La
poesía es algo que anda por las calles, decía García
Lorca. Que se mueve, que pasa a
nuestro lado y va a expensas de quien la persigue. Todas las cosas
tienen su misterio, y la poesía, según el poeta granadino, es el
misterio que tienen todas las cosas. Es la casa del ser, apuntaba el
filósofo Heidegger.
No faltará por ahí quien afirme que los poetas, realmente, no son
indispensables. Para esclarecer mejor el asunto, no cabe mejor cita
que acudir a la pregunta que le sugería todo esto a Saramago:
¿Qué sería de todos nosotros si no viniera la poesía a ayudarnos
a comprender cuán poca claridad tienen las cosas que llamamos
claras?
Toda
poesía es, ante todo, un gran caer en la cuenta, que diría Jose
Ángel Valente. Caer en la
cuenta de lo que acontece por las calles, de lo que sucede en el
recinto de lo cotidiano, sus objetos y sus misterios conforman el
leitmotiv de lo que ha venido plasmando en sus libros Itziar
Mínguez Arnáiz
(Barakaldo, 1972) a lo largo de casi veinte años de escritura
ininterrumpida. Desde que publicó La vida me persigue
(2006), su primer poemario, ha mantenido esa inercia creativa de
asumir la experiencia de lo cotidiano como fórmula de destilar su
ámbito poético más genuino. A este debut le siguieron por la misma
senda todos los títulos que fue publicando después, de los que cabe
destacar Cara o cruz
(2009) y Cambio de rasante
(2015), dos poemarios que nacen igualmente de los confines
domésticos. Con el siguiente libro, Que viene el lobo
(2016) gana el Premio
Internacional de Poesía Nicanor Parra,
un poemario desnudo y emocionante bajo el dictamen del tiempo y la
persistencia de lo efímero. Posteriormente vendría Qwerty
(2017), un libro que acrecentaría más el valor de su poesía, hasta
expandirlo con dos nuevas obras: Idea intuitiva de un
cuerpo geométrico (2018) y
La vuelta al mundo en 80 jaikus
(2018).
Acaba
de aparecer recientemente Lo que pudo haber sido
(Huerga&Fierro, 2019), su nuevo poemario, una ventana más que se
asoma a ese universo propio y tan suyo. Itziar Mínguez
vuelve a desentrañar la realidad del mundo que tiene delante de sus
ojos, ese que tanto la anima a tejer el ámbito de sus poemas, a
plasmar lo que concierne a la vida para hacerla un poco más
inteligible, algo más humana y próxima. Reúne cuarenta y seis
poemas donde confluyen piezas breves y con algunas otras, las menos,
de mayor extensión. Compagina la mirada con el pensamiento, para
multiplicar las facetas de la realidad, buscando encontrar en lo
distinto lo igual, y en lo igual lo particular.
¿Qué
es lo que va a encontrar el lector en estos poemas? Por aquí se
filtran la insistencia de lo efímero o el deambular por la ciudad a
través de un mapa interior, como se deduce de estos versos de Los
adioses:
“escribes con el único fin/ de anticiparte a las pérdidas que te
aguardan/ porque la vida es eso/ llegar preparado a cada despedida/
preguntándote quién será el siguiente”. En otros poemas se
balbucean aforismos que comparten la incertidumbre de vivir o se nos
convoca al consuelo, la compasión, el destino: “Lo peor de la
tragedia/ es que está por venir/ lo bueno es que sólo puedes
salvarte/ cuando llega”.
También
se pulsan las pérdidas y ganancias de la vida, ese debe y haber que
la partida doble de toda contabilidad general requiere ajustar: “lo
complicado es saber/ donde colocar cada cosa”. La
vida, una receta,
es el título de un poema en el que se indica la confluencia de tres
de sus elementos más determinantes: “Voluntad/ azar/ intuición”.
Somos nota a pie de página, se dice en otro, pendientes de que
alguien repare en ella: “a quién no le gustaría ser un poco así”.
Quizá el último poema concite la sutileza del título del libro con
la verdad poética de quien lo firma: “Donde dice/ lo que pudo
haber sido/ debería decir/ lo que pude haber sido”.
La
poesía de los actos y de los pensamientos sigue coexistiendo en la
creación literaria de Itziar
Mínguez,
con ese lenguaje de tono sencillo y ligero tan suyo, pero hondo, y
alejado de cualquier materia oscura, con la única preocupación de
mantener los ojos bien abiertos sobre lo que sucede a diario a corta
distancia. Poética a ras de suelo, diríamos, unánime y
comunicativa en su trayectoria, abierta, en la que reflejar la
dimensión del otro, y la verdad de lo que somos.
Hay
quienes aseguran que la poesía está en las cosas y el poeta las
descubre. Leyendo la poesía de Itziar
Mínguez
podríamos decir que esa afirmación se trastoca, es decir, que la
poesía está en ella misma y las cosas se la provocan. Y son las
cosas las que ponen su juego en la vida con la idea de rebasarla.
Los
poemas de Lo que pudo haber sido,
en suma, son ventanas que se asoman al mundo para descifrarlo, para resistir a su monotonía. Uno los lee y nota que lo
mejor que le sucede es que se entiende con ellos, desde esa claridad
con que se muestra el hecho mismo de vivir y su incandescencia.
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