Un
libro de conversaciones no tiene el rigor hermético de un ensayo. En
su favor, la conversación cobra un interés inusitado cuando, bien
dirigida, alcanza límites que llegan a sobrepasar las expectativas
del lector. Y eso solo ocurre si la conversación campea a sus
anchas, expone la curiosidad del que pregunta, la frescura del que
contesta y, además, tiene la virtualidad de expresar el instante de
un estado de ánimo, de una manera de ver la vida en un momento
concreto de la existencia.
Bruno Monsaingeon
(París, 1943), director de cine, violinista de formación y
escritor, ha realizado y producido documentales de temática musical,
especialmente de intérpretes del siglo XX, de los que destaca uno
dedicado a Glenn Gould.
Igualmente, es autor de un libro sobre Sviatoslav Richter y
este del que vamos a hablar dedicado a la profesora Nadia
Boulanger, en forma de diálogo,
bajo el título contundente y persuasivo de Mademoiselle,
editado hace un par de meses en Acantilado y traducido del francés
por Javier Albiñana.
Este
no es un libro de conversaciones sin más. Dice Monsaingeon
al principio del libro que con Nadia Boulanger
no cabía armar guion alguno, y mucho menos para una mujer de su
talla y valía. Tampoco es un libro de memorias ni, mucho menos, un
ensayo sobre la figura de esta excepcional mujer, profesora por
vocación. Lo que el lector se va a encontrar aquí es con un libro
personal, fresco y expresivo sobre una mujer admirable y vitalista
que se entregó en cuerpo y alma al magisterio de la música, un
texto vívido y ágil por donde transcurren los mejores momentos de
aquellos encuentros que el autor mantuvo con ella en París, a lo
largo de los años.
Asistimos
atónitos al testimonio de una mujer de arrebatadora personalidad, y
al descubrimiento de una entusiasta lectora, muy experimentada en los
clásicos griegos, en Shakespeare,
en Montaigne, o en
pensadores como Bergson
y Cocteau,
a los que cita con soltura.
Boulanger (París,
1887-1979) había nacido en el seno de una familia de larga tradición
musical. Era hija de un compositor y nieta de una cantante. Tanto
ella, como su hermana Lili,
se impregnaron de ese clima musical que ya ninguna de las dos
abandonaría, cada una por su lado. Estudió con el gran compositor
Fauré y empezó,
desde muy joven a dar clases de piano elemental y acompañamiento al
piano. Más tarde se inició en enseñar armonía, contrapunto, fuga
y órgano, y ya desde entonces se instaló para siempre en esa parcela
de la enseñanza de la música.
Dicen
muchos de sus acreditados alumnos, como Menuhin,
Bernstein o Berkeley,
que su estilo era su propio método, o, mejor dicho, su método
consistía en enseñar a partir de un estilo que la distinguía. No
se trata de una técnica ni de un método, el estilo de Boulanger
siempre fue la relación que mantenía y sabía establecer con lo que
enseñaba, a partir de la singularidad de trasladar al alumno el
deseo de saber e interpretar. Paul Valéry
decía de ella: “Es la música personificada”, y, para el poeta,
la música se coronaba siempre con la inteligencia.
Nadie
puede enseñar a enseñar, al igual que nadie, en el fondo, puede
enseñar a aprender, subraya el psicoanalista Massimo
Recalcati. No se sabe cómo se
aprende, no existe una técnica para el aprendizaje. Sin embargo,
Nadia Boulanger
pertenece a esa estirpe fascinante de elegidos poseedores de ese
carisma capaz de transmitir el misterio del aprendizaje, de mostrar y
facilitar el camino. Y en ese sentido, más que preocuparse de
enseñar música a sus alumnos, se obstinaba por enseñar a oír.
Insistía mucho en que la base fundamental de su pedagogía se
resumía en: “oír, mirar, escuchar y ver”. Para ella, el enorme
privilegio de enseñar consiste, precisamente en eso, en “incitar a
quien se enseña a mirar abiertamente lo que quiere y a oír
claramente lo que oye. Ello requiere un entrenamiento muy amplio de
la vida: el conocimiento de las palabras”.
A lo
largo del libro no ceja en volcar toda su sabiduría sobre el
aprendizaje permanente de la vida: “Desde mi infancia estuve
convencida de que había que mostrar curiosidad e interés, pues sin
ambas cosas no existe conciencia posible de uno mismo”. Y añade
más adelante: “Ignoro si es posible enseñar a alguien a
mantenerse despierto. Lo único que sé es que toda persona que actúe
sin sentir interés por lo que hace malogra su vida”.
Yo
no diría que este es un libro de recreación de la vida y
pensamiento de una extraordinaria profesora. Es mucho más. Por estas
páginas recala el amor a la música y, a su vez, la pasión desatada
por la vida, cuya clave reside en la pregunta que Nadia
Boulanger nos lanza: “¿Somos
capaces de desear algo y de mantener viva la capacidad de asombro?”
Este es un libro hermoso, profundo y emocionante que amplifica el
calado de estas dos ideas, un diálogo repleto de experiencias y
pasajes de la vida transferida de una mujer brillante, un hallazgo
que celebro y recomiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario