sábado, 11 de enero de 2020

Leer con el cuerpo


Joan-Carles Mèlich (Barcelona, 1961) es licenciado en Filosofía y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Barcelona. En la actualidad, ejerce de profesor titular de Antropología y Filosofía de la Educación. Es autor de un buen número de obras ensayísticas sobre filosofía, ética y educación. Su pensamiento filosófico transita sobre todo en torno a la cuestión ética. Su obra, en gran medida, gira sobre las diversas formas en que se presenta la filosofía, especialmente, en su expresión simbólica, mítica y ritual. La educación es un campo fundamental en su quehacer docente y uno de los temas más significativos de su obra, así como la memoria y el testimonio. Entre sus publicaciones destacan La educación como acontecimiento ético (2000), Filosofía de la finitud (2002), La lectura como plegaria (2015) y, también, La prosa de la vida (2016).

Con su nueva propuesta, La sabiduría de lo incierto (Tusquets, 2019), Mèlich incide en el valor de la lectura y la felicidad de leer. Nunca nacemos huérfanos, dice al respecto. Y lo explica afirmando que traemos con nosotros mismos una biografía conformada por voces y relatos anteriores a nuestra existencia, una biografía literaria: “No podemos dejar de ser herederos, venir al mundo es recibir una herencia literaria, una herencia narrada, la herencia de una biblioteca”. Es más, y esto es algo que se percibe a lo largo de todo el texto, hay un denominador común que se subraya: “los libros también nos leen a nosotros mismos”. La lectura, viene a decirnos, no nos dará sobreabundancia, sino más bien vinculación. Y tal vez por eso nos deja entrever que nunca aprendemos a leer, porque leer lleva una vida.

Mèlich es un filósofo, pero también un escritor en busca de la eficacia de la palabra, con la misma pasión de desarrollar una idea que de volcarla a través de las palabras necesarias. Y en este sentido, prefiere el texto fragmentario donde desplegar mejor el soplo semántico de sus ideas que la retórica extensa del tratado. Prefiere el ensayo acompañado de la estética de una prosa clara y porosa que cualquier otro estudio alambicado o metafísico. Lo que el lector del libro va a comprobar es que el autor le habla con proximidad de la lectura como experiencia vital, es decir, cómo esta incide en lo concreto, cotidiano y corporal de nuestra condición humana. Y añade que, cuando el placer de leer, el placer estético, su deleite sensual y emotivo llegan a quien cultiva la buena lectura, la recompensa es maravillosa, de una satisfacción intelectual útil, fecunda.

De alguna manera, hay un déjà vu de la lectura, como dice Antonio Basanta: ese reconocerse en una palabra, en una frase, en una descripción, en una idea. Como si ese sentir de lo que se cuenta en lo leído lo hubiéramos experimentado ya nosotros de una manera vaga e inconcreta. Y así, conforme vamos avanzando en el libro, esa sensación no se pierde, porque hay un empeño decidido del autor de que no despeguemos de una de las tesis fundamentales del texto: la lectura ligada a la curiosidad como parte importante en la búsqueda del conocimiento. Pero también subyacen dos asuntos muy ligados entre sí, una doble pregunta que fundamenta la lectura: ¿Por qué y para qué leer?

Leemos porque leemos”. El reino del lector no es el reino de la identidad sino el de la metamorfosis. No se lee, nos dice Mèlich, esperando obtener la respuesta de quiénes somos, sino para ver lo que nos pasa. Todos los que amamos los libros sabemos que no leemos para tratar de ser mejores personas, sino para ser más, o para ser de otra forma. Es decir, que al leer un libro lo que esperamos encontrar en él es nuestra propia vida. Aún más, no queremos tener una sola vida sino muchas vidas. Y los libros hablan de nuestros deseos: “Al lector le puede sobrevenir lo mejor o lo peor. Siempre que abrimos un libro o que volvemos a él, siempre que lo recordamos, surge una inquietud: ¿qué va a pasar ahora? La respuesta es la misma: lo ignoramos”.

La primera parte del libro gira en torno a esa idea de la herencia de una biblioteca que viene conformada por la tradición transmitida del recuerdo vivo de las narraciones y de los hechos y personajes que se han ido incrustando en nuestra piel, podríamos decir, poblada de símbolos, llena de resonancias, de referencias de autores clásicos como Platón, Descartes, Montaigne, Dostoievski, Kafka, Zweig y otros muchos de lecturas venerables, como así las designa el autor. En la segunda parte, el enfoque se orienta hacia la condición lectora y, por tanto, más centrada en la interpretación y en lo no dicho. Es necesario subrayar, como indica el autor, que lo no dicho es tan importante como lo dicho, que la lectura no se limita a ver lo que dice el libro, sino también a vislumbrar lo que no está en él escrito. Es lo que viene a confirmar otra de las tesis que sostiene el libro: toda lectura inquieta porque abre un universo de incertidumbre.

Podemos afirmar que La sabiduría de lo incierto es también un compendio aforístico entretejido dentro de un trabajo ensayístico bien armado, rebosante de alegría y perspicacia, inteligente, jugoso. Un libro que provoca una profunda reflexión sobre el valor de la lectura y sus entresijos, no como poder, sino como ámbito de aprendizaje e interpretación en el que el cuerpo se implica, como se dice al final del mismo: “porque leer es acariciar, y la caricia no sabe lo que busca; espera, pero no sabe lo que espera”. El resultado de su lectura confirma que estamos ante un libro ameno, convincente y oportuno.


No hay comentarios:

Publicar un comentario