martes, 2 de abril de 2019

Los vencedores de la Bastilla


La Bastilla, símbolo de la autoridad arbitraria de la monarquía absoluta, era una poderosa fortaleza que dominaba los barrios populares del este de París. En su origen se construyó como una fortaleza contra los ingleses durante la Guerra de los Cien Años, pero Richelieu la convirtió en prisión del Estado. Por su calabozos pasaron algún tiempo importantes figuras de las letras, como Voltaire, el marqués de Sade o Diderot. Pero, el 14 de julio de 1789 la ciudadela cambiaría de sino cuando una multitud de trabajadores parisinos, enardecidos y armados con palos, garrotes, sables, mosquetes, arcabuces y pistolas, asaltaron aquel emblemático bastión. A partir de ahí todo daría paso a un giro radical del curso de la Historia en la lucha por los derechos y la libertad de la humanidad.

Se acaba de publicar 14 de julio (Tusquets, 2019), de Éric Vuillard (Lyon, 1968), un libro escrito con anterioridad a El orden del día (2018), la apasionante novela galardonada con el prestigioso Premio Goncourt 2017. En esta de ahora, el escritor francés refleja, desde una perspectiva nueva, aquel hecho histórico crucial iniciado con la toma de la Bastilla para focalizar, por medio de una vibrante y apasionada crónica, el desarrollo del levantamiento y el papel y suerte que desempeñaron sus protagonistas de a pie, representados por una ciudadanía anónima y hambrienta, sublevada contra el poder establecido y dispuesta a acabar con él, harta ya de tantas calamidades y abusos.

Vuillard se adentra, valiéndose de la turba, para contarnos en dieciocho capítulos todos los detalles que se fueron sucediendo en aquella amarga jornada y, a su vez, tan llena de grandes esperanzas. Previamente repara en un hecho determinante sucedido en las postrimerías del Antiguo Régimen, una noche del 23 de abril de 1789, cuando los obreros se rebelan contra Réveillon y Henriot, magnates del papel pintado y de la sal, respectivamente, que anunciaron recortar aún más el salario mínimo, quemando dos monigotes, que representaban a ambos empresarios, delante del ayuntamiento. Fue suficiente para caldear los ánimos y, a partir de ahí, una turbamulta de miles de hombres, mujeres y niños saquearon mansiones y palacios. La guardia cargó contra ellos y decenas de muertos llenaron la calle.

Pero esto no es todo, en el capítulo siguiente, el autor recoge la situación económica del país y sus cuentas bajo el mandato de Necker que supervisaba el Tesoro: “Así, durante todo el periodo que precede a la Revolución, se asiste a curiosos tejemanejes sobre los fondos del Estado. La deuda pública no deja de aumentar y el pueblo pasa hambre. Se especula en la bolsa con los préstamos. Francia se halla casi en bancarrota”. La debacle, por tanto, estaba cantada y el pueblo enfurecido se encamina con lo que encuentra a su paso hacia la fortaleza de la Bastilla, símbolo del poder absolutista y despótico. Los manifestantes exaltados llegan a las Tullerías. La guardia recibe órdenes de aporrear a todo el que se cruce. La gente para defenderse improvisa barricadas con piedras y sillas.

La noche previa al asalto nadie dormía en París: “La noche del 13 de julio de 1789 fue larga, larguísima, una de la más larga de todos los tiempos. Nadie pudo dormir. En torno al Louvre deambulaban pequeños grupos, mudos, acechando siniestramente. Las tabernas no cerraban. En los muelles, durante toda la noche peregrinaron seres solitarios, extrañas sombras. Hacía un calor achicharrante, no había modo de conciliar el sueño; fuera la gente buscaba un poco de viento, un poco de aire”. Y así hasta la mañana, la multitud se va espesando y cada vez es más compacta. El bullicio es ya imparable. Hacia el bastión enfilan tenderos, vagabundos, taberneros, obreros y aprendices en pos de conquista. Es el pueblo el que avanza.

Vuillard se hace eco de estos hechos, se convierte en cronista de a pie, y lo hace con una prosa punzante y vívida, con un fraseo ágil, acorde con lo que acontece. Todo se sucede y se abre camino a golpe de efectos superando todos los contratiempos. No hay nada que pare esta impronta, ni nadie que la dirija. Es la ciudad de París la protagonista y hacedora de la rebelión en marcha. Y eso el lector lo percibe. Se impregna de esta épica urbana que llena sus páginas, de su plasticidad, de sus correrías y desmanes.

14 de julio, como dice su autor, es “una bifurcación de la historia en un momento trascendental” y en el que ningún personaje del relato está inventado, sino sacado de los archivos de la ciudad, por lo que el escritor es fiel con la intra-historia de tanta gente anónima, reescribiendo lo que sus habitantes, de manera colectiva, dejaron ya escrito para la posteridad y mayor gloria de París.

Este es un libro intenso y veraz, escrito con esa pulsión literaria que lo convierte en vibrante y que tanto nos gusta a los que nos acercamos a la Historia con discreción.

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