están impregnados de la savia poética de la naturaleza, capaces de inspirar un imperioso poema y susurrarnos que el encinar aparece envuelto en gasas de silencio o que cuando la tormenta comienza, después la lluvia se encarga de crear un bosque nuevo e imaginario en el que el musgo se abraza a la roca, o en un haiku certero glosar sobre la nieve/ las huellas del gorrión/ y las del gato, hasta llegar a incubar emociones mediante aforismos como éstos: La intensidad es lenta./ Pero sucede en un instante; Lo que no es/ forma parte de lo que es./ De ahí la poesía...

León Molina viene a decirnos cómo escribe su poesía, como el que oye el habla de los pájaros, sin nada que añadirle, sólo la curiosidad y prestancia del oído al asomo musical de sus picos, y subraya que el hombre en la naturaleza es un íntimo contraste. Molina encarna la estirpe de un cartujo biólogo que concita a la contemplación de la maleza, los árboles y sus pequeños habitantes, un monje de ese monte, templo del lenguaje y sus criaturas cantoras.

El poeta Molina, de espíritu caribeño y alma herida por la belleza del haiku, canta con la destreza de un arquero al bosque que adora, a sus aves y a las ramas incontables donde anidan. Sabe el poeta que escribir poesía no es sólo tener una verdad, sino encontrar las palabras y los efectos necesarios para contagiársela al lector y provocarle sentimientos. El taller del arquero ha sido un hallazgo hermoso, publicado en La Garúa, una editorial joven que lleva una década apostando por las voces emergentes de escritores y, aunque el cubano ya tiene su añada poética y ha publicado anteriormente varias antologías, encaja con holgura en el espíritu de este sello independiente que cree en el valor de la poesía y en el trabajo de sus artífices.

Decía Octavio Paz que “la poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono” y Molina lo constata a su manera en el terreno que le es propicio: el campo y el bosque copado de vida. El taller del arquero es un compendio de salvación, un recopilatorio didáctico de instantáneas poéticas que destila resonancias orientales de los maestros del haiku, un cuaderno de campo elaborado con mimo, tiempo y emociones; sin duda, de lo mejor que he leído este año en verso.

martes, 2 de diciembre de 2014

Héroes del cuadrilátero


Para una escritora tan prolífica y popular en su país, capaz de publicar hasta dos novelas por año e incluso aparecer bajo otros seudónimos, profesora de la universidad de Princeton y activa conferenciante en el mundo académico, escribir un ensayo sobre el boxeo era un reto a prueba de críticos y colegas, no solo por lo insólito del tema, sino también por la osadía de meterse en un ámbito discriminado y exclusivo para hombres.

Nada de eso fue un obstáculo para que Joyce Carol Oates (Lockport, New York, 1938) publicara Del Boxeo, un ensayo sobre los orígenes, la historia y controversia de este deporte tan duro y polémico que siempre contó con miles de aficionados y millones de espectadores. Una nueva edición de bolsillo a cargo de Punto de lectura (2012) ha recuperado este sorprendente texto, un tanto desconocido en nuestro país, que la novelista estadounidense habia publicado en 1987. Llama la atención cómo una figura tan aparentemente frágil y sutil como Oates haya podido escribir con la garra y solvencia con que lo hace sobre los detalles del boxeo, sin sarcasmos ni alardes, sin inventar nada, como si fuera una experta en la materia, aplicando la misma inteligencia que en su propia narrativa.

Ciertamente, la violencia es una constante en la obra literaria de Oates, un asunto que aparece en sus libros entremezclado con la pobreza, los abusos sexuales, el afán de poder, las fuerzas sobrenaturales... Sin embargo, fuera de la ficción, la escritora americana no había tocado el drama de la violencia humana en otro factor tan ajeno a ella como el boxeo, hasta la aparición de este jugoso ensayo.

Para un aficionado a este deporte, como es mi caso, el libro de Joyce Carol Oates es un texto fascinante, que recoge con precisión y detalle las luces y las  sombras entorno a este oficio, sus entresijos fuera y dentro de la lona además de las ambiciones de sus protagonistas, esas almas entrenadas y predestinadas para la gloria o el drama. Hay una teoría que circula desde antaño que se empeña en manifestar que la literatura y el boxeo son dos maneras de encajar y escupir golpes, una metáfora aceptada para una saga de escritores seducidos por el ring como Lord Byron, Jack London, Arhtur Conan Doyle, Hemingway o Norman Mailer. En cambio, Oates trata de enfocar su ensayo desde el principio, alejándose de los tópicos metafóricos de comparar el boxeo con los golpes directos e imprevistos que la vida nos depara para concluir que, verdaderamente, el boxeo solo se asemeja a sí mismo.

Del boxeo es un libro breve, ilustrado con legendarias fotografías de boxeadores y estructurado en capítulos cortos, un ensayo que reúne textos reflexivos sobre el universo de las viejas glorias del combate, un recopilatorio que aborda los orígenes arcanos de este deporte, desde la influencia romana de los gladiadores hasta su verdadero nacimiento a finales del siglo XVII en Inglaterra, donde, según las crónicas de la época, surgió el Prize Fight, un combate a puño limpio entre dos contendientes hasta desplomarse.

Con este apasionante ensayo, Joyce Carol Oates rescata los años dorados del boxeo americano y sus mitos, como Joe Louis, Rocky Marziano, Cassius Clay o Sugar Ray Leonard y nos devuelve un resumen impecable y valioso de su historia, un documental literario, de apenas ciento ochenta páginas, que encierra capítulos de su leyenda, triunfos memorables y derrotas dramáticas de hombres con mucho gancho y sentido trágico de la vida, hombres entrenados para encajar golpes y mantenerse en pie hasta alcanzar la gloria y el dinero: los llamados héroes del cuadrilátero.