“La
historia de mi abuelo es la mía. Lo es porque refleja perfectamente
mi relación con los lugares, mi forma de juzgarlos y de aferrarme a
ellos. Es la historia de cómo los interiorizo de manera casi
obsesiva. Pensaba que el origen de mi interés estaba en la lectura
de otros autores y ahora me doy cuenta de que debía echar la vista
un poco más atrás. Tenía que remontarse a una historia que había
escuchado en miles de ocasiones, aunque mi padre me la explicara una
sola vez”, escribe Álex Chico
(Plasencia, 1980) en las páginas finales de Los cuerpos
partidos, su última novela
que acaba de publicar la editorial Candaya en su colección de
narrativa.
Con
un entramado argumental que transita entre la memoria real y la
memoria inventada, esta novela de ensayo ficción, como le gusta
denominarla a su autor, una forma híbrida, fronteriza y heterogénea
de abordar un relato que aglutina ficción, memoria, crónica, ensayo
y diario de viajes, acomete la reconstrucción de un ser ausente: la
historia de su abuelo, ya fallecido, al que no conoció. Toda
biografía, como ocurre en la salida de un laberinto, arranca, en
primer lugar, con el inicio de un desplazamiento, de una búsqueda,
como así deja escrito Vicente Valero
en su libro Los Extraños,
un texto que aquí encuentra sus resonancias. Viene a decirnos que lo
que importa de la búsqueda de la vida de un ser ausente, por muy
lejos que haya podido estar de uno, hay que encontrarlo en las
huellas y cicatrices que han permanecido a lo largo del tiempo, más
que en los recuerdos, porque estos podrían, incluso, no existir.
Precisamente
es ese el epicentro del libro: la
indagación personal, la búsqueda de la figura del abuelo
desconocido, pero muy presente en el credo y el ámbito familiar.
Álex Chico así lo
deja dicho en la nota final del libro: “Los cuerpos
partidos es, en buena
medida, una narración oral consignada por escrito”. Pero también
es una reflexión sobre una época, allá por los años sesenta del
siglo pasado, en la que muchos españoles partieron rumbo a otros
países de Europa en pos de un trabajo, de un sustento familiar que
en su tierra baldía y yerma era imposible de albergar esperanza
alguna, una representación de una realidad del pasado donde se aúnan
el desarraigo, el desplazamiento y la esperanza de mejora que toda
emigración concita: “Nadie emigra sin que medie el reclamo de una
promesa”, en palabras de Magnus Enzensberger,
que en el libro se cita.
Cualquier
migración desencadena conflictos, independientemente de la causa que
la haya originado, de la intención o necesidad que la mueva, así
como de su carácter voluntario o involuntario que la impulsa, como
apunta el narrador, a los que se añade un buen número de obstáculos
que todo desplazado tiene que sortear: nuevas condiciones de vida,
adaptación a un lenguaje extraño o restricciones sociales respecto
a los otros: “No existe un solo relato para la emigración, ni una
única lectura que pueda resumirla completamente”. En este
contexto, cualquiera, como su abuelo, con suerte, aspirará a
regresar a su tierra cuanto antes para recomponer su vida y dejar de
sentirse invisible: “Fueron para unos meses y se acabaron quedando
varios años. Fueron para unos años y no volvieron hasta unas
décadas más tarde. Ese era el peaje, la consigna no escrita: un año
más y después otro distinto”. Aun así, muchos no regresaron.
Álex Chico
prolonga su calidad literaria que ya iniciara con Sesenta y
cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas
(2016 y Un final para Benjamin Walter
(2017). En Los cuerpos partidos
hay un itinerario, un trayecto que también emprende el propio autor,
desde el propio seno de la creación literaria, en busca de su
personaje, Manuel Chico Palma,
que dejó Belicena, una aldea granadina para poner rumbo a
Bousbecque, una pequeña población francesa, con la finalidad de
escribir la crónica de la historia que andaba inmersa en su cabeza a
la espera de poder emerger para ser compartida. La vida es algo
holístico, y no menos la literatura. Todo es materia narrativa. Y es
esa materia la que facilita el arranque poderoso de esta historia que
escribe Álex Chico,
un relato con ese gancho verosímil que le lleva a poner en
funcionamiento su maquinaria interior para favorecer que lo indecible
pueda ser decible.
Los cuerpos
partidos se une a esa
trayectoria fecunda en madurez y estilo de sus obras anteriores. Su
prosa límpida y su mestizaje de géneros, encuentra un sello propio,
gracias a su buen manejo de las posibilidades del juego narrativo,
ese que da la ficción como amplitud de engranajes de la realidad
para cristalizar un universo literario. El suyo se asienta con mucho
oficio y determinación en la memoria, el lugar y los límites de la
creación literaria.
El
autor, consciente del artefacto literario que ha puesto en marcha, en
el que la realidad no se opone a la ficción, y en el que la
hipótesis y la conjetura se muestran propicias a plasmar la
naturaleza de su tentativa literaria, viene a decirle al lector que
elija cómo quiere nominar a esa realidad que está leyendo. Esa
misma que tanto nos abruma y que, sin embargo, exigimos a los libros
que leemos, sin importar su forma literaria.
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