“No
me considero un gran escritor. En Italia se tiene la ambición de
levantar catedrales; a mí, en cambio, me gusta construir iglesias
rurales pequeñitas y sobrias. Y con eso me basta. He escrito mucho:
cuando cumplí noventa y un años, celebramos mi centésimo libro.
Créeme, no hay una sola página que no haya escrito con absoluta
sinceridad, movido por el único deseo de contar historias. Más que
escritor, creo que soy cuentacuentos, es decir, una persona que
extrae del placer de la narración todas sus posibilidades de
expresión”.
Nada
le impide a un autor de alma combativa, experimentada y curtida en
tantas contiendas personales y colectivas en las que ha sabido salir
airoso, mostrarse así de esta manera, sin ambages, sin alharacas,
tal como es, y máxime cuando la destinataria de esta confesión no
es otra que su pequeña biznieta de cuatro años a la que quiere
dejar por escrito su testimonio vital, su verdad vivida en poco más
de un centenar de páginas en las que concentrar no solo su intensa
trayectoria profesional, sino los episodios más significativos que
su memoria guarda de su largos años de vida y lucha.
En
el vértice de todo lo que Andrea Camilleri
(Porto Empedocle, Sicilia, 1925 – Roma, 2019) quiere transmitir en
Háblame de ti. Carta a Matilda
(Salamandra, 2019) hay una decisión moral y “una necesidad
imperiosa” de hacerlo por escrito a modo de legado. No quiere que
los demás le digan a su biznieta, cuando esta sea mayor, cómo era
su bisabuelo. Por eso escribe esta emotiva carta para ella, para
dejarle un vívido retrato suyo que resuma lo que dio de sí su larga
vida entregada a la escritura, sus convicciones políticas, su manera
de saber o creer saber sobre sí mismo, los demás y el resto de lo
que la vida le deparó.
Un
escritor, y mucho más un escritor de novelas como él, es ante todo
un ser humano que ha corrido ese riesgo que transita entre las vidas
de ficción que ha concebido y la suya propia, con muchas
perplejidades y dudas, incluso, sobre la consideración imaginaria o
real del territorio que pisa. En este sentido, considera que la
mayoría de las veces esa complejidad de acotar el propio mundo es
clave en la literatura: contar algo es más difícil que decirlo
todo. Camilleri, con
el pretexto de hablar de sí mismo, esboza su visión del mundo. Nos
cuenta, con el alma puesta en hacerse entender y desde la perspectiva
crepuscular de sus años, cómo el triángulo formado por su
compromiso político, su dedicación al teatro y su vocación
literaria le dieron suficientes ganas de vivir y soporte para ejercer
su libertad creativa y desarrollo personal.
Le
dice a Matilda que tuvo la suerte de descubrir muy joven los ensayos
de Montaigne, un
hallazgo fundamental para entender mucho su propia vida. Le dice que
tenga muy en cuenta que “a vivir la vida se aprende con la
práctica”. Por eso arranca su carta partiendo de la realidad del
momento presente: “El mundo ya no tiene el mismo aspecto que en mi
juventud y mi madurez. Han contribuido a ello los cambios políticos,
económicos, civiles y sociales, los descubrimientos científicos, el
empleo de la tecnología más avanzada, las grandes migraciones de
masas de un continente a otro o el relativo fracaso de nuestro sueño
de una Unión Europea”. Y a partir de aquí se centra en destacar
los años de su niñez y juventud, dos etapas que tuvieron un
escenario político dramático que fue agravándose en apenas unos
años. Abandonó el fascismo de su infancia y abrazó al poco tiempo
las ideas comunistas. En Roma se afanó en una entusiasta actividad
como profesor y director teatral que se prolongó durante más de
veinte años, hasta que, en 1994, casi con setenta años, descubrió
que escribir novelas se convertiría en una apasionante y fructífera
aventura que ya no abandonaría hasta sus últimos días.
En
el recorrido por cada una de las etapas de su vida persiste en la
entrega y entusiasmo por el trabajo, su fuente de alegría. Y en esa
idea de vivir con intensidad su desempeño, sin olvidarse de sus
orígenes, Camilleri
se despide de su pequeña con el sentido propósito de añadirle algo
más a la vida para darle sentido: “siempre debemos tener una idea
–puedes llamarla también un ideal– y aferrarnos a ella con
firmeza, pero sin sectarismo, escuchando siempre a quienes sostienen
otras convicciones, defendiendo nuestras razones con determinación,
explicándolas una y otra vez, e incluso, por qué no, llegando a
cambiar de idea”.
Con
una escritura tersa, esencial, casi elemental y nítida, Camilleri
da vida a la partitura de esta emocionante carta. Su habilidad queda
probada por esa manera de llamar a las cosas por su nombre, de
plantarse ante sí mismo y hacer un recuento de su vida para poner de
relieve la magia que posee la literatura, en cualquiera de sus
vertientes, para que la memoria se convierta en un relato próspero y
luminoso donde contar los hitos importantes de la vida de un hombre.
No
siempre es fácil recibir una gran herencia, ni material ni, en
particular, espiritual. Camilleri
se empeña en entregar su legado moral, quizá a toda la generación
nacida en este siglo, desde su bagaje cultural y filosofía de vida
contestataria, tan propia del carácter siciliano, añadiendo una
encendida voluntad ética y estética con las que reivindicar la
plenitud y el significado de vivir.
Háblame de ti
es, por todo ello, un relato admirable, un libro inteligente, emotivo
y, en cierto modo, didáctico que pone de relieve que la ilusión del
ser humano posee un significado indestructible.
Excelente reseña, gracias por compartir!
ResponderEliminarcomparto:
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