Hay
en la narrativa norteamericana del último medio siglo una serie de
constantes que permiten hablar de “novelística judía” o del
“factor judío”, especialmente perceptible en autores como Saul
Below o Philip Roth, tanto en la construcción de la
psicología de sus personajes como en el análisis de ambientes y
vivencias individuales y comunitarias. Ahondando en esta
singularidad, Los papeles de Puttermesser (Mardulce,
2014), la celebrada novela de Cynthia Ozick (Nueva York,
1928), es una vuelta de tuerca inaudita al tema hebraico como
vertebrador (aquí más que nunca) de la obra.
Estructurada
en separatas a modo de crescendo biográfico de la protagonista,
narra la histora de Ruth Puttermesser, una funcionaria
neoyorquina que es testigo trágico de las corruptelas
administrativas del consistorio de la Gran Manzana, en una difusa
época que estaría entre los albores de los años setenta hasta los
días de Jackson y Giuliani, sin que haya mención alguna a gestores
reales a lo largo de la novela, despersonalización que abunda en el
carácter de fábula neurótica que impregna la obra. Desde su puesto
gris en los cuadros bajos de la administración hasta el ascenso de
Puttermesser a la alcaldía y posterior caída en desgracia,
Ozick aborda la narración como una actualización
originalísima de los mitos hebraicos y de sus rasgos de estilo
culturales, trenzando un biopic trufado de humor negro e ironía, con
un estilo de gran brillantez visual y alegórica.
Asistimos
así a la creación espontánea por parte de Puttermesser de
su propio Golem, de forma
azarosa, como una floración espontánea en las macetas de su
apartamento del Bronx. El Golem,
como ser fundacional en la cosmogonía medieval del mito judío para
la defensa de la comunidad asaltada por las andanadas antisemitas, es
aquí un descacharrante trasunto de los deseos imposibles de orden
moral y de lucha contra la corrupción política de Ruth
Puttermesser, que empleará a su criatura como alter ego hacia la
conquista de la alcaldía de Nueva York.
Posteriormente,
la acción dará un vuelco desde el fantástico surreal de la primera
parte hacia la vida amorosa de Puttermesser, su búsqueda de
una pareja afín a sus aspiraciones intelectuales, alguien a quien
convertir en el depositario de sus deseos de conocimiento. Avanzada
ya la novela, y deshechos sus sueños de poder político regenerador
y de un triunfo amoroso imposible, la protagonista devendrá también
en una suerte de cicerone y guía espiritual de su sobrina, una
ambigua y desencantada inmigrante de origen ruso que llegará a
Estados Unidos tras la caída del régimen comunista soviético con
su equipaje de arribismo neocapitalista y un plan de regreso que
terminará por traicionar finalmente a su tía y mentora, a su loable
espíritu redentor.
Cuando
en el capítulo final asistamos a la muerte terrible de Puttermesser
en su apartamento solitario y a su ascenso a una visión particular
del Paraíso, en esas reflexiones finales del espíritu de una
solterona que ha visto derrumbarse su plan de búsqueda de un ideal
que dé sentido a sus días está la reelaboración del mito judío
de la espera mesiánica, de la llegada de la buena nueva que deberá
transformar al hombre y a la civilización occidental, al pueblo
hebraico como destinatario de la gloria venidera de Yahvé. El humor
grotesco de Ozick convierte esta espera de tiempos mejores y
la resignación proverbial del mundo judío en una magnífica novela
que es a la vez una ácida crítica a la decadencia de la sociedad
norteamericana contemporánea y a la pasividad de una comunidad
atribulada por los conceptos de pertenencia, memoria histórica y
aceptación cultural.
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