Para
todo consumidor de libros que se precie de buen lector, el nacimiento
de un nuevo sello editorial se le presenta como una noticia que no
debe pasar desapercibida para sus intereses, sobre todo, porque el
hecho en sí se convierte en una oportunidad más de tener otras
posibilidades de sumar hallazgos literarios que de otra manera
dormirían, probablemente, en el cajón del olvido.
Hace
un par de semanas se presentó en Madrid Círculo de Tiza, un
sello independiente que salta a la palestra en un momento difícil y
complicado de la realidad editorial española y, a pesar de ese
handicap, apuesta por hacerse un hueco en el género de la crónica y
el periodismo literario. Eva Serrano, su valedora e intrépida
editora, cree que la gran literatura del siglo XIX y XX se escribió
en los periódicos, o lo que es lo mismo, la crónica periodística
de Azorín, Ortega y Gasset, Julio Cambas y
demás es literatura en estado puro pegada a la calle, que interesan
al lector curioso. Retomar esa senda y espíritu es el objetivo de
Círculo de Tiza, una editorial que se marca como meta
publicar títulos recurrentes sobre los secretos del oficio de
escribir.
Uno
de sus primeros lanzamientos que circula ya por las librerías es
una recopilación de artículos y conferencias de la escritora y
periodista argentina Leila Guerriero (Junín, 1967) bajo el
título de Zona de Obras,
un volumen en el que su autora reflexiona sobre su trabajo
periodístico, sin aspavientos, pero con el tesón y entusiasmo de
quien cree a pies juntillas en lo que hace, de quien apuesta por la
crónica como literatura.
La
literatura, se publique en libro o en prensa, aspira a lo eterno, a
superar lo efímero, a no tener fecha de caducidad. Es consustancial
al periodismo que toda publicación informativa pierda interés al
tiempo que pierde vigencia, esto es incuestionable. Pero hay un
periodismo que, sin abandonar la noticia, sin alejarse de la
actualidad y aplicando la investigación exhaustiva, deriva en
literatura, con la intención de permanecer en la memoria del lector
y ser fuente de próximas lecturas. El libro de la sudamericana
Guerriero
pertenece a ese club de escritores de la talla de otros paisanos
suyos, como Roberto Walsh y Martín Caparrós
o el mexicano Juan Villoro
que llevan la crónica como bandera literaria de un género
periodístico solo al alcance de reporteros de raza. Porque lo que
tiene de particular una buena crónica es que cuente hechos
verdaderos con las herramientas de la ficción.
Zona
de obras es una lectura
recomendable y útil para todo aprendiz del género periodístico,
que reúne textos breves y magistrales sobre el proceso creativo de
la crónica y los riesgos del oficio del escritor de reportajes.
Leila Guerriero
no cree que el periodismo sea un oficio menor, una suerte de
escritura de segunda mano y abre su volumen con una nota preliminar
para responder a tres preguntas fundamentales: ¿Para qué
se escribe?, ¿por qué se escribe? y ¿cómo se escribe?
Más adelante subraya la periodista que solo si una prosa
intenta tener vida, tener nervio y sangre, un entusiasmo, quien lea o
escuche podrá sentir la vida, el nervio y la sangre: el entusiasmo
(pág.42). Viene a confirmar Leila
que el periodismo narrativo se construye sobre el arte de mirar,
rastrear y encontrar la historia, más que sobre el arte de hacer
preguntas o de tener que inventarlas, ahí está el quid de la cuestión,
porque las noticias mejor contadas son aquellas que revelan, a través
de la experiencia de la búsqueda, todo lo que hace falta saber.
Zona
de obras es un volumen
repleto de sorprendentes páginas, un libro recopilatorio que ayuda
al lector a comprender cómo se arma una crónica literaria y entender mejor el verdadero oficio y
vocación del periodista, un ejercicio que requiere arrojo e investigación y, sobre
todo, talento en la composición.
Leila
Guerriero es una
escritora tocada por la gracia de su audacia, que no renuncia a la
esencia del oficio como los buenos cronistas de su estirpe para decir
lo que sabe, sin acudir a la impostura del invento para alimentar sus
reportajes. Ella no sugiere, solo indaga con la fe puesta en la magia
de la palabra, la única capaz de hacer trascendente y perdurable
cualquier noticia. De esa tozudez y precisión de estilo nacieron dos
de sus mejores crónicas literarias: Los suicidas del
fin del mundo (Tusquets,
2005) y Una historia sencilla
(Anagrama,
2013).