Los
libros son unos invasores implacables que se van adueñando
silenciosamente de la casa de uno con paciencia infinita. No tardan
en desbordar los anaqueles de tu librería, hasta estrechar poco a
poco sus márgenes. Según pasa el tiempo, los libros se convierten,
inexorablemente, en colonizadores feroces a la espera de poder
asaltarnos y complacernos a demanda, según la necesidad que de ellos
tengamos o el interés que les mostremos. El verdadero empeño de los
libros parece que no es otro que acaparar el suelo y las paredes de
la casa de todo lector entusiasta que los adquiere para abordarlos en
cualquier momento. El “lector ideal”, siguiendo la estela de
Alberto Manguel, es
acumulativo en ese sentido: cada vez que lee un libro, lo agrega a la
formación de su ejército, alineándolo para futuras misiones.
Además, como diría el argentino, al “lector ideal” no le
preocupan los géneros, en ese sentido, es caprichoso, sin sentirse
culpable.
“Leer
bien –viene a decirnos Harold Bloom–
es uno de los mayores placeres que puede proporcionar la soledad,
porque –al menos, según su experiencia–, es el más saludable
desde un punto de vista espiritual”. Uno puede leer meramente para
pasar el rato o por necesidad. Los libros siempre nos esperan para
complacer nuestros gustos. Ahora bien, Virginia Woolf
decía, con mucho desparpajo, para que no lo olvidemos, que “el
único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es
que no acepte consejos”.
¿Y
qué nos dice al respecto Alfonso Berardinelli
(Roma, 1943) en Leer es un riesgo,
recientemente publicado por el sello Círculo de Tiza? Este
intelectual indómito, polémico y heterodoxo, pero a su vez crítico
bien reputado en las esferas literarias italianas, viene a corroborar
que los libros son contagiosos, acumulativos, colonizadores
y silenciosos, y además nos advierte de que leerlos supone
riesgos y de que empeñarse en dicha tarea “requiere cierto grado y
capacidad de introversión y concentración”.
Leer es un riesgo
es un volumen sustancioso y demoledor,
un título sugerente, a modo de receta o prospecto literario, donde
se recogen un buen puñado de artículos y reflexiones aparecidos en
distintas publicaciones de Italia, que ponen a examen todo lo que
rodea al hecho de leer, y que desarrolla, a su vez, con minuciosidad,
toda una teoría acerca de la importancia vital de la lectura.
Berardinelli,
aun a riesgo de irritar a muchos, aborda los efectos inciertos de la
literatura y la sobrevaloración de algunos afamados autores, en un
texto bien armado, no exento de polémica, sobre el acto en sí de
leer y sobre los cánones literarios que han forjado esa experiencia
como punto de encuentro individual y universal tan común a todos
ellos.
El
libro, bien prologado y traducido por Salvador
Cobo,
arranca con una pequeña semblanza sobre el autor a cargo de Hans
Magnus Enzensberger, que
dice que Berardinelli
es “el italiano invisible”, y desde su escondrijo observa a sus
compatriotas. Los textos que agrupan esta obra están dispuestos en
cinco secciones. En la primera de ellas, Los
riesgos de la lectura,
probablemente la parte más didáctica del libro, se adentra en los
peligros y en las dificultades interpretativas del texto a los que se
encaran tanto el lector como el crítico literario. Llega a afirmar con
rotundidad lo siguiente: “la única función y la única utilidad
que consigo verle a la lectura de obras literarias es esta:
escándalo, conocimiento, evasión e identificación”.
En
el siguiente apartado, Internet
ya no es el paraíso,
Berardinelli
aborda el daño que las nuevas tecnologías ejercen sobre la
experiencia de la lectura, una actividad que precisa de sosiego, de
debate, y que anda distraída, sobrepasada por la avalancha y la
velocidad de tanta información a la que nos enfrentamos a diario.
La
tercera sección crítica está dedicada a la poesía, un género
exigente que al ensayista romano le conmueve y al que le ha dedicado
grandes trabajos en su carrera. Bajo el epígrafe ¿Fin
de la poesía? plantea
los grandes retos de siempre del género poético y el compromiso que
sus creadores y el mundo de la edición han de mantener sobre este
arte minoritario para evitar la banalización de publicar demasiados
libros carentes de sustancia.
Con
las dos últimas secciones, Italia:
historia de un desamor
y La tierra
desolada,
Berardinelli
propone un repaso particular, polémico y divergente por determinadas
corrientes literarias, así como por la trayectoria de algunos
autores, como Umberto
Eco
o D.F. Wallace,
sin miedo a poner en entredicho la popularidad y la calidad de sus
obras.
Uno
puede concluir al término de este libro meridianamente claro,
beligerante y crítico sobre la escritura y el significado de leer,
que la mejor manera de practicar la buena lectura es tomársela como
una disciplina implícita. Los lectores, además, no somos sujetos de
segunda fila en el proceso literario, y hay que admitir, como entrevé
el profesor Berardinelli,
que sumergiéndonos en un libro, acabamos, al fin y al cabo, dándole
la razón a su existencia. Y eso, es una responsabilidad no exenta de
riesgos.
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