viernes, 31 de enero de 2020

Campos de batalla




La finalidad de la guerra no es matar, sino vencer. La humanidad, cuyos ideales progresan aunque su realidad siga siendo cruel, busca armas capaces de torcer el deseo o la capacidad letal del enemigo sin matarlo. Pero modificar la voluntad asesina de las personas es más difícil de lo que parece. Por fin se descubre un compuesto que, diluido en el agua, provoca una violenta crisis de pacifismo. Fuera de todo cálculo, el compuesto supera toda barrera, escapa a todo control, se expande por todo el mundo. El enemigo ha sido derrotado, pero es muy difícil recordar por qué o para qué, ahora que la guerra ha terminado”.

Antes que nada, hago un inciso para aclarar que este microrrelato lleva por título La finalidad de la guerra, y lo subrayo porque dicen, con mucho acierto, los teóricos del género breve que el título de un microrrelato es clave referencial, que sirve al lector para conjugar y cerrar después el significado del texto que acomete. De ahí la importancia del título, porque formará parte del embrujo que promete la narración que le sigue, hasta el punto de que en él se encuentra el destello que anuncia su misterio, que no es otro que provocar en el lector una expectativa que ha de llevarlo a alcanzar el final del texto, probablemente sea el género que mejor sabe guardar un secreto. El lector de microrrelatos, viene a decir Ginés S. Cutillas, suele leer dos veces el título: la primera al entrar en el texto, la segunda al salir de él.

Dicho esto, y volviendo al principio de esta página, tenemos que decir que la pieza pertenece a La Guerra (Páginas de Espuma, 2019) de la poeta y narradora Ana María Shua (Buenos Aires, 1951), un volumen que contiene, además de este, ciento treinta microrrelatos más de los que la escritora argentina se vale para mostrarnos un amplio corolario de historias mínimas que transitan por los campos de batalla, por las armas y las guerras de antaño, de ahora y de siempre. Todos los títulos que conforman el libro se aúnan en esa misma dirección. Muchos merodean por esas fronteras de someter al enemigo o de resistir a su ataque. Porque en una contienda todo vale, se lee en uno de ellos: “En la guerra y en el amor, todo vale. Vale embaucar y mentir: el arte de la guerra es el arte del engaño, dice Sun Tzu”.

Ana María Shua ha reunido una brillante colección de piezas narrativas engatilladas sobre el escalofrío que nos provoca toda acción bélica, divida en cuatro bloques: el arte de la guerra, guerreros, armas y estrategias. Cada epígrafe es un enigma a resolver por el lector, que tendrá que dirimir si está en uno de los bandos de una guerra justa, en territorio neutral, o simplemente es un mero espectador. Indudablemente hay una verdad que siempre trasciende: “la historia de un pueblo es la historia de sus guerras”. Algunas de estas narraciones dan indicios de la adversidad que se aproxima, otras solo equívocos, la mayoría, eso sí, ocultan su misterio y la retranca que el lector tendrá que captar. Este libro es todo un epítome, un sumario de todo lo que significa el microrrelato: omnívoro, claramente breve y elíptico, un género exigente para el escritor y para el lector que tendrá que resolver el misterio que el escritor suele dejar en suspenso.

Confiesa la escritora en una de sus entrevistas que el tema de la guerra siempre le pareció un asunto de interés que, en cierto modo, define mucho el tránsito de la humanidad a lo largo de la historia. Esto y las propias razones literarias de poder reunir en un libro distintas maneras de abordar la materia bélica, desde los antecedentes del conflicto hasta sus consecuencias, las víctimas, los agresores, los combatientes, las armas, el territorio ocupado, la memoria escrita y los libros sagrados, son parte del material que la han llevado a concebirlo y, concretamente, bajo el manto del microrrelato. El resto proviene de sus lecturas del mundo clásico, de la Biblia y, cómo no, de la inspiración e inventiva.

Digamos que este libro es eso, un arsenal de historias reducidas al ámbito bélico, intensas y maquiavélicas, salpimentadas con un humor negro y lapidario de las que el lector sale cariacontecido, con una mueca inquietante. Este es un libro nada amable y abiertamente beligerante con la guerra y sus artífices. En estos mariscales, guerreros, héroes y heroínas, en sus sinrazones históricas y aberraciones religiosas, en los vencidos y sus pérdidas, encontramos la sutileza de una escritura dispuesta a señalar las malas artes, la humillación y el espanto de sus acciones. Shua fija también su mirada en los mitos y leyendas levantados en torno a la guerra, desde diferentes prismas, partiendo del título de cada pieza hasta su lectura final, con la idea de comprometer al lector a resolver el enigma de cada relato o, al menos, de que rastree en su engranaje narrativo aquellos detalles no dichos.

Saber elegir nuestras lecturas es tan importante como aprender a sumergirse en ellas. Este libro es una estupenda oportunidad para ello, una ocasión para inmiscuirse, de la mano de una maestra del género, en todo el despliegue argumental de lo indecible de cualquier guerra, la palabra más gruesa, maldita y lamentable de la que la humanidad ha hecho uso en todo tiempo y lugar. Lo que aquí se cuenta no deja de ser un deleite, un goce literario, aunque al cerrar el libro la actualidad del mundo nos devuelva a la cruda realidad, nada libre de amenaza.


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