Digamos que hay escritores que destilan literatura a raudales, como los que hemos señalado, no solo por sus libros y su apariencia física, sino hasta por la manera de vivir y sentir su propia existencia, que se desdoblan en un yo físico y en un yo metafórico, formado de palabras, de frases y de citas reales o inventadas. Vila-Matas pertenece igualmente a este grupo reducido de artista, un hombre libro, literato, egregio y gran embaucador que transita liviano por el mundo de las letras con la única ambición de escribir siempre, y que no puede dejar de hacerlo, que sabe que escribir significa detenerse, demorarse, deshacer, repetir, que escribe para escribir, no para haber escrito y publicado.
Todo ese universo literario que rodea al escritor barcelonés está muy presente en Ese famoso abismo (Wunderkammer, 2020) un libro en el que recoge las conversaciones que la filóloga, escritora y periodista Anna María Iglesia (Granada, 1986) mantuvo con él durante varios meses, con muchas revelaciones curiosas, cuando no sorprendentes. Una de las más llamativas para Iglesia se refiere a que Vila-Matas sea un escritor que está en la literatura para saber quién es e indagar sobre sus propios límites, con la voluntad de aventurarse a nuevos terrenos para experimentar. Terrenos complejos y arriesgados que le han supuesto explorar desde el vacío hasta el abismo, eso sí, con una advertencia: “No nos engañemos, escribimos siempre después de otros”. Desde sus comienzos literarios él se ha planteado con frecuencia el viaje interior a sí mismo, un trayecto que nos lleva a su Ítaca, su mundo literario, como una infinita excursión circular.
A lo largo de estas conversaciones descubrimos sus gustos y simpatías literarias por autores tan grandiosos como minoritarios, de la talla de Perec, Walser, Bolaños o Pitol. Ningún artista soporta la realidad, y menos Vila-Matas. Los lectores fieles a su singularidad tenemos una oportunidad más de comprobar en estas conversaciones tan vívidas que Anna María Iglesia sostiene con el autor de Bartleby y compañía cómo la imaginación y la inventiva de la que hace gala el escritor catalán nos empujan a creer, como auto de fe, en su obra literaria y nos concita a una pregunta retórica: ¿Y si todo lo escrito por Vila-Matas pasara? Lo mismo que la mejor ficción, tal vez ofrezca otra posibilidad más compleja y ambigua. La creación vilamatiana es un experimento y una creencia. Otra de sus convicciones que no deja de resaltar es “el esmero en el trabajo”. Para él es “la única convicción moral del escritor”.
Ese famoso abismo es un libro ágil y sugerente, estructurado en ocho capítulos muy llamativos. En el primero de ellos, Por qué escribir, encontramos esta revelación de Vila-Matas sobre el tipo de narrador que le gusta, que no es otro que aquel que baja al ruedo y prolonga “aquello que siempre ha estado en juego en la literatura, la exploración de ciertos abismos”. En otro titulado La poética del fracaso pone el acento en la impostura como trama novelesca, un asunto que destaca en su novela Doctor Pasavento, o en Aire de Dylan, donde el concepto de fracaso va de la mano de la figura indolente de Oblomov, como una manera de apartarse del mundo.
En el meollo del libro se condensan dos de sus apartados más determinantes del volumen y del sentido literario de la escritura de Vila-Matas: Escritura bisagra y El arte de desaparecer. En el primero destaca la importancia de introducir citas en el texto. “Las citas –confiesa– de algún modo me servían para dar cuerda al reloj que estaba en el fondo de cada una de mis novelas”. En el otro, muy presente en su novela El mal de Montano, se incide en la propia cita de Blanchot con la que abre el libro que dice: “¿Cómo haremos para desaparecer?”, como le ocurre también al doctor Pasavento que aspira a desaparecer, pero vive anclado en el texto, incapaz de salir de él.
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