Cada
obra de imaginación literaria genera su propia verdad que no tiene
por qué coincidir con la de curso legal por la que transitamos a
diario. Los libros no enseñan a vivir, tan solo se aproximan a la
exigencia de la vida. La obligación de las novelas es enseñarnos a
soñar con otras cosas, ser ámbitos de libertad en donde se entra y
se sale con absoluta independencia. Lo que debemos pedirles es que
exploren por nosotros todos los universos estéticos y morales
posibles.
Para
llegar a sentir lo que la literatura tiene de experiencia personal de
la vida, muchos lectores han tenido que olvidarse de todo lo que
tenían de obligatorio aquellos primeros libros que hablaban de la
historia de la literatura y que tanto contribuyeron a su formación
literaria posterior, así como en que encuentren criterio propio a la
hora de afrontar cualquier lectura.
Rafael Reig
(Cangas de Onís, 1963) es uno de ellos. Con sus Señales
de humo (Tusquets, 2016),
un manual en forma de novela, o novela en forma de manual, viene a
dinamitar algunos momentos estelares de la historia de la literatura
castellana, poniendo mecha a algunos actores y obras de aquella
versión escolástica de entonces. Ahora, con este nuevo Manual
de literatura para caníbales,
el escritor asturiano viene a confirmar que es tiempo de buscar un
texto alternativo que narre a la vez las consecuencias de una
concepción de la literatura que sea inseparable de la lectura
crítica, desde la propia noción de la literatura, desde la óptica
de los que la escriben, así como desde la propia naturaleza
intelectual que encierran sus mitos.
El
narrador y protagonista de la historia es un catedrático de
literatura extravagante y lunático, que anda recluido en un
sanatorio mental desde donde construye sus peripecias para viajar en
el tiempo desde el medievo europeo hasta el Siglo de Oro español,
para conocer a reyes y escritores, recordando sus animosas clases del
instituto. Martín
Belinchón, trasunto del
profesor Rafael Reig,
vive sus escapadas de manera animosa y radical. Sostiene que la
historia de la literatura se corresponde también con esa dialéctica
de lucha de clases entre la cultura popular y la alta cultura:
“Clerecía contra juglares, poetas de corte y poetas de calle,
auctores
y anónimos, cronistas y bufones, intelectuales y cómicos de la
lengua, académicos galardonados y novelistas sin suerte” (sic).
En
Señales de humo
hay un despliegue imaginativo e ingenioso por el bosque de la
literatura española en un ejercicio erudito de espeleología
creativa y crítica, que va recorriendo las diferentes obras
clásicas, desde las jarchas mozárabes, El libro de
Buen Amor, La
Celestina y El
Lazarillo, hasta Cervantes
y Lope de Vega, los
dos representantes más ilustres y controvertidos de las letras
españolas de todo el Siglo de Oro. Viene a decirnos Reig,
por boca de su desvalido y entusiasta profesor, que la literatura
española no comenzó como otras con un descomunal poema épico
nacional, sino con seres abandonados al romance amoroso y al disfrute
carnal que se citaban en las afueras de las casas, ocultos en la
penumbra.
Uno
de los riesgos asumidos por Reig
en este libro es que, convertir la Historia de la Literatura en una
novela, llamémosla de tesis, acarrea sus problemas y sus
consecuencias. El maniqueísmo entre los buenos y los malos es una de
ellas. La dialéctica expuesta entre autores populares, como el
francés Francois Villon,
y autores solemnes, como el italiano Petrarca,
a los que dedica extensos e interesantes capítulos, resulta, al
menos, paradójica e incluso manipuladora. Pero está claro que en
esa polémica, ya tradicional, que genera lo popular y lo culto
es
donde verdaderamente radica la gracia y el interés de esta
chispeante obra.
Señales de humo
es una novela apasionada y heterodoxa, un buen libro, erudito y,
sobre todo, provocador, que destila humor y tradición, al mismo
tiempo que espíritu crítico, que desafía a cualquier canon oficial
desconsiderado con la literatura popular, y que viene a decirnos que
un libro clásico solo lo es cuando trata de nosotros, los que lo
leemos siglos después.
Rafael
Reig
nos entrega una estupenda novela, fresca, combativa, sarcástica y
ambiciosa, que defiende un posicionamiento radical en lo político y
lo estético frente a la historia de la literatura que, a su vez,
tiene correspondencia con la pasión irreductible que volcamos sobre
los libros y la responsabilidad crítica a la hora de interpretarlos.
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