El
microrrelato es un género que requiere concentración y cuidado
intensivo por parte del lector. El lector distraído se perdería si
lo leyera en un santiamén, al tratarse de un texto claramente
elíptico. Precisamente ahí reside su misterio, y por eso exige que
el lector se incorpore activamente al texto, desde el título de cada
pieza hasta su punto final, para resolver el enigma que se plantea,
para rastrear en el puzzle narrativo propuesto por el autor y encajar
las piezas que pudieran faltar en el mismo. El microrrelato, como
subraya Andrés Neuman,
necesita de lectores valientes, es decir, que soporten lo incompleto.
En
Voces para un tímpano muerto
(Talentura, 2016), Miguel A. Zapata
(Granada, 1974) parece advertirnos desde el título de su obra de que
asistimos a un memorial narrativo complejo en los límites de la
creación. El libro contiene un buen puñado de piezas en las que lo
personal y lo universal alternan entre sí, a veces con rango
surrealista, a veces con cariz enigmático, y otras muchas con
absoluta intención desquiciante. El lector, por exigencia del guion,
ha de estar dispuesto a padecer fiebre, ruido y mudez, pero también
ha de estar atento a lo insólito y a las salpicaduras de humor negro
en muchos instantes.
Zapata
posee un extenso curriculum de cuentos y microrrelatos que se
prolonga a toda una década dedicado a la narrativa breve. Destacan
en su producción cuentística Ternuras interrumpidas
(Fabulario casi naif)
(2003) y Esquina inferior
(2012). Es también autor de los libros de microrrelatos Baúl
de prodigios (2007) y
Revelaciones y Magias
(2009), así como de la novela, Las manos
(2014), una historia épica de un hombre con aspiraciones a héroe,
que emprende un viaje homérico en busca de una misión extravagante:
recuperar la Copa del Mundo de Fútbol que ha sido robada.
Su
vuelta al género breve, un escenario por donde se mueve a sus
anchas, es para sus lectores más fieles toda una celebración. En
estas voces reunidas, el autor, además, incluye varios collages,
obra de su padre, como separata de cada uno de los cinco bloques que
componen el libro, un conjunto de ochenta y tres microrrelatos que
encarnan historias mínimas del pasado, presente y futuro de la vida
de su autor, plasmadas a golpe de espejismos y evanescencias.
El
lector descubrirá que al escritor granadino le basta una imagen de
partida para trazar su relato. La clave está en aprovechar esa
instantánea imaginativa, mayormente enigmática, que propiciará el
tono y el enfoque narrativo preciso a su epifanía.
¿Qué
encontramos en estas Voces para un tímpano muerto?:
un buen puñado de historias reducidas, desconcertantes, anómalas,
microhistorias empapadas de reflexión poético-metafísica, bajo un
lenguaje incisivo y pulido, donde la síntesis y la elipsis son sus
ejes, dos aspectos que Miguel A. Zapata
domina con solvencia. En este volumen tan poliédrico hallamos
personajes con intentos heroicos de resistencia, con formas desusadas
de amor y frágiles ante la carne. Vemos a una madre volcando su
tiempo sobre una cuna amenazada por incontables peligros, igual que
descubrimos peleas y reconciliaciones domésticas. Pero también nos
topamos con el juego loco de un ser extraño que colecciona los ojos
de la gente que ama. En otra pieza, el ansia felina de otro amante
malogra su relación sentimental. También una divinidad fantástica
llamada Sdoi, hacedor de seres y enseres, tendrá sus momentos de
gloria, al igual que la estatua de la Libertad, vigilante del skyline
de Manhatan, y protectora de los inmigrantes que se acercan a la
bahía del Hudson...
En
otros bloques narrativos del libro descubrimos las mutaciones de
algunos miembros de una familia que entran en un cuarto oscuro y se
transforman unos en otros, o la música envolvente que expande una
madre por la casa para disfrute de todos los que la habitan, o los
encuentros emocionantes de un niño con sus muñecos desmembrados y
desperdigados por toda la casa, o la extraña sensación de sentir
una grieta en la cabeza de uno por donde se escapan los recuerdos de
la infancia...
En
Voces para un tímpano muerto
no faltan presagios apocalípticos, ni rondas de poetas dispuestos a
encontrar el poema imposible, ni laboratorios cósmicos para mostrar
los productos oníricos de los sueños y las vigilias de los hombres,
ni tampoco faltan pasajeros obcecados en agotar el billete del tren
de su vida, ni invitación solícita al pecado, o a tomar el té de
las cinco de diferentes formas, hasta acabar en un microrrelato final
apoteósico y revelador, bajo los compases de una música gregoriana.
Miguel A. Zapata
firma un libro lúcido, claramente perturbador y nada complaciente,
un conjunto de fábulas alucinantes y complejas, pese a su brevedad,
en las que el gusto por el lirismo y la experimentación conforman su
verdadera esencia narrativa. Literatura sin anestesia, en definitiva,
literatura para atrevidos.