Todo este enclave imaginario y las metáforas que surgen del mismo se aúnan en la nueva novela de Javier Moreno (Murcia, 1972), que cuenta la historia de un escritor aturdido por una serie de circunstancias personales que confluyen entre sí y que reflejan mucho de lo que bulle en su escritura y en su propia vida. Unos hechos casuales y amenazadores abarcan toda la cartografía de su existencia: amor, deseo, rutina, quietud, fatalidad, cambio y aspiraciones. Null Island (Candaya, 2019) relata el trastorno por el que atraviesa su narrador, una persona porfiada consigo mismo y vulnerable que cree ver coincidencias en todo lo que le sucede, como si los desajustes que le ocurren se interpusieran también en su empeño obstinado de escribir una novela sin personaje.
Lo primero que podríamos decir es que estamos ante una novela que despliega en sus páginas un viaje interior. Null Island se sumerge en una narración ensayística en pos de alcanzar las coordenadas que den respuestas a un narrador apesadumbrado, partiendo de una trama que se podría resumir de la siguiente manera: un escritor con problemas de erección viaja a un congreso literario en Soria y, a pesar de amar a su novia, se encapricha allí de una chica más joven que él. Más allá de este encuentro azaroso, lo que en verdad percute en toda la novela son las reflexiones entre vida y literatura que el narrador examina y exhibe: “Siempre he sido un escritor de enviones, de raptos creativos más bien efímeros. Mi literatura es básicamente un cúmulo de intensidades”, dice en una de ellas. “Lo cotidiano es el meollo de los días –dice en otra–, el dragón agazapado al que preferimos no despertar”.
A lo largo de un monólogo intenso, la voz narrativa se encamina por la cuerda floja de la experiencia, como si tratara de salvarse del abismo: avanza y retrocede, duda y se reafirma para no caer en zona pantanosa, se permite igualmente requiebros que sorprenden al lector, que no cuenta incluso con la certeza de saber a qué destino va a llegar su aventura literaria. La verdad es para él una exageración. Y eso mismo le ayuda a expandir y compartir la apertura de un tiempo suspendido en el que la realidad se condensa en cada episodio de su vida privada que toma en consideración, a sabiendas de que “ser escritor es, en definitiva, habituarse a una máscara. O mejor, no a una sino a muchas. Por qué conformarse con un solo narrador –subraya–, cuando todos llevamos dentro docenas y docenas de narradores”.
El escritor Gustavo Faverón hace una brillante lectura de esta novela en una reseña aparecida en Revista de Letras destacando entre otras muchas cosas la importancia de que estamos ante un relato que funciona como “un espejo en el que no se refleja la verdad ni la realidad, sino la ficción”. En su conjunto, Null Island aglutina una historia de amor y soledad en consonancia con los reveses de la propia vida y el retiro exigente a que obliga la creación literaria. En esa misma soledad tiene cabida su contrapunto, ese que el mismo narrador se cuestiona por cuánto tiempo mantener hasta mudarse al lado invisible: dejar de figurar y guardar silencio.
Sintonizo igualmente con el escritor peruano en esta otra audaz reflexión suya acerca de lo que discurre por el entramado ondulante de la novela: “Null Island –dice Faverón– nos hace sentir personajes de ficción y, cuando eso pasa, el destino de los personajes de la ficción nos duele personalmente, porque nos damos cuenta de que no somos diferentes, que somos solo tan reales o tan irreales como ellos y que esa irrealidad de fondo es la que nos deja solos: nuestra soledad es nuestra irrealidad”. Por todo ello, podemos afirmar que la novela de Moreno repara en ese saber estar a solas como requisito indispensable para saber estar con los otros. De ahí que el narrador no prescinda de estar a solas porque tiene mucho que decirse a sí mismo o a los demás.
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