La
Bastilla, símbolo de
la autoridad arbitraria de la monarquía absoluta, era una poderosa
fortaleza que dominaba los barrios populares del este de París. En
su origen se construyó como una fortaleza contra los ingleses
durante la Guerra de los Cien Años, pero Richelieu
la convirtió en prisión del Estado. Por su calabozos pasaron algún
tiempo importantes figuras de las letras, como Voltaire,
el marqués de Sade o
Diderot. Pero, el 14
de julio de 1789 la ciudadela cambiaría de sino cuando una multitud
de trabajadores parisinos, enardecidos y armados con palos, garrotes,
sables, mosquetes, arcabuces y pistolas, asaltaron aquel emblemático
bastión. A partir de ahí todo daría paso a un giro radical del
curso de la Historia en la lucha por los derechos y la libertad de la
humanidad.
Se
acaba de publicar 14 de julio (Tusquets,
2019), de Éric
Vuillard (Lyon, 1968), un libro
escrito con anterioridad a El orden del día
(2018), la apasionante novela galardonada con el prestigioso Premio
Goncourt 2017. En esta de ahora, el escritor francés refleja, desde
una perspectiva nueva, aquel hecho histórico crucial iniciado con la
toma de la Bastilla para focalizar, por medio de una vibrante y
apasionada crónica, el desarrollo del levantamiento y el papel y
suerte que desempeñaron sus protagonistas de a pie, representados
por una ciudadanía anónima y hambrienta, sublevada contra el poder
establecido y dispuesta a acabar con él, harta ya de tantas
calamidades y abusos.
Vuillard
se adentra, valiéndose de la turba, para contarnos en dieciocho
capítulos todos los detalles que se fueron sucediendo en aquella
amarga jornada y, a su vez, tan llena de grandes esperanzas.
Previamente repara en un hecho determinante sucedido en las
postrimerías del Antiguo Régimen, una noche del 23 de abril de
1789, cuando los obreros se rebelan contra Réveillon
y Henriot, magnates
del papel pintado y de la sal, respectivamente, que anunciaron
recortar aún más el salario mínimo, quemando dos monigotes, que
representaban a ambos empresarios, delante del ayuntamiento. Fue
suficiente para caldear los ánimos y, a partir de ahí, una
turbamulta de miles de hombres, mujeres y niños saquearon mansiones
y palacios. La guardia cargó contra ellos y decenas de muertos
llenaron la calle.
Pero
esto no es todo, en el capítulo siguiente, el autor recoge la
situación económica del país y sus cuentas bajo el mandato de
Necker que
supervisaba el Tesoro: “Así, durante todo el periodo que precede a
la Revolución, se asiste a curiosos tejemanejes sobre los fondos del
Estado. La deuda pública no deja de aumentar y el pueblo pasa
hambre. Se especula en la bolsa con los préstamos. Francia se halla
casi en bancarrota”. La debacle, por tanto, estaba cantada y el
pueblo enfurecido se encamina con lo que encuentra a su paso hacia la
fortaleza de la Bastilla, símbolo del poder absolutista y despótico.
Los manifestantes exaltados llegan a las Tullerías. La guardia
recibe órdenes de aporrear a todo el que se cruce. La gente para
defenderse improvisa barricadas con piedras y sillas.
La
noche previa al asalto nadie dormía en París: “La noche del 13 de
julio de 1789 fue larga, larguísima, una de la más larga de todos
los tiempos. Nadie pudo dormir. En torno al Louvre deambulaban
pequeños grupos, mudos, acechando siniestramente. Las tabernas no
cerraban. En los muelles, durante toda la noche peregrinaron seres
solitarios, extrañas sombras. Hacía un calor achicharrante, no
había modo de conciliar el sueño; fuera la gente buscaba un poco de
viento, un poco de aire”. Y así hasta la mañana, la multitud se
va espesando y cada vez es más compacta. El bullicio es ya
imparable. Hacia el bastión enfilan tenderos, vagabundos,
taberneros, obreros y aprendices en pos de conquista. Es el pueblo el
que avanza.
Vuillard
se hace eco de estos hechos, se convierte en cronista de a pie, y lo
hace con una prosa punzante y vívida, con un fraseo ágil, acorde
con lo que acontece. Todo se sucede y se abre camino a golpe de
efectos superando todos los contratiempos. No hay nada que pare esta
impronta, ni nadie que la dirija. Es la ciudad de París la
protagonista y hacedora de la rebelión en marcha. Y eso el lector lo
percibe. Se impregna de esta épica urbana que llena sus páginas, de
su plasticidad, de sus correrías y desmanes.
14 de julio,
como dice su autor, es “una bifurcación de la historia en un
momento trascendental” y en el que ningún personaje del relato
está inventado, sino sacado de los archivos de la ciudad, por lo que
el escritor es fiel con la intra-historia de tanta gente anónima,
reescribiendo lo que sus habitantes, de manera colectiva, dejaron ya
escrito para la posteridad y mayor gloria de París.
Este
es un libro intenso y veraz, escrito con esa pulsión literaria que
lo convierte en vibrante y que tanto nos gusta a los que nos
acercamos a la Historia con discreción.
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