Siempre
he sostenido que el buen lector debe definirse como omnívoro, tener
un buen estómago que, además de estar en buena disposición para
saciar su apetito sin hacer remilgos a cualquier plato, digiera el
cocinado de los textos, algo esencial para el auténtico poseído por
la pasión literaria. El lector de un solo género, o incluso de un
solo libro, no mostraría el buen color que proporciona una amplia
dieta lectora. Se le vería con ojeras y un poco amarillo de tez. Ser
omnívoro, comiendo de todo, con gusto y delectación, y estando dispuesto a saborear cada género según su propia gama de matices,
sin tener por qué incurrir en el refinamiento, ni acudir al
socorrido fast food
o a la pesadez del cocido, es algo que se aprende tras aventurarse a
la lectura de textos variados. Con todo, un cierto toque de
preferencia es inevitable, ni siquiera el lector más ecuánime se
libraría de ello. Cada cual está marcado por esa individualidad y,
a veces, por qué no decirlo, a ciertas inclinaciones que su estómago
caprichoso demanda y ansía.
Los
libros de aforismos, y eso lo saben bien los entusiastas del género,
tienen esa particularidad culinaria de abrir el apetito en cualquier
momento del día. Un buen aforismo, como una exquisita tapa, es la
síntesis lograda de una idea que alimenta. El aforismo se nutre de
observaciones de la materia cercana, de la realidad, y con ellas
sacude al lector, subvierte el significado habitual de las palabras
que andan ocultas tras los hechos e incita a la reflexión. El
aforismo es un ejercicio propio del subrayado para resaltar lo que
merece ser apreciado.
La
escritora y poeta Ana Pérez Cañamares
(Santa Cruz de Tenerife, 1968) acaba de publicar un compendio de
aforismos bajo el título de Ley de conservación del
momento (La Isla de
Siltolá, 2016), un menú de más de trescientas confituras
literarias persuasivas y sugerentes para que el lector se anime y se
entere de qué van sus pequeñas fugas de pensamiento. En esta obra,
dividida en cinco secciones, confluyen los temas más importantes
sobre la existencia y el hecho de vivir que la autora quiere mostrar
en cada una de ellas.
En
Yo soy yo y tus
circunstancias aparecen
sentencias formuladas desde la intimidad y el diálogo interior como
estas: “Limar mi exceso de mí: ser más ventana que pared, más
solar que casa”; “El Camino Verdadero suele ser un desvío”;
“Me hubiera gustado que gustar no me gustara tanto”; “En las
peleas conmigo misma, siempre me identifico con la que pierde”...
Alrededor
de Dios es por lo menos
dos surgen cuestiones
trascendentales y minucias cotidianas sobre asuntos domésticos:
“Sólo lo sencillo nos presta amparo”; “El placer más
exquisito es la pereza compartida”; “Si el asombro es auténtico,
nada hay que se repita”; Dios es humor”...
En
La poesía, eso qué es,
la escritora tinerfeña ahonda más en la esencia de su oficio y le
dedica más aforismos que en ninguna otra parte para acercarnos a su
poética: “Escribir es pensar más hondo y sentir más claro”;
“El poeta escribe con bolígrafo, bisturí y venda”; “La poesía
es la búsqueda de palabras que nos traigan de regreso al silencio”;
“Del poema son responsables el poeta y el lector”; “Leer un
libro que ha sido antes subrayado es darse un paseo por lo más
íntimo del anterior lector”; “Vivir es reescribir. Escribir es
revivir”...
En
la cuarta sección del libro, Política
somos todos, Pérez
Cañamares se moja con sutileza
en el enunciado: “En política se habla mucho de lo imposible, pero
nunca de lo verdaderamente importante: lo intolerable”; “Al
Capitalismo, “bastante” nunca le parece suficiente”; “Las
mentes también se colectivizan”; “A oídos sordos, palabras
recias”.
Por
último, en el apartado final, El
tiempo es para el tiempo,
la poeta canaria acude a la importancia de la dimensión filosófica
del tiempo, su devenir y su enseñanza: “Madurez, divino tesoro”;
“La serenidad consiste en caminar al ritmo del tiempo”;
“Gestionar la vida, sí; pero a partir de cierta edad gestionar la
vitalidad”...
Si
tuviéramos que ubicar los aforismos de Ana Pérez
Cañamares podríamos convenir
que se encuentran en las lindes de la literatura y la filosofía,
entre la prosa de pensamiento y la poesía, donde confluyen, además,
diferentes fórmulas personales de expresión, a veces con
sentencias, otras con posturas morales y, las más de ellas, con
la estética surgida de la experimentación poética y del
alumbramiento de la frase escueta e intensa.
En
esa constelación de aforismos que ofrece el libro, todos, sin
excepción, contienen la concisión precisa para ratificar lo que
dicen, y todos, igualmente, reclaman la colaboración del lector, que
participa inducidamente en el proceso de descubrimiento y de búsqueda
que exige toda escritura fragmentaria.
El
aforismo es un espejo de enigmas y no es solamente una forma de
escribir, sino también una estrategia de lectura. Cada lector que
subraye un libro luminoso como este se aproximará a su composición
sintáctica, a su síntesis conceptual, a su hilo conductor, hasta el
punto de sentirse por momentos aforista implícito del texto.
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