Para
Francisco Javier Irazoki
(Lesaka, Navarra, 1954) la música siempre fue un reclamo y un poso
inacabable de indagación, una inclinación irredenta que le llevó a
ejercitar un periodismo crítico sin reservas en revistas ya
desaparecidas, como Disco
Express y El
Musiquero. En 2009
publicó La nota rota,
un libro de semblanzas alrededor de medio centenar de músicos de
diferentes estilos y épocas. También estuvo vinculado al grupo
CLOC, un elenco de artistas rebeldes con ínfulas surrealistas y
provocadoras. Con la publicación de Los hombres
intermitentes (2006), el
escritor navarro inició una singladura de poemas en prosa donde
encontramos una realidad biográfica y otra que surge de visiones y
sueños. Irazoki
reside en París desde 1993, y allí ha compaginado su vocación
poética con la continuidad de sus estudios musicales y la crítica
literaria. En la actualidad, colabora como crítico en el suplemento
El Cultural
del periódico El Mundo
en la sección de poesía.
Con
Orquesta de desaparecidos
(Hiperión, 2015), Irazoki
vuelve al poema en prosa con unos textos en los que conjuga la
evocación personal con otros de corte más simbólicos y literarios.
Por este libro, de insinuante título, desfilan recuerdos y afectos
familiares, artistas y otros tipos singulares, casi todos ellos ya
desaparecidos, que acuden a la memoria melancólica del autor. El
libro consta de cincuenta y una piezas breves en prosa, pero de
suspiro y cadencia poética, por donde discurren personajes queridos,
mezclados con las inquietudes propias y el compromiso moral del
poeta, en una época que forjaron su estética literaria y el mundo
musical en el que siempre creyó de manera entusiasta, discreta y sin
ambages.
En
la primera pieza con la que arranca el libro, Zoki,
como a él le llaman sus allegados y amigos, enarbola como principio
suyo que: “la poesía
no es una delicadeza decorativa, sino una intensidad de la mirada que
despierta a la conciencia”;
un credo personal que no pierde cuidado en reiterarlo de otras
maneras a lo largo del texto. En otra, Portal
2,
evoca su traslado a Paris y los objetos y muebles que habitan en su
pequeño estudio, especialmente la mesa fabricada por un pariente
cercano: “Más
que un mueble, mi mesa es una enseñanza”.
Su infancia, juventud, los primeros escarceos amorosos o la bohemia
de un tiempo en Madrid tienen resonancias nostálgicas en algunas
otras piezas, como en la titulada El
bosque asfaltado
donde cuenta cómo pasó dos noches frías a la intemperie en un
banco de madera de la capital. Más adelante continúa con fragmentos
biográficos y evocadores de un tiempo en que el país sale de la
dictadura y el entusiasmo general explota: “El
libro y la risa eran los cuchillos con que queríamos partir unas
semillas de cárcel llamadas identidades”,
(pág. 48).
Por
la senda de esta Orquesta de desaparecidos
transitan escritores, seres queridos y músicos que se alejaron de la
vida de Irazoki
y a los que les dirige una “oración
laica, sin templo ni dogmas”,
una plegaria para todos ellos, que siguen estando presentes, desde la
memoria y el recuerdo, en el sentir literario y musical de quien los
evoca desde el corazón y el sentimiento, que no es otro que el de un
hombre sentido y generoso con su pasado y con su presente, como así
lo parece Irazoki,
una persona sentimental y sencilla.
Jimi
Hendrix,
Charlie Parker,
Thelonious Monk,
Bach,
Mozart,
Pío Baroja,
Quevedo,
Octavio Paz,
Cernuda o
Ramiro Pinilla
son algunos componentes de parte de este orfeón de desaparecidos que
deambulan por las páginas de esta agenda poética. Pero en este
cortejo de figuras no falta el acento de otras vivas y admiradas por
el autor, como lo son Fernando
Aramburu,
escritor y amigo de vivencias y batallas conjuntas o Eloy
Sánchez Rosillo,
poeta que no
participa en los campeonatos de dolor
–según constata Irazoki–
capaz de
transmitir la complejidad con expresión limpia.
Orquesta de
desaparecidos es un libro
breve de memorias escrito con la sencillez de un poeta apegado a los
afectos, capaz de versificar, con una prosa pulida, el recuerdo y la
nostalgia de lo que ha vivido: una existencia plural gracias a la
compañía de otros muchos artistas.
Francisco Javier
Irazoki ha firmado un texto
hermoso y emotivo, una crónica particular y sincera de su
generación, que cuenta en su haber con el tono sosegado que tanto
agradece el lector cuando se trata de una escritura íntima y sin
aspavientos. [Reseña
núm. 253]
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