Celebro que la editorial
Taurus haya emprendido una colección de biografías con el
objetivo de fomentar este género en España a la luz de la
ejemplaridad de determinadas personalidades que destacaron en su época por su excelencia
moral o por su humanismo y que siguen teniendo
vigencia en la conciencia colectiva actual. Este propósito de reescribir
nuestra historia se ha iniciado con la biografía de Pío
Baroja, un escritor fundamental, a pesar de sus contradicciones ideológicas. La imaginación barojiana y su
concepción del oficio de escritor son los pilares por donde
deambula esta biografía que José-Carlos Mainer ha escrito
con solvencia, dentro de la colección de Españoles Eminentes.
La
admiración de Mainer
por Pío Baroja
es antigua. Forman parte de sus primeras lecturas
Las inquietudes de Shanti Andía, La Busca, La feria de los discretos
y
Zalacaín el aventurero.
Y es un reconocido experto en su obra, no en vano en 1995 dirigió y
prologó la edición de las Obras
Completas
del vasco. Todo este conocimiento del mundo barojiano se puede
apreciar en esta biografía publicada. José-Carlos
Mainer, como catedrático
de literatura, desarrolla a través del texto la evolución literaria
y de pensamiento a lo largo de su vida del insigne vasco y
destaca cómo Baroja
sintió profundamente la necesidad de dialogar con sus lectores, y,
en este sentido, el profesor Mainer
manifiesta, tajantemente, que “la biografía de un
escritor es, en rigor, su obra”, (pág.
13). Y añade, también, en el prólogo de la biografía: “La
literatura revela el complicado proceso de cómo las experiencias
reales pasaron a ser imaginarias y cómo, en rigor, ha sido el
escritor quien se desplaza hasta ellas para revivirlas como si fueran
ajenas...Porque vivir es algo autosuficiente, escribir también es
verdaderamente sustancia de vida”, (pág.14).
Esto es cierto, pero para Baroja
escribir es un trabajo, un oficio, una forma de ganarse la vida.
Escribir para él es fundamentalmente un trabajo metódico.
Una
de las facetas más destacables en la obra de Baroja
es resaltar la importancia del título, nos recuerda Mainer,
que le sirve para anticipar de modo complementario el tono y sentido
de sus creaciones literarias. Aquí se detiene el profesor aragonés
y afirma que lo que más le gusta de Baroja,
y en eso coincido totalmente, es que escribe a impulsos de
una melodía que ya lleva en su interior arrollador. Es más, domina
dos técnicas que para el lector son atrayentes: la técnica del
“crescendo” dramático y la de la elipsis narrativa, (pág.
184). Otra de las características barojianas es la que su coetáneo
Antonio Machado
definía de esta manera: “Las novelas de Baroja son las
únicas que no se nos caen de las manos”.
Me gusta este aserto del poeta andaluz. Mi experiencia lectora sobre
la obra de Baroja
(que nunca me cansé de leer y al que tengo en un rincón especial de mi
biblioteca con más de cincuenta volúmenes, todos ellos publicados
en la editorial familiar del escritor Caro
Raggio) es que tengo esa
misma sensación que Machado
afirmaba antaño. Ninguna de las novelas leídas se me han caído de
las manos. Es cierto que con algunas he latido de emoción más que
con otras, pero todas funcionan, y eso, es vital e imprescindible
para el lector. Baroja
es a veces un reportero, pero casi siempre es un folletinista atento,
que toma sus notas de la realidad y siente el ansia de hacer un arte
nuevo y sincero, en el que las frases sean como músculos y estén
unidas por redes fuertes y finas de nervios.
La
biografía de Mainer
tiene de originalidad que no va de la vida del personaje a su obra,
sino justamente al revés, de la obra a la vida. En el trayecto de la
obra a la vida, el profesor zaragozano no evita hablar de las ideas
del autor de El árbol de la ciencia,
ni le exculpa ni le condena, aunque reconoce que Baroja
estaba lleno de contradicciones. Así recuerda que fue antisemita y lo defiende, a pesar de que no era un escritor que confiara en
la democracia, y que sentía desconfianza de las masas, para terminar afirmando que
Don Pío
siempre fue liberal y progresista, heredero del racionalismo de la
Ilustración.
Baroja
es imprescindible, con una
fuerte pulsión nihilista, que casi siempre tiene razón o razones,
que nos alecciona sobre la importancia de la curiosidad e incluso con
la coquetería de ser arbitrario a la hora de discurrir y formularlo,
que rechaza al fanático, aunque a veces él mismo lo pareciera. Leer a Baroja
es vivir otras vidas interesantes, apasionadas y controvertidas que
engancha.
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