Shostakovich
fue el primer compositor de reconocida talla internacional que surgió
del régimen soviético ruso. Aunque muchas de sus composiciones
musicales se inscriben abiertamente en los logros y sucesos políticos
de la era estalinista, el oscuro pesimismo de su obra más tardía se
enfrenta por completo al ideal soviético del arte optimista pensado
exclusivamente para ensalzar al hombre común: el proletario.
Su
primera sinfonía, escrita a los diecinueve años, fue acogida con
entusiasmo y ampliamente difundida como propaganda y como producto
brillante del régimen; una obra importante, pero muy ortodoxa y
claramente ecléctica, según los expertos. Sin embargo, esta luna de
miel con las autoridades rusas terminó en 1936 cuando su opera Lady
Macbeth de Mtsensk, que
tuvo una buena acogida musical, fue denunciada por denigrante y
desmontada con alevosía por la crítica adepta al régimen oficial.
A
partir de este incidente, Dimitri Shostakovich
continuó componiendo, pero bajo la sombría influencia patriótica
impuesta desde arriba y también propiciada por su propia tibieza, prefiriendo
entregarse a una causa moralmente ajena a sus principios, antes que
enemistarse con el asfixiante poder establecido.
Con
El ruido del tiempo
(Anagrama, 2016), título del nuevo libro de Julian Barnes
(Leicester, 1946), el escritor británico rescata la figura sombría
de este genial compositor ruso para contarnos la lucha interna del
hombre timorato que encarnaba el papel de protector de su familia, y
que sucumbió ante los designios del totalitarismo implacable que le
acechaba permanentemente para que abrazara la causa comunista. En
aquella Rusia dirigida por el terror no había sitio para que un
compositor escribiese con garra lo que su alma artística le soplara.
Desde la cruda realidad política de aquella época aciaga, solo
habría dos clases de artistas: los que seguían vivos y asustados y
los que estaban recluidos en un gulag o muertos sin más. Optar por
lo primero fue el calvario que tuvo que pagar en vida para sobrevivir
y salvaguardar a su familia de las garras de Stalin.
El
libro comienza con ese misterio e incertidumbre que toda buena
narración impone y que hace entrar al lector en trance con una
atmósfera inquietante. Shostakovich
aguarda nervioso en el rellano del ascensor de su casa a que los
agentes soviéticos vengan a por él en la noche, después de que su
opera fuera denostada en el periódico Pravda.
Está convencido de que con aquel implacable editorial vendrán a por
él y prefiere esperar a las autoridades en pie, fuera del hogar, a
que lo saquen de la cama en presencia de su mujer. La imagen del
compositor refleja la tensión y el drama del momento. Desde aquí,
el novelista, por medio del monólogo interior de su personaje y la
tercera persona del narrador omnisciente que dirige la historia,
propiciará el desarrollo del devenir de los acontecimientos.
Las
dos grandes cuestiones planteadas en la novela son tan claras como
complejas: la debilidad del carácter de Shostakovich
y su relación con el régimen soviético, el “Poder”. Otra
característica destacable del libro viene dada por el tono irónico
de la narración, una manera de autoprotección que utiliza el propio
compositor en su defensa, como artimaña para reponerse del
atosigamiento permanente y darse así amparo y pausa a tanto
desasosiego reiterativo. “La ironía te permite imitar la jerga del
“Poder” –dice–, leer discursos vacíos escritos en tu
nombre”. “Había llegado a comprender –subraya– que la ironía
era tan vulnerable a los accidentes de la vida y el tiempo como
cualquier otro sentido”. No es un héroe. Su respuesta habitual
ante la presión externa la solventa con la evasión y la ironía. Al
final de sus días, la desazón y la derrota se apoderarán de él,
sin remisión, hasta malograr su existencia transformada ya en
sarcasmo.
El ruido del tiempo
es una brillante narración como novela y como retrato de un artista,
una historia real y conmovedora de un ser aturdido y acosado, fiel
reflejo de una época oscura y abyecta en la que el arte amordazado y
la cobardía intelectual de aguantar los desmanes del sistema eran
también difíciles apuestas de resistencia para muchos artistas, una
ingente proeza cuestionada desde la propia conciencia, un deseo
legítimo y consustancial de cada uno por sobreponerse y sobrevivir a
tanta persecución e ignominia.
A
pesar de tanta tropelía, “¿qué podría oponerse al ruido del
tiempo?” –se pregunta el protagonista– Sólo esa música que
llevamos dentro –la música de nuestro ser– esa que algunos
transforman en auténtica música se convertirá en el verdadero
susurro de la historia, como así lo hizo, pese a todo, Shostakovich,
uno de los grandes compositores de la herencia clásica que dio el
pasado siglo XX.
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