Conviene recordar que Zagajewski es autor de una importante producción poética. Buena parte de ello son, entre otras, los poemarios Ir a Lvov (1985), Tierras de fuego (1994), Antenas (2005), Deseo (2005) y Asimetría (2017). Para él, la literatura difiere de la vida en que la vida está, mayormente, salpicada de detalles acumulados y raramente nos encamina hacia ellos. La literatura, independientemente del género en que se dicte, viene a decirnos en su nuevo libro, nos enseña a observar, porque en el proceso de creación ya se ha encargado de solucionar los detalles que le convienen para armar su artificio. Esta reflexión suya tiene mucho de dialéctica, y como diría el crítico James Wood, lo asombroso es lo que la literatura no deja de hacer y no es otra cosa que llevarnos a que nos fijemos más en la vida, que ensayemos en la propia vida, "lo que a su vez nos hace mejores lectores de los detalles de la literatura, que a su vez nos hace mejores lectores de la vida. Y así sucesivamente".
Todo
lo que trasciende por estos apuntes es lo propio de un artista
consagrado a su oficio, esa adicción a su propio universo creativo,
que no escapa del vacío y se vuelve hacia la espiritualidad, algo
que a Zagajewski
le sacude y, al mismo tiempo, le empuja a pensar y a escribir sobre
su significado: “Sin contar a los teólogos, soy uno de los últimos
autores que utilizan de vez en cuando el concepto «vida
espiritual».
En los tiempos que corren, en el mejor de los casos se habla de la
imaginación. La imaginación es hermosa y abarca muchas cosas, pero
no todo […] Pero ¿qué son el espíritu y la vida espiritual?
¡Ojalá fuera yo más ducho en definiciones! Robert Musil sostiene que el espíritu es síntesis del intelecto y la emoción".
El
lector asiste a un streptease de alguien que cuenta con soltura episodios de su vida, la suya y la
de los demás. Pero en este caso, el autor también nos aproxima a la
desnudez de su escritura y a los entresijos del proceso creativo
compartido con los que, por alguna razón, saben en que anda metido,
su historia personal, su oficio y el alma polaca que lleva siempre
consigo: “Los escritores del mundo occidental llevan anunciando el
fin de la vida burguesa. En cambio, en Polonia, desde hace mucho
tiempo el tema principal es la debilidad de la clase media”, leemos
en una de las entradas del libro.
En
estos diarios sobresale el genio fluido de un narrador que habla
despojado de retórica, pero implacable, directo y serio, a veces
recio y trascendente, al que no le importa verter sus vivencias con
humor y cierta ironía moralista. Una
leve exageración
es un libro fecundo, inteligente y próximo al entendimiento del
lector, que muestra la experiencia de compaginar la escritura y la
vida de su autor. Adam Zagajewski
encuentra en el terreno fértil de la memoria y los recuerdos el
cauce propicio para explorar los límites de su escritura y, al
propio tiempo, sofocar sus obsesiones más profundas: “Sólo el
arte tiene la capacidad de dar consuelo”, subraya.
Por
estos cuadernos aparecen también lecturas y opiniones acerca de
importantes escritores polacos del siglo XX que se alternan con otros
tantos del resto de Europa como Proust,
Kafka,
Cioran
o Antonio Machado,
uno de sus autores más apreciado. Probablemente sea este el libro
que más reflexiona sobre la escritura, la poesía y la creación
artística de toda su producción, el que mejor expone su
opinión de las vanguardias literarias, el que mejor
refleja su entusiasmo vital y permanente por la música: “La música
nos recuerda qué es el amor. Si alguien lo olvida, que escuche
música”, sentencia.
Una leve exageración es un libro seminal, hermoso, salpicado de un mordaz sentido del humor, un texto que refleja la visión humanista de su autor. En ella hay implícita una enseñanza, una intencionalidad no dicha que nos hace pensar que estamos ante un escritor que observa el mundo con una mirada sutil y serena, capaz de contagiarnos el placer de leer, el gozo de lo cotidiano y, especialmente, el sabio interés de acometer la realidad en el lugar intermedio, equidistante de la exageración y de la atenuación de las cosas: "Siempre tenemos que aumentar o disminuir lo que observamos, lo que nos sucede, lo que nos hiere o nos produce alegría".
Adam Zagajewski pertenece a esa estirpe elegante de escritores que, estando vivos,
parecen clásicos, porque, cuando uno los lee, sus textos concitan a
la calma, a la reflexión y, cómo no, al subrayado.
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