Nunca
se sabe cómo vivir. No hay un único sentido que dé razón de lo
que es vivir. A diferencia de lo que es el mundo, que viene ya
conformado, la vida no tiene por qué asumir esa herencia dada, al
contrario, no hay formas de vivir ya diseñadas. Heredamos la
historia colectiva, pero nuestra exégesis personal contradice la
versión impuesta. La soledad de cada cual contiene una historia en
la que cabe todo un mundo. Por tanto, salirse de lo establecido es un
proceder que requiere apartarse del mundo, para encontrar otras
respuestas, otros caminos, incluso llegando a pensar un día que hay
que huir del mundo para poder realizar nuestros sueños y anhelos más
personales.
Toda
esta interesante reflexión es algo que se ha venido dando a lo largo
de la historia de cualquier época. En Pequeño elogio
de la fuga (Alfabeto,
2019), del ensayista y sociólogo francés Rémy Oudghiri
se recoge una amplia gama de respuestas que dieron grandes escritores
y artistas a esa consideración filosófica. El apartamiento del
mundo, que cada uno de ellos llevaron a cabo a su forma, supone
descubrir que alejarse del mundo es otra manera, la más personal, de
iniciarse en él verdaderamente, de encontrarse más a gusto con ese
universo en el que el yo se interrelaciona con todo lo que le
importa, huyendo de la multitud.
“¿Quién
no ha sentido, al menos una vez en su vida, un deseo acuciante de
apartarse del mundo?”, se pregunta Oudghiri
en los prolegómenos del texto. Y continúa: “En momentos de
desconcierto y desánimo, ¿quién no ha soñado con dejarlo todo,
con salirse del juego y desaparecer?[...] ¿Cómo se llega a pensar
un día que hay que huir del mundo para poder realizarse? En estas
preguntas se encuentran el trazado existencial que sostiene la
esencia de este interesante ensayo, una invitación para tratar de
comprender mejor en qué consiste esa irresistible atracción que
produce el gesto de ruptura con el mundo, ese huir para aproximarse a
uno mismo, poner distancia con el resto para entenderse mejor a sí
mismo.
Por
aquí se asoman las vivencias de Petrarca,
que optó por huir de la multitud para aspirar a poner un poco de más
coherencia en su vida. También nos topamos con Rousseau,
que enfatizó que huir deviene en un renacimiento, un camino que
conduce a la verdad individual. Para Tolstói,
la huida consiste en un escape, en una forma de emanciparse. A
Flaubert y
a Guaguin
la huida les llevará a un vislumbre y obstinación en el arte de
escribir y pintar, respectivamente. Para Emmanuel Bove,
vivir fuera del mundo significa instalarse en una fuente de dicha.
“Huir, huir sin parar”, escribe Le Clézio,
para insinuar que ese escape es una danza en pos de la luz. Llegamos
a Pascal Quignard,
que entendió que toda vida intensa se consolida al margen de la
sociedad.
En
otro apartado de la obra se habla de la relación de la huida con la
felicidad. En ese sentido se insiste en que la huida posee un hálito
revelador que nada tiene que ver con la debilidad o la cobardía,
sino que puede llegar incluso a transformarse en impulso creativo.
Cuando la huida lejos del mundo nos conduce de vuelta al mundo,
entonces se trataría de un empeño estéril. El ámbito de la
imaginación constituye, en palabras del autor, el refugio ideal, el
lugar propicio, porque en él nada nos impide recorrer con libertad
el espacio relegado que, en principio, parecía reservado a nuestros
sueños.
Estas
son algunas de las reverberaciones de la vida de un buen número de
artistas que optaron por apartarse del mundo, fugarse en pos del
recogimiento a esa estancia personal donde suceden muchas
revelaciones. Decía Emerson
que el hombre grande es el que en medio de la muchedumbre mantiene
con perfecta mansedumbre la independencia de la soledad. Todo lo que
trasciende por las páginas de esta obra de Oudghiri no
hace más que confirmar que la huida en sí es vastísima,
enciclopédica, y depende del tipo de prófugo que la emprende.
Cruzar ese umbral conlleva propiciar un desvelamiento fascinante,
como sostenía Cioran:
«Solo
quien se pone al margen de todo, quien no hace lo que los demás,
conserva la facultad de comprender realmente».
Pequeño elogio de
la fuga es un ensayo ameno,
breve e incisivo, un viaje hacia el descubrimiento de ese yo
fugitivo, un libro que alumbra ese afán de huida que anda latente en
nosotros toda la vida, como así lo ha venido recopilando la historia
de la literatura, y así lo recoge Rémy Oudghuiri al
final del epílogo de su brillante trabajo: “El secreto que la
literatura nos transmite desde hace siglos es que huir del mundo,
lejos de sellar nuestro destino al excluirnos, en realidad nos acerca
a él”.
Dice
César Aira que todo
el trabajo del ensayista se resume en el hallazgo del tema antes de
ponerse a escribir. Aquí debo decir que Oudghiri
lo tenía bien urdido y acotado. Y podemos suponer, con tranquilidad,
que dijo toda la verdad sobre todas las cosas sobre las que valía la
pena hablar sobre el gesto de romper con el mundo para aproximarse
mejor a él.
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