Todos
hemos sentido en algún momento de nuestra vida la necesidad de
llevar un diario, aunque ese impulso solo haya durado una tarde.
Aquella tarde en la que cabía nuestro mundo propio en una pequeña
hoja en blanco. El escritor de diarios es alguien que se ha
preguntado alguna vez por qué decidió confiarle a una vieja libreta
la realidad por la que atravesaba su alma, desde el dolor o desde la
alegría, incluso desde el charco de la tristeza o el pozo de la
desesperanza. Escribir un diario enriquece y disipa, agiganta trozos
de la existencia y deja huecos dentro de uno, como fragmentos de esa
vida que se interrumpió para llenarlo de recuerdos.
Después
de un año de abstinencia, como subraya en la primera entrada del
libro, el escritor José Mateos
(Jerez de la Frontera, 1963) irrumpe esta vez en el género
diarístico con Un año en la otra vida
(Pre-Textos, 2015), una incursión literaria que se añade a su
trayectoria dilatada de poeta y a otras más próximas de editor,
narrador y aforista. Las 157 anotaciones que encierran este breve
volumen abarcan el período de un año de su vida reciente y
responden a una constante evaluación de su autor respecto al
conflicto del vivir y a esa necesidad de seguir vivo, cuestionando la
existencia ante la inevitable finitud de la vida. La vida, según
cuenta, está llena de abdicaciones, de elecciones y de pérdidas,
todo un reto que nos empuja a seguir apostando por la baza de vivir,
un plus que permite olvidar incluso la principal amenaza que nos
aflige, y que no es otra que la de nuestra desaparición física.
Mateos
observa, otea y examina con esa naturalidad tan suya lo que le
acontece entre el otoño de 2013 y la misma estación de 2014, se
familiariza con lo extraño y se sorprende con lo evidente. Su mirada
no es una mera impresión sensorial, sino un delicado ejercicio
intelectual, una operación detallista que indaga en la existencia
propia. Escribo
–subraya– de aquello
que, si no se escribe, desaparece. Escribo de aquello que desaparece
cuando lo escribo.
En
estos diarios, el poeta jerezano cristaliza instantáneas de su vida
a través de sus meditaciones y paseos por la naturaleza, aunque el
bullicio de la ciudad también esté presente. El escritor busca
intencionadamente a un lector al que poder dirigirse, para hacerle su
confidente, y, de la misma manera que sueña el diarista con ser
otro, el lector tiene también la oportunidad de soñar con poder ser
ése otro de cuya vida se le ha hecho partícipe. En la escritura de
Mateos hay siempre
una voz reconocible, sea en su poesía de cánticos y pesadumbres, en
sus relatos menguantes o en sus aforismos que llama “divinanzas”.
Aquí, en sus diarios, más que nunca, sigue con esa misma voz de
observador que se implica emocionalmente en el detalle de la
observación y que, al hacerlo, responde a la exigencia de su propia
subjetividad, de su propia mirada y de su memoria. Algo en
consonancia con lo que decía el escritor Antonio Porchia:
“donde miran mis ojos, están mis ojos que miran”. O aquello otro
que afirmaba Edvard Munch:
“no pinto lo que veo, sino lo que vi”.
En
Un año en la otra vida
la escritura se presenta como sustancia reflexiva que transita
consagrada al espíritu melancólico e insatisfecho que inciden en
cada una de sus entradas, eso que la vida nos niega y nos limita, nos
cercena y nos obliga a elegir, haciendo de nosotros personajes
previsibles y rutinarios.
La
principal particularidad de la prosa de Mateos
es precisamente su identificación, su puesta en escena, con un yo
que habla y se compromete con lo que siente e imagina. En cada frase
hay un respiro, un resquicio de su mundo y de su particular sentido.
Porque lo que inquieta al escritor y le impulsa a escribir sale de sus
entrañas, de la conciencia irredenta de cuestionar la vida y la
rutina de sus días. Pero sin desfallecer y sin dejar de contemplar
el horizonte, la luz de un amanecer o la lluvia que la naturaleza
desparrama con generosidad. Escribo
a partir de una oscuridad
–confiesa al final del libro–, no
de un conocimiento. Y ya ni siquiera quiero iluminar esa oscuridad.
Solo quiero acariciarla.
José Mateos,
como poeta de la verdad, ha firmado un libro hermoso y profundo, que
no se aparta de la sencillez de lo cotidiano y que interroga al
lector sobre la verdadera naturaleza del vivir, sus logros y
pérdidas, encuentros y soledades, latidos y muerte.
Quien
escriba, como aconseja Voltaire
en su Cándido,
que cultive su huerto, y si a la larga da calabazas, qué se le va a
hacer, pero si lo que produce son maravillosos membrillos, como los
que aparecen por las páginas de estos diarios, entonces, sus
lectores tendremos la ocasión de celebrarlo y saborear su jugo.
[Reseña núm. 248]
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