La
nueva novela de Manuel Longares (Madrid, 1943), Los ingenuos,
editada en Galaxia Gutenberg, guarda un cierto parentesco con
Romanticismo. En buena parte coincide con ella y, además, contempla la vida de sus
personajes, a los que inserta con habilidad en los procesos históricos que les
sobrevienen.
Los ingenuos narra las vicisitudes de una familia menesterosa que se desenvuelve en una lúgubre finca de portería en la calle Infantas, en los alrededores de la Gran Vía. Todo transcurre en tres momentos distanciados en el tiempo. El primero encajado en la posguerra de los años cuarenta. El segundo se encasilla en la década del despegue económico, los años sesenta y, finalmente, el último, fechado en Noviembre de 1975, días previos a la muerte del dictador. Con estas mimbres históricas, Manuel Longares relata con un inconfundible realismo una crónica urbana, repleta de fanatismo, privaciones y tinglados turbios. Un documental al que no le falta excentricidad y el disparate. Longares construye un artificio teatral en tres actos, donde la farsa de unas pobres gentes muestra su interés por socavar al viejo régimen. Una oposición modesta que también tiene su voz histórica, provenga del conspirador Cárdenas, como de cualquier otro del reparto del Madrid obrero, hecho de inmigrantes que llegan en tren de todos los lugares de la península, como los maños de la calle Infantas, que vienen de Zaragoza, con una maleta de madera o cartón y una talla de la Pilarica, para contarnos sus pesadumbres, sus quimeras laborales y anhelos inalcanzables.
Los ingenuos narra las vicisitudes de una familia menesterosa que se desenvuelve en una lúgubre finca de portería en la calle Infantas, en los alrededores de la Gran Vía. Todo transcurre en tres momentos distanciados en el tiempo. El primero encajado en la posguerra de los años cuarenta. El segundo se encasilla en la década del despegue económico, los años sesenta y, finalmente, el último, fechado en Noviembre de 1975, días previos a la muerte del dictador. Con estas mimbres históricas, Manuel Longares relata con un inconfundible realismo una crónica urbana, repleta de fanatismo, privaciones y tinglados turbios. Un documental al que no le falta excentricidad y el disparate. Longares construye un artificio teatral en tres actos, donde la farsa de unas pobres gentes muestra su interés por socavar al viejo régimen. Una oposición modesta que también tiene su voz histórica, provenga del conspirador Cárdenas, como de cualquier otro del reparto del Madrid obrero, hecho de inmigrantes que llegan en tren de todos los lugares de la península, como los maños de la calle Infantas, que vienen de Zaragoza, con una maleta de madera o cartón y una talla de la Pilarica, para contarnos sus pesadumbres, sus quimeras laborales y anhelos inalcanzables.
Longares
rinde culto a esa galería de gente corriente que resiste y que
lucha a su manera por alcanzar mejores metas a sus desastrosas vidas;
unos personajes anclados en los aledaños humildes y putañeros de la
Gran Vía, envueltos en una ingenuidad que los pone en conflicto,
pero, por otro lado, los mantiene en pie; una posguerra interminable,
controlada por curas, militares y estraperlistas, donde Gregorio
Herrero quiere hacerse rico escribiendo guiones patrióticos para el
cine, y Goyo, el hijo, postulante galán de las pantallas veinte años
después, aspira al triunfo, aunque sea la sufrida Modesta Sánchez, esposa y
madre de ambos, quien resuma lúcidamente el sentir de todos con su desalentadora frase que cierra el libro:
“Mañana, igual que ayer”.
Los
ingenuos es una fábula de aroma costumbrista, cargada de
referentes sentimentales y tierna a la vez, con una riqueza
excepcional en el uso del un lenguaje popular y que, además, tiene un fuerte sentido del ritmo narrativo. A La novela de Manuel
Longares no le falta humor, ni mirada crítica a una época de la
dictadura que todavía precisa la redención de su memoria histórica
y que el propio autor sugiere con sutileza en el desenlace final del
libro.
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