Dice
André Gide que no
hay obra de arte sin colaboración del diablo. El demonio es la
tentación, y el arte es la acción del hechizo. Por esta regla, es
imposible que haya un arte moral, un arte de acuerdo con la costumbre
de lo establecido, porque lo que fascina es lo extraordinario, lo
prohibido. No hay poesía sin la colaboración del demonio. No hay
belleza sin perversidad. De esto sabían mucho los griegos, y los
padres del Renacimiento sabían bien que no era posible una belleza
religiosa sin transgredirla con la presencia del pecado.
Javier Sánchez
Menéndez (Puerto Real, Cádiz,
1964), poeta, articulista y editor, autor de una veintena de
poemarios y ensayos, publica ahora en paralelo La
alegría de lo imperfecto
(Trea), un estupendo volumen de aforismos endiablados y El
baile del diablo
(Renacimiento), un poemario confesional, escrito entre 2004 y 2017,
marcado por la presencia de sus demonios existenciales, un libro que
aspira a dar respuesta a los interrogantes que todo poeta se formula,
un itinerario autobiográfico en el que subyace la esencia creativa
de su poesía y la silueta diabólica que la inspira.
Hablar
de poesía, como diría Claudio Rodríguez,
es hablar de experiencia de cualquier tipo. No se trata tanto de la
experiencia biográfica, se puede tener una experiencia a través de
la imaginación, de los sueños, de la memoria, de la cultura. La
experiencia que Sánchez Menéndez
revierte en este poemario es la que está implícita en sus años de
vida, en cualquiera de sus manifestaciones: infancia, educación,
amor, madurez, pérdida, muerte... La tarea del poeta está
precisamente en ese recorrido de reflejar, mostrar e interrogar su
experiencia vital a través del poema. Alguien lo dijo: en la poesía
no envejece nadie, pero el tiempo se hace notar.
El baile del diablo
contiene cuarenta y un poemas estructurados en tres secciones: Las
cartas por jugar, Las
obras terrenales y La
verdad de las cosas
que constan de dieciocho, dieciséis y seis poemas, respectivamente,
a los que hay que sumar el que encabeza y pone título a la obra, un
conjunto literario en
donde el yo lírico se atenúa en favor de un sujeto cambiante y
experimentado interpelando una poesía de corte existencialista. Su
temática y su título, casi prosaico, se conjugan en unos poemas
plenos de madurez, ironía y pesimismo, que hablan de la experiencia
y el devenir inexorable del tiempo. La contradicción, la paradoja y
la mirada crítica de la vida se conectan por sus versos impulsados
por una conciencia tocada por la malicia: ese demonio impertinente y
agazapado, fuente de libertad y desvarío, que nos acompaña siempre,
como sombra adherida.
En
la primera parte de la entrega, Sánchez Menéndez
habla en serio, pero con sarcasmo: HAT,
un poema en el que la voz poética le pide perdón a su madre por
haber pecado, es un buen ejemplo de ello; habla en broma, pero en
serio, sin dejar de traslucir una conciencia cultural libre de
ataduras, incluso con buenas dosis de provocación, como en este otro
poema bajo el título de LIFE
LIE que
dice así: “¿En qué momento exacto se distingue/ esa simple
palabra, la justa?/ Y, con una sonrisa en los labios,/ respondió:
Debes marcharte,
/ mi marido está
a punto de llegar”.
Estos dos poemas y el resto que conforman dicha parte se vertebran de
tal manera que tienden a la melancolía y a la pesadumbre, una
inclinación que constituye otro de los ingredientes morales que
están presentes en sus versos por donde se cuelan sin aviso Satanás,
Belcebú o cualquier otro ángel negro susceptibles de repartir las
cartas del destino.
En
la segunda parte del volumen, el poeta pone pies en tierra para
hablar de sí mismo, del silencio y de la soledad, del tiempo
presente y sus naufragios, del futuro incierto y de la nostalgia del
pasado, incluso se pone sentencioso, como hace en el poema NUNCA,
el más breve del libro, de esta manera:
Nunca llegará el bien si se ha buscado./ Siempre faltará el mal si
se ha omitido.
La
última sección, bajo el epígrafe La
verdad de las cosas,
reúne media docena de poemas, quizá los más determinantes y hondos
del todo el texto, piezas que concitan al lector a reflexionar sobre
el hecho de vivir: Vivir
al fin y al cabo/ es lucha, armonía comportada,/ voluntad y entrega,
dice en el primero de ellos; Vivir
es el presente,/
sin reconocimientos,
confiesa en el siguiente; y así, hasta llegar al poema que cierra el
libro: BALANCE,
resumen de los recuerdos de la vida o examen de conciencia, con un
verso concluyente y memorable: También
vivir precisa de epitafio.
La poesía es un lugar propicio para la emoción, y esto lo sabe muy
bien su autor como lector avezado del género, algo que debe siempre
tener presente el poeta, como principio básico: la emoción nunca es
patrimonio del artista, ya que la creación poética es fruto de la
razón y el misterio. La emoción está reservada solo y
exclusivamente para el lector.
El baile del diablo
danza en esa línea, al son de su propio conjuro poético. Sánchez
Menéndez
firma un libro inteligente e introspectivo cargado de razones, que no
solo agudiza el oído, sino que provoca también incandescencia en el
lector.
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