martes, 17 de septiembre de 2013

La conciencia del abismo


Son muchas las razones que justifican el éxito de Nada se opone a la noche para que se convirtiera en la novela más galardonada en Francia en 2011, con cinco premios, y en la más vendida. El pasado año, Anagrama se apuntó un merecido tanto con la publicación de esta desgarradora novela-testimonio de Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966). De Vigan reinterpreta a su familia, no solo contando su historia, sino que el mismo libro se convierte en un auténtico espejo donde se refleja el alma emocional de su familia. De Vigan ahonda en ese dolor profundo y rastrea en el mismo para desatar los secretos estremecedores de su linaje. Ahora, el sello que dirige Jorge Herralde acierta de nuevo con la edición de la primera novela de Delphine de Vigan, publicada anteriormente en el país vecino.

Días sin hambre es también una novela autobiográfica, escrita bajo el pseudónimo de Lou Delvig, por razones familiares, que relata el ingreso hospitalario de una joven que sufre anorexia: el frío instalado en su piel, la alimentación por sonda, el descubrimiento de otros pacientes y un episodio desgarrador protagonizado por la madre que había bebido bastante cerveza hasta orinarse encima, configuran el inicio del diario que Laure va escribiendo como paciente, sin analizar, solo exponiendo el tratamiento, y ahí radica su fuerza narrativa, merced a la sinceridad conmovedora de la narradora. Días sin hambre describe con claridad y con sensibilidad los impulsos mentales que azuzan a la joven Laure a pensar que su enfermedad no es más que un triunfo de su vida: “Laure se miró en el espejo del cuarto de baño, no vio nada, ni la muerte en su rostro, ni sus hombros puntiagudos como picos helados. Había dejado de verse. Se había vuelto inaccesible al miedo y a la rebeldía. Se sentía bien. Mucho más ligera. No quería morirse, solo desaparecer. Esfumarse. Disolverse” (pág. 53). “Es la historia de un pez sin escamas, de una tortuga sin caparazón, de una princesa de pacotilla que no podía renunciar a su dolor”,(pág. 92). De Vigan nos presenta un relato desde la conciencia propia del abismo, desde el límite de lo posible: una joven de diecinueve años, de treinta y seis kilos y un metro setenta y cinco de estatura. Sin embargo, es una historia concebida para el renacimiento desesperado hacia la vida, desde la sombra esquelética de un cuerpo vapuleado. Una historia que esconde una ternura solapada, una confesión sobria y esperanzada que llega a decirnos que desde el infierno también hay salida, a pesar del peso abrumador de cargar con un alma apaleada.

La novela se lee de un tirón gracias a la vigorosa y lacónica narración, no exenta de angustiosos pasajes, pero muy certera al analizar que el origen de la enfermedad hay que buscarlo en el seno de la familia. En literatura hay dos razones indiscutibles: solo llega al corazón del lector lo que sale del corazón del que escribe, y depende del tono de su escritura. La historia es importante, pero si no se acierta en el tono, el asunto se tambalea. Dias sin hambre logra con éxito estas premisas narrativas gracias a su estilo sencillo y directo, carente de artificios e intencionadamente escueto.



Delphine de Vigan nos regala una buena novela, un extraordinario testimonio que merece la pena leerse, no solo por el tema tratado, sino, principalmente, por la escritura sobria que va en concordancia con la exigencia de la propia historia.

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