jueves, 27 de julio de 2023

Tener un hijo


Para Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) la escritura y la lectura conforman un escrutinio permanente en su creación literaria. De hecho, esa interrelación ha permanecido invariable en toda su obra escrita, desde sus dos libros de poemas Bahía Inútil (1998) y Mundanza (2003), a las publicaciones de sus novelas, como Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011) y su grandioso Poeta Chileno (2020). De igual manera se refleja en sus libros de ensayos No leer (2010), Facsímil (2015) y Tema libre (2019) donde persiste un empeño denodado de reflejar su propio alegato generacional, en el que el hogar, la educación, la palabra, los afectos y desafectos interfieren con amplia resonancia en sus escritos.

Ahora con Literatura infantil (Anagrama, 2023) vuelve el escritor chileno al laberinto ficcional de la novela, pero, en esta ocasión, con una propuesta heterodoxa en la que diario, cuentos, reflexiones y poemas se entremezclan para concluir en un libro hermoso y literario sobre el amor paterno. Nos revela que se puso a escribirla por necesidad, sin pensar en publicar, centrado en buscar indicios y lecturas que lo acompañaran en su nueva experiencia sentimental en la que la llegada de un hijo encarna esa diferencia incondicional de la vida y de su fuerza ilimitada que la sostiene. Cuenta Zambra que cuando su hijo Silvestre nació aparcó la escritura de la novela que llevaba en marcha, Poeta chileno, su obra más ambiciosa y celebrada de toda su producción. Tras la paternidad, volvió renovado de entusiasmo a la novela que había abandonado hasta acabarla y engatusarnos con una historia impresionante, fresca y apelativa del mito poético encarnado por su protagonista Gonzalo.

El lector se va a encontrar en la primera parte de Literatura infantil con un relato, a modo de diario, de igual título que el libro, enumerado de manera extraña en sus entradas salteadas, que van desde el 0 al 365. En ese cómputo, Zambra recoge el primer año de vida de su hijo, desde los primeros veinte minutos de su nacimiento hasta sus balbuceos y juegos iniciales, inventando nubes mientras comparten tumbona, como así nos confiesa. Y, entre nota y nota, reflexiona con lucidez y humildad sobre su estreno como padre y el cambio experimentado en su vida desde su llegada: “Nuestros padres intentaron, a su manera, enseñarnos a ser hombres, pero no nos enseñaron a ser padres. Y sus padres tampoco les enseñaron a ellos. Y así.”

Pone también de relieve todo lo que tiene de aprendizaje para un padre la crianza de los hijos: “También la paternidad es una especie de convalecencia que nos permite aprenderlo todo de nuevo”. Zambra rastrea en el significado de cuál es el papel de los padres hoy en día, así como también repara en la ceremonia y el significado de ser hijo. Dice al respecto: “Cuando tienes un hijo, vuelves a ser hijo”. Con esta reflexión y otras que se suceden construye un puente argumentativo al sentido que pone el psicoanalista Massimo Recalcati, citado en el libro, respecto a esa cadena generacional donde estamos inmersos en la que dicha vida humana siempre viene al mundo como vida del hijo.

Así mismo, es un libro que sintoniza especialmente con Formas de volver a casa, uno de sus libros más celebrados de carácter autobiográfico, en esa misma idea pendular que apunta a la necesidad de explorar una literatura de los hijos. Si en este primer libro la dictadura de los años setenta de Pinochet fomentó el despertar de la conciencia de unos hijos ante la ausencia de sus padres por motivos políticos, en Literatura Infantil lo que se deja ver es más un sentimiento íntimo de esa relación paterno-filial, en sintonía con los tiempos que corren, dejando el matiz político al territorio íntimo del hogar, lugar propicio para fomentar patrones afines de correspondencia sentimental.

Terminado el diario del primer año que ocupa la primera parte, el libro continua por otros senderos, eso sí, apelando siempre a este hijo que va cumpliendo años, evocando su presencia continuada, fijando su escritura en cómo aprende a gatear, a entender afectos, llegando a él, haciéndole preguntas, o poniendo en verso algunas instantáneas cotidianas de sus monerías. También llevándonos a vivificar en un relato emocionante, el entusiasmo de un padre como el suyo apasionado por la pesca, o a introducirnos en su afición futbolística, un vínculo derivado de escuchar desde niño la voz mágica del locutor Vladimiro retransmitiendo los partidos por la radio. Zambra cierra el libro con un texto breve y alegre, a modo de misiva, dirigido al hijo que ve leyendo solo en el sofá, decantando su alborozo a la idea de que es este libro el que sujeta entre sus manos, el mismo en el que subraya que: “Leer es recibir secretos, pero también contarse secretos uno mismo”.


En Literatura infantil, la ficción y la propia experiencia de tener un hijo conviven en asombrosa avenencia. He aquí un libro luminoso que puede ser leído como un guion que apunta en múltiples direcciones y en el que la vida y la literatura se buscan y encuentran afinidades. Zambra reivindica esa complicidad y pálpito entre ambas, y lo hace con suma sencillez, ternura y regocijo, necesitado de establecer con la palabra escrita su vuelta a la casa de la infancia, el lugar más enigmático que conforma la historia que nos precede.


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