El
poeta John Donne
afirmaba en sus Devociones que:
“Ningún hombre es una isla completa en sí misma; todo hombre es
un trozo de continente, una parte del todo”. El escritor,
ensayista, artista plástico y fotógrafo puertorriqueño Eduardo
Lalo (Cuba, 1960) es consciente
del valor innegable que guarda esta reflexión. Él sabe que toda
isla es una porción de tierra rodeada de deseos por todas partes, y
sabe que todo isleño tiene algo de mitólogo, una característica
propia del misterio que supone vivir aislado, y en cierto modo
invisible, sin dejar de sentirse habitante de un continente a escala
reducida.
Todo
escritor sueña con tener una vida en la que aspira a crear
artesanalmente un mundo, desde la soledad y el silencio, como si
fuese una pieza de barro húmeda, moldeable, sutil. Hacerlo, además,
desde la perspectiva insular, desde una isla casi invisible al mundo
global, como Puerto Rico, significa mostrarlo de manera vindicativa,
algo que Lalo ya
había hecho con su anterior libro Los países
invisibles (Fórcola,
2016), un soberbio rescate editorial, por cierto, donde sobresalen
dos apuntes reflexivos que no pasan desapercibidos para el lector:
“en todas partes se está, pero sólo en algunos sitios hay ojos”,
o aquello de que “la invisibilidad es uno de los condicionantes de
la historia y acaso hoy, en la era de la globalización, lo sea con
mayor encono y maldad”.
La
novela Simone (Fórcola,
2016), galardonada en
2013 con el prestigioso Premio Internacional de Novela Rómulo
Gallegos, acapara también parte de ese discurso filosófico y
literario plasmado en Los países invisibles.
En esta ocasión, como aprecia Elsa Noya,
en el excelente prólogo del libro, el escritor puertorriqueño
aprovecha el relato de una compleja historia de amor para mostrar su
convicción de que toda literatura es exploración de la condición
humana.
Simone
propone un viaje impredecible por la ciudad de San Juan para mostrar
la intimidad palpable entre la vida del narrador y el espacio urbano
que le envuelve para establecer vías de comunicación en ese yo
profundo y caótico, y el yo social que debe enfrentarse a solas con
las normas establecidas. Pero ¿quién es esta Simone
que pone título al libro? El nombre, tomado de Simone
Weil, es una máscara, un
antifaz sobre el rostro de una inmigrante ilegal china, Li
Chao. Con ese nombre de
la filósofa francesa, la joven asiática va firmando unos mensajes
en clave que va dejando esparcidos por la ciudad de San Juan para que
el narrador, escritor frustrado y anónimo, vaya desvelando en su
deambular por las calles sus concomitancias con la inutilidad de la
literatura que tanto ama y que tanto le condiciona en su manera de
vivir.
Entre
el misterio de estas notas y su conexión con lo que significa ser
extranjero en un país, Lalo
incardina una historia de amor y desencanto narrada en primera
persona. La novela está escrita de forma lineal, sin división de
capítulos, pero trazada en dos sesgos temporales: un tiempo presente
al inicio en el que el narrador va registrando, a modo de diario, el
acontecer de sus días con el fin de encontrar algún sentido a su
vida insatisfecha, valiéndose de objetos dispares como una libreta,
servilletas, facturas o tickets, y un tiempo pasado donde se cuenta
la relación mantenida entre el escritor y Li
Chao, apasionada de la
literatura y del arte.
Todo ello conduce a un juego de seducción
literaria donde ambos se abandonan y asocian al tiempo que sus gustos
y sus preocupaciones se dejan ver. A pesar de los lazos estrechos que
se crean entre ellos, el detonante de ruptura no tarda en llegar.
Para él, la relación simbiótica del individuo con la ciudad, los
sentimientos de amor, pena y pérdida parecen coincidentes con Li
Chao. Sin embargo, las
particularidades sociales de esta mujer, marcada por la revolución
cultural llevada a cabo en su país de origen, pondrán el
contrapunto final a la aventura. Esta determinación hará que el
escritor repliegue de nuevo sus inquietudes girándose hacia la misma
ciudad que propició su debate existencialista, pero ahora
experimentando nuevos retos sobre la identidad, la pertinencia del
lenguaje y la globalización.
Simone es una novela íntima, un libro nada amable y de lectura exigente, una historia de amor y literatura trazada bajo las coordenadas de un mundo globalizado, en donde la identidad sobresale como eje de la trama. La ciudad, la esperanza, el amor y la vida de sus protagonistas aspiran a ser visibles y tenidos en cuenta, más allá de sus orígenes y de la distancia entre ellos, pero el azar es caprichoso y, casi siempre, esquivo.
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