Después
de finalizar la lectura del magnífico ensayo de Vargas Llosa,
La civilización del espectáculo, me dirigí a mi
librero y le encargué el libro que, felizmente, acabo de terminar:
Superficiales, ¿Qué está haciendo internet con nuestras
mentes?, recomendado por el
nobel peruano, editado en Taurus,
del autor norteamericano Nicholas
Carr (1959), que además
es un experto en nuevas tecnologías de la comunicación y cuyo
título en inglés es: The Shallows: What the internet
is doing to our brains? Un
texto, francamente, absorbente y perturbador.
Carr no es un renegado de
la informática, pero su investigación concluye que todos los
servicios extraordinarios de Google,
Twitter,
Facebook
o Skype
tienen un precio y significarán una transformación tan grande en
nuestra vida cultural y en la manera de operar del cerebro humano,
como lo fue el descubrimiento de la imprenta por Gutenberg
en el siglo XV, que generalizó a todos los confines la lectura de
libros, pero con estos nuevos servicios tecnológicos, el impacto
será aún mayor.
Como
afirma Marshall McLuhan:
“Un mundo popular moldea lo que vemos y cómo lo vemos, y
con el tiempo, si lo usamos lo suficiente, nos cambia, como
individuos y como sociedad”.
Los beneficios son reales, pero tienen un precio. Como sugería
McLuhan,
los medios no solo son canales de información y proporcionan la
materia del pensamiento, sino que también modelan el proceso del
pensamiento. Y es aquí donde radica su fuerza y peligro. En la
actualidad, la mente lineal está siendo desplazada por una nueva
clase de mente que quiere y necesita recibir y diseminar información
en estallidos cortos, descoordinados, frecuentemente solapados,
cuanto más rápidos, mejor. Neurológicamente, acabamos
siendo lo que pensamos.El
cerebro es plástico, que no elástico, ya que nuestros lazos
neuronales no se ciñen a su estado anterior como una cinta de goma,
sino que persisten en su nuevo estado.
Pero
los neurólogos han acabado por darse cuenta -dice Carr-
de que la memoria a largo plazo es, de hecho, la sede del
entendimiento. No solo almacena hechos, sino también conceptos
complejos, tales como esquemas y combinaciones de algoritmos. Las investigaciones no dejan de demostrar que la
gente que lee texto lineal entiende más, recuerda más y aprende más
que aquella que lee texto salpimentado de vínculos dinámicos. Lo
que yo me pregunto es: ¿no parece que estamos evolucionando de
ser cultivadores de conocimiento personal a cazadores recolectores en
un bosque de datos electrónicos?
“Aprender
a pensar en realidad significa aprender a ejercer cierto control
sobre cómo y qué pensar”,
decía el novelista Kenyon
Foster Wallace.
Todo
lo anterior está prácticamente extraído del texto leído de
Nicholas Carr deja a cualquiera materialmente fascinado y, en cierto modo, asustado
y cariacontecido con el futuro que les espera a los jóvenes. Lo peor de todo
es que expertos en universidades o en medios de comunicación afirman
que sentarse a leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido, no es
un buen uso del tiempo si ya se puede obtener toda la información que se quiera con mayor rapidez en la Web; pero todavía es más lamentable
que crean que se lee libros solo para informarse. Todo lo contrario
de lo que dice Umberto
Eco, que afirma
categóricamente que los libros complementan la memoria,
pero también la desafían y la mejoran, no la narcotizan.
Carr
no defiende el conservadurismo cultural, de hecho él es un usuario
tenaz de internet, pero alerta de las posibles consecuencias de su
uso indiscriminado para nuestro entendimiento y memoria. Superficiales
es un libro interesantísimo,
un ensayo certero sobre la realidad y presencia de internet en
nuestras vidas. En él su autor despliega una argumentación crítica
y brillante sobre sus posibles consecuencias. Quizás, al término de
la lectura de esta obra, habría que plantearse sin rubor lo siguiente:
¿Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos?
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