martes, 11 de julio de 2017

Conjuro poético

Dice André Gide que no hay obra de arte sin colaboración del diablo. El demonio es la tentación, y el arte es la acción del hechizo. Por esta regla, es imposible que haya un arte moral, un arte de acuerdo con la costumbre de lo establecido, porque lo que fascina es lo extraordinario, lo prohibido. No hay poesía sin la colaboración del demonio. No hay belleza sin perversidad. De esto sabían mucho los griegos, y los padres del Renacimiento sabían bien que no era posible una belleza religiosa sin transgredirla con la presencia del pecado.

Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964), poeta, articulista y editor, autor de una veintena de poemarios y ensayos, publica ahora en paralelo La alegría de lo imperfecto (Trea), un estupendo volumen de aforismos endiablados y El baile del diablo (Renacimiento), un poemario confesional, escrito entre 2004 y 2017, marcado por la presencia de sus demonios existenciales, un libro que aspira a dar respuesta a los interrogantes que todo poeta se formula, un itinerario autobiográfico en el que subyace la esencia creativa de su poesía y la silueta diabólica que la inspira.

Hablar de poesía, como diría Claudio Rodríguez, es hablar de experiencia de cualquier tipo. No se trata tanto de la experiencia biográfica, se puede tener una experiencia a través de la imaginación, de los sueños, de la memoria, de la cultura. La experiencia que Sánchez Menéndez revierte en este poemario es la que está implícita en sus años de vida, en cualquiera de sus manifestaciones: infancia, educación, amor, madurez, pérdida, muerte... La tarea del poeta está precisamente en ese recorrido de reflejar, mostrar e interrogar su experiencia vital a través del poema. Alguien lo dijo: en la poesía no envejece nadie, pero el tiempo se hace notar.

El baile del diablo contiene cuarenta y un poemas estructurados en tres secciones: Las cartas por jugar, Las obras terrenales y La verdad de las cosas que constan de dieciocho, dieciséis y seis poemas, respectivamente, a los que hay que sumar el que encabeza y pone título a la obra, un conjunto literario en donde el yo lírico se atenúa en favor de un sujeto cambiante y experimentado interpelando una poesía de corte existencialista. Su temática y su título, casi prosaico, se conjugan en unos poemas plenos de madurez, ironía y pesimismo, que hablan de la experiencia y el devenir inexorable del tiempo. La contradicción, la paradoja y la mirada crítica de la vida se conectan por sus versos impulsados por una conciencia tocada por la malicia: ese demonio impertinente y agazapado, fuente de libertad y desvarío, que nos acompaña siempre, como sombra adherida.

En la primera parte de la entrega, Sánchez Menéndez habla en serio, pero con sarcasmo: HAT, un poema en el que la voz poética le pide perdón a su madre por haber pecado, es un buen ejemplo de ello; habla en broma, pero en serio, sin dejar de traslucir una conciencia cultural libre de ataduras, incluso con buenas dosis de provocación, como en este otro poema bajo el título de LIFE LIE que dice así: “¿En qué momento exacto se distingue/ esa simple palabra, la justa?/ Y, con una sonrisa en los labios,/ respondió: Debes marcharte, / mi marido está a punto de llegar”. Estos dos poemas y el resto que conforman dicha parte se vertebran de tal manera que tienden a la melancolía y a la pesadumbre, una inclinación que constituye otro de los ingredientes morales que están presentes en sus versos por donde se cuelan sin aviso Satanás, Belcebú o cualquier otro ángel negro susceptibles de repartir las cartas del destino.

En la segunda parte del volumen, el poeta pone pies en tierra para hablar de sí mismo, del silencio y de la soledad, del tiempo presente y sus naufragios, del futuro incierto y de la nostalgia del pasado, incluso se pone sentencioso, como hace en el poema NUNCA, el más breve del libro, de esta manera: Nunca llegará el bien si se ha buscado./ Siempre faltará el mal si se ha omitido.

La última sección, bajo el epígrafe La verdad de las cosas, reúne media docena de poemas, quizá los más determinantes y hondos del todo el texto, piezas que concitan al lector a reflexionar sobre el hecho de vivir: Vivir al fin y al cabo/ es lucha, armonía comportada,/ voluntad y entrega, dice en el primero de ellos; Vivir es el presente,/ sin reconocimientos, confiesa en el siguiente; y así, hasta llegar al poema que cierra el libro: BALANCE, resumen de los recuerdos de la vida o examen de conciencia, con un verso concluyente y memorable: También vivir precisa de epitafio.

La poesía es un lugar propicio para la emoción, y esto lo sabe muy bien su autor como lector avezado del género, algo que debe siempre tener presente el poeta, como principio básico: la emoción nunca es patrimonio del artista, ya que la creación poética es fruto de la razón y el misterio. La emoción está reservada solo y exclusivamente para el lector.

El baile del diablo danza en esa línea, al son de su propio conjuro poético. Sánchez Menéndez firma un libro inteligente e introspectivo cargado de razones, que no solo agudiza el oído, sino que provoca también incandescencia en el lector.



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