La
primera vez que pisé el Rastro madrileño se remonta a mediados de
los setenta, en la época que estudiaba COU en el seminario de los
Padres Paúles situado en la calle Tiberíades del barrio de
Hortaleza. En aquella ocasión iba acompañado de uno de mis mejores
amigos y compañero de curso. Allí me compré por dos duros mi
primer libro de Pío Baroja,
Las inquietudes de Santhi Andía,
en la edición barojiana de Caro
Raggio, eso sí, un
tanto descosido. Luego, en años posteriores, me acerqué un par de
veces más a merodear por su emplazamiento y tenderetes, con la idea
vaga de encontrarme con algún tesoro que en ningún caso se produjo,
salvo la suerte de aquel regocijo que me dio el descubrimiento del
escritor vasco, y que originó mi entusiasmo e interés continuado
por su obra.
No
he querido dejar pasar por alto mis impresiones sobre El
Rastro. Historia, teoría y práctica
(Destino, 2018), el libro que Andrés Trapiello
(Manzaneda de Torío, León, 1953) ha publicado hace tan solo unos
meses sobre este emblemático y vivo mercadillo del que muchas voces
críticas, en diferentes medios escritos, se han ocupado en destacar
su valía y calidad con profusión, la del texto y la de su autor, un
escritor de extensa producción literaria, al que no se le resiste
ningún género, un todo terreno en el que no deja de estar presente
ese binomio de literatura y vida que mejor encarna lo más genuino de
su verdadero oficio: la vida como arteria y la literatura como vena
de eterno retorno.
El
Rastro, ese estupendo laberinto sentimental por el que se pasean
curiosos, marchantes y buscadores de gangas, comparte espíritu
aventurero y mercadeo con buhoneros y mercachifles de cosas de
segunda mano, así como vendedores ocasionales que comercian con
trastos y ropas viejas. Por estos lares, nos viene a decir Trapiello,
“cada cosa, como cada ser vivo, habla de modo diferente a aquel que
le interpela”. Y añade, como experimentado en estos lances de
deambular por su trazado de arriba a abajo y viceversa, desde hace
cuarenta años, que “no vamos al Rastro tanto a encontrar cosas,
como a reencontrarnos con ellas”. El nombre le viene del antiguo
rastro de reses muertas, del viejo matadero de Madrid. Dice el
escritor leonés que nunca le ha venido tan bien un nombre a una
realidad que allí parece arrastrada por el paso del tiempo.
En
El Rastro el
lector se sumerge en un texto ensayístico vivo, que bien podría
pasar por un tratado, una crónica, un relato e, incluso, una
enciclopedia viviente, en ese sentido que le da al término
Covarrubias en el
Tesoro de la Lengua Castellana:
“que vale tanto como ciencia universal o circular”, porque en su
libro, Trapiello
trata de enlazar la memoria y el presente haciendo como un círculo
en el que ambas se colman entre sí. Por eso su libro tiene al mismo
tiempo para él algo de autobiografía y cómo no, algo de historia,
teoría y práctica, como deja sentado en el subtítulo de la obra,
así como también se refleja en las páginas de Salón
de pasos perdidos,
por ejemplo, en El gato encerrado
(1990) el primero de sus diarios que arranca de este modo: “Esta
mañana tenía el Rastro esa grandeza de los días de invierno.
Apenas había amanecido y ya estaban desplegándose los primeros
puestos. Todas las cosas que iban extendiendo sobre la acera parecían
oxidadas, chatarra, latón viejo; hasta los libros tenían algo de
escombros”.
Trapiello
es un coloso explorador de este recinto histórico, un asiduo
visitante que se despacha a gusto por todas las costuras y entresijos
que conforman su perímetro irregular, que, como se dice en el texto,
“se parece bastante a una raspa de pescado. La espina central, con
la cabeza en Cascorro, es la Ribera de Curtidores y a uno y otro lado
le van saliendo unas espinas o calles cortas”. Por aquí
transcurren pasajes memorables de vida, literatura y gente
extravagante. Están presentes Baroja,
Blasco Ibáñez,
Gómez de la Serna
y muchos otros personajes que ponen contrapunto a lo que el libro va
compilando con imágenes, fotografías, notas, recuerdos, detalles e
historias menudas de gente anónima y pintoresca de la vida insólita
del lugar.
El Rastro
es un libro importante, que está a la misma altura y excelencia de
otras obras ensayísticas anteriores del autor y que conforman un
referente temático ineludible de la literatura española de los
últimos veinticinco años. Me estoy refiriendo a Las
armas y las letras. Literatura y Guerra Civil
(1994), Los nietos del Cid
(1997) o Imprenta moderna
(2006). El Rastro es
un volumen ilustrado y bien articulado en cuatro partes por donde
transitan la historia, conjeturas y paradojas del lugar y del fondo
inefable de sus cosas, un texto fluido y revelador que, viniendo de
quien viene, posee esa verdad literaria intrínseca que bien podría
resumirse en esta sucesión verbal tan propia suya: “conocer es
recordar, mirar es reconocer, y descubrir reencontrar”.
La
lectura de un libro, como bien dice Fernando
Aramburu,
no consiste tan solo en un acto de desciframiento, sino que también
resulta experiencia subjetiva a partir de un conjunto de estímulos y
revelaciones. Este libro de Trapiello
posee todos esos atributos a los que conviene añadir que goza,
además, de esa suerte tan escasa y tan apreciada por tantos
lectores, que no es otra que la de celebrar un trabajo bien hecho,
bajo esas coordenadas del buen gusto y esmero que da el acabado de un
libro, en una edición impecable, que ya va por la cuarta, y que no
dejará de seguir dando alegrías a quienes alcancen a disfrutar de
su lectura.
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