Hay
una frase de Julián Marías,
que resume en buena medida su trayectoria intelectual y su manera de
entender cualquier oficio, que dice lo siguiente: “vocación y
entusiasmo son dos cualidades esenciales para emprender algo valioso
en la vida”. Para el pensador vallisoletano, la vida humana no nos
viene dada, sino que va aconteciendo y se la va descubriendo. Por
esto mismo solo se puede entender lo humano mediante su acontecer,
determinado por el carácter convivencial, social, histórico y
representativo que la vida del hombre significa. En una de sus obras
fundamentales, La educación sentimental
(1992), puntualiza sobre esto último, fijando su atención en la
relación que guarda el hombre con el cine: “El cine acapara en
nuestro tiempo gran parte de ese potencial educador de la sociedad”.
Y explica que esta dimensión universal se debe a su eficacia
didáctica y, sobre todo, a su extraordinario poder de
entretenimiento. El cine en su conjunto, según él, ha hecho posible
la visión del mundo lejano y tiene, además, esa posibilidad
ilimitada de trasladar al espectador a una convivencia virtual sin
parangón con los personajes fugaces que desfilan por la pantalla.
La
editorial Fórcola
publica un interesante ensayo sobre la relación de este intelectual
con el séptimo arte a cargo del escritor Alfonso Basallo
(Zaragoza, 1957), experto periodista y colaborador de diversas
revistas culturales, además de gran entusiasta del cine y admirador
de la obra de Julián Marías
sobre el que presentó su tesis doctoral en la Universidad de
Navarra.
Bajo
el título de Julián Marías, crítico de cine
y como subtítulo: El
filósofo enamorado de Greta Garbo,
el periodista maño se adentra en el excitante mundo del celuloide,
que tanto entusiasmó al filósofo, a través del estudio y análisis
de los casi 1500 artículos que escribió y publicó el gran
discípulo de Ortega y Gasset
en Gaceta ilustrada
y en Blanco y Negro.
No sería excesivo añadir que este minucioso y sesudo trabajo
conforma el corpus de lo que Marías
sostenía hace veinticinco años sobre este arte: “el cine es el
instrumento por excelencia de la educación sentimental en nuestro
tiempo”. Para un pensador como él, uno de los baremos
fundamentales para conseguir calibrar una película se halla en la
inteligibilidad del filme, porque, precisamente, el cine es el
“ejemplo claro de la comprensión visual, del pensar con los ojos”.
El
texto de Basallo
disecciona todos los entresijos de los artículos sobre cine
publicados por Marías,
llegando a la conclusión de que estos pertenecen a un autor híbrido,
a partes iguales, entre crítico y filósofo. Más bien –señala el
autor– el cine descansa en la realidad de los actores y para
juzgarlos exige que el papel encarnado por ellos sea el de una
persona única e insustituible, y no un estereotipo. Se pregunta el
periodista cuál es el criterio utilizado por el pensador para
calificar o para descalificar películas. Sin duda, para una mente
acostumbrada al rigor y a la argumentación como la de Marías,
su método se encamina a lo que considera imprescindible a la hora de
juzgar una película: visualidad, carácter personal e imaginación,
sin los cuales el cine no sería fiel a su vocación.
Los
siete capítulos que componen este ensayo conjugan y acomodan el
sentir y razonar del pensador y ensayista, un análisis que Basallo
va extrayendo de la riqueza de todos sus artículos de prensa. Antes
que nada, deja claro que Julián Marías
se considera, por encima de todo, espectador entusiasta. No hay
prácticamente, género, director o actor relevante sobre los que no
haya trazado algunas líneas en los casi treinta y cinco años que
dedicó a esta experiencia periodística. En la sección quinta, el
libro se detiene en la forma que tiene el filósofo de estructurar,
como crítico, sus reseñas cinematográficas. Las huellas de la
literatura y de la filosofía también están presentes cuando valora
tanto a los directores como a sus intérpretes, los actores, en un
capítulo que nos revela su bagaje literario y el conocimiento
exhaustivo que poseía sobre las grandes obras de la literatura, y,
no digamos, del pensamiento. Sin duda, sus artículos en prensa no
solo hablaban de películas y actores, sino que en ellos sus lectores
encontraban, además, una fuente continua de conocimientos literarios
y apuntes filosóficos. El libro se complementa con un apartado
extenso de notas aclaratorias y un magnífico índice de 347
películas, clasificadas por orden alfabético, desde Adiós,
muchachos, de Louis
Malle, hasta Zorba el
griego, de Michael
Cacoyannis, una interesante lista, nada desdeñable, para revisar la
historia del cine a través de sus mejores películas y directores.
Marías
continuó viendo y escribiendo sobre cine hasta el final de su vida.
Todas sus reseñas, juicios y pensamientos sobre el cine siempre se
encaminaron a una forma reflexiva de ver más como espectador
entusiasta, que como crítico formal.
Alfonso Basallo
firma un riguroso trabajo ensayístico, en el que nos desvela al
detalle todo lo que el filósofo enamorado de Greta Garbo gozó como
espectador en las salas de cine, cómo lo trasladó después, con
honradez intelectual, a cientos de artículos e hizo partícipes de
ellos a sus lectores.
Cualquier
lector curioso de hoy, el aficionado al cine, y no digamos el
cinéfilo, no debería perderse este estreno literario ya en
cartelera.
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