La
pasión por los libros y el amor a las historias que esconden son
inquietudes que sentimos todos aquellos que padecemos de libropesía,
una propensión maniática, según Quevedo, producida por el
contacto permanente con los libros. La editorial Periférica
ha publicado La librería ambulante (Parnassus on
Wheels, en la edición original), una pequeña joya, fresca y
divertida del autor americano Christopher Morley (Pensilvania,
1890-1957) que se lanzó al mercado editorial por vez primera en
1917. Dice el autor en la página 141: “Cuando uno logra ver con
lucidez el interior de la naturaleza humana, cosa que te proporcionan
los grandes libros, uno siente la necesidad de hacerse pequeño”.
Después de su muerte, algún periódico publicó el último mensaje
que el escritor había mandado a sus amigos: “Lee cada día,
algo que nadie más esté leyendo. Piensa, cada día, algo que nadie
más esté pensando. Haz, cada día, algo que nadie más estuviera lo
bastante loco por hacer. Es malo para la mente continuamente ser
parte de la unanimidad”. Morley, uno de los periodistas más prestigiosos de su época, era un hombre
enamorado de los libros y, La librería ambulante,
su primera obra, habla sobre esa pasión desde el alma de sus
protagonistas.
Esta
es la historia del arrojo de una mujer sencilla, soltera, de treinta
y nueve años, que lo abandona todo por encontrarse a sí misma,
porque la vida es reinvención y, quien se estanca en la rutina, se
muere de pena. Roger Mifflin,
maestro retirado, recorre los caminos de Nueva Inglaterra a comienzos
del siglo XX, ejerciendo la venta de libros por las veredas rurales
del este de los EE.UU. con el deseo de regresar a Brooklyn para
escribir sus memorias, a bordo del Parnaso Ambulante,
una librería itinerante, tirada por una mula renqueante y acompañado
de un perro fiel y animoso. El carromato, bien acomodado, va equipado
como habitáculo y exhibe en su interior la mercancía compuesta por
más de mil libros para vender. Mifflin es
un parroquiano de la buena literatura y un excelente vendedor de
libros para consuelo y esperanza de sus clientes. Hellen
McGill, la narradora de la
historia, será su compañera de viaje. Cuando aparece el Parnaso
Ambulante por su granja y conoce
las intenciones del Sr. Mifflin
de vender la caravana, cree que es el momento de aprovechar la
oportunidad de su vida: cambiar su rutinaria vida rural y emprender
una aventura antes que Andrew, su hermano, se le anticipe. Este, escritor silencioso, ha tenido éxito con su
primer libro publicado y, para colmo y desgracia de Hellen,
pasa a ser un hombre asediado por la prensa y codiciado por los
editores. A Hellen
aquello le pareció un accidente en su vida apacible y sencilla de granjera y trató de apartarlo de aquel bullicio. La aventura comienza y los diálogos
entre el extravagante mercachifle y la solterona McGill
dan comicidad y sentido práctico a los sucesos que acontecen, donde
los libros y avatares imprevistos propiciarán una atmósfera
intrigante hasta el desenlace final, para regocijo del lector.
Es un
libro que se lee sin pestañear, en un suspiro. Aunque la trama desemboca en una final un tanto predecible, para nada
menoscaba la magia de esta novela fantástica, irónica y
costumbrista.
Dice
Christopher Morley,
a través de su narradora, en la página 141: “Un
buen libro debe ser simple. Y como Eva, debe provenir de algún lugar
entre la segunda y la tercera costilla: debe haber un corazón
latiendo en su interior. Una historia que es sólo cerebro no vale
demasiado”.
La
librería ambulante es una
novela corta y de lectura sencilla y envolvente, donde los verdaderos
protagonistas son los libros. No tiene nada de insustancial. Es un
bellísimo homenaje a la naturaleza y una profunda declaración de
amor a los libros. Todo un regalo para aquellos que creen que la
literatura es una forma de consuelo y también una invitación a la
felicidad.
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