No
hay dicha mayor para un lector que haber estado ocupado libremente un
tiempo entre las páginas de un buen libro. Si se lee por placer hay
que obedecer a las leyes del placer, la primera de las cuales, y tal
vez la única, es la ley de la libertad. Cuando llega el hallazgo de
ese gran momento que otorga la lectura cálida de ese buen libro, lo
que ocurre es algo parecido a la sensación urgente de un rescate, de
una oportunidad propicia que, aunque no certifique salvación de
nada, atisba posibilidades de recompensa.
Los
libros, por tanto, nunca son libros a secas: siempre son buenos o
malos, o se sitúan en la extensa medianía. La literatura, en
cualquiera de sus géneros y formatos, está ahí para descubrirse y
ser juzgada por el lector. La buena literatura abre los ojos y abre
caminos llenos de incertidumbre, y por eso es lo más parecido a la
vida.
El
lector que se adentre en este libro que mostramos hoy en el blog
podrá entender lo dicho anteriormente e, incluso, podrá justificar
el interés desplegado por su editor, Andreu Jaume,
en el preámbulo. Poesía reunida. Aforismos
(Lumen, 2016) conforma un volumen en el que podemos encontrar
suficiente rescoldo filosófico a los asuntos candentes de la vida,
expuestos en poemas indagatorios o en minúsculas breverías. Aquí
se aglutina, por ende, la trayectoria poética y meditativa de Ramón
Andrés (Pamplona, 1955)
dispuesto en dos bloques bien complementarios: sus poemas y sus
sentencias. Es un libro hermoso y sabio, editado con primor y con
mucho gusto, que ofrece diálogo e introspección en abundancia.
Andrés,
además de poeta y aforista, es músico, especialista en Bach
y Mozart, entre otros
compositores, autor del Diccionario de música,
mitología, magia y religión
(2012), un libro revelador y curiosísimo. En este mismo género
ensayístico cuenta también con incursiones en el territorio de la
filosofía y el pensamiento, y también escritos sobre la literatura
espiritual europea y española, como es el caso de No
sufrir compañía (2010),
un tratado, a su vez, sobre la mística del silencio.
El libro se divide en dos partes: la primera es un compendio de su
poesía inédita y la ya publicada con anterioridad, y la segunda
está dedicada íntegramente a los aforismos, con tres secciones bien
diferenciadas, como expongo más adelante.
La
voz que transita por su poesía concita a la reflexión y a la
quietud: “Quien empieza a escribir este poema/ y el que va a
terminarlo/ no son el mismo hombre./ No lo serán, ni en el tiempo,/
ni en el espacio”, escribe el navarro. Y en otro poema más
existencialista si cabe, titulado Siempre
Génesis,
que además pone nombre a su último libro, subraya: “No haber
engendrado/ también es dar./ Nadie pasa sin haber legado, nadie/
carece de sonido./ No hay yermo estéril si alguien lo mira”... En
otros, la naturaleza y el origen de sus versos tienen como escenario
su tierra natal y el territorio vasco, como se muestra claramente en
Faro de
Selokozulua,
Para mirar desde
el monte Larrún
o Puerto de
Mundaka.
La
segunda parte del volumen ofrece toda su producción aforística:
Puntos de fuga
(2012-2015), Malas
raíces
(2010-2015) y Los
extremos (Lumen,
2011),
una amplia profusión de frases felices, verdades irónicas y burlas
sublimes. Andrés
se mueve por este género con audacia, sin escurrirse hacia la
ocurrencia fácil, ni caer en la máxima ampulosa. El énfasis de sus
hallazgos lo ponen sus vislumbres filosóficas extraídas de lo
cotidiano: “El mundo no nos puede sacar de dudas, un libro tal vez
sí”, alumbra en una de ellos. “La muerte no está al final de la
vida; está en su centro”, apunta en otra. “Pensar significa,
casi siempre, apropiarse”, subraya con mimo. Y en esta: “Los
errores fundamentales del género humano son la base de nuestras
verdades”, rescata otra verdad filosófica, o bien suelta una perla
lapidaria como esta: “Un buen libro es siempre una impugnación”.
Por otro lado, conviene destacar la singularidad de los aforismos
reunidos en Malas
raíces,
todo un ejercicio etimológico encomiable, divertido y perspicaz. Más
allá de desmenuzar el origen de las palabras sometidas a reflexión
y sentencia, Ramón
Andrés se
acerca certeramente y con gusto a las etimologías eruditas y
populares de sus hallazgos.
En
un mundo donde todo debe cumplir una función, también tenemos
necesidad de lo inútil, de la literatura, como evasión y
entretenimiento, como introspección y diálogo. Persistir en ello es
abastecerse de buenas lecturas. Este libro precisamente va en esa
dirección.
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