domingo, 14 de octubre de 2018

Cuaderno de notas


Pese a que la literatura, como el aire, cada cual la respira a su modo, a mí me gusta la literatura que se mezcla con la vida, como diría Karmelo C. Iribarren, que se tizna de ella. Mi vida de lector está inscrita en ese entramado, y eso no quita para que la curiosidad me empuje también a traspasar la puerta de otros libros más herméticos y experimentales. Sin embargo, donde mejor y más dichoso me hallo es sumergido en ese tipo de lecturas en el que la escritura se junta con lo vivido, y viceversa.

Uno de los géneros en los que esa afinidad mejor se postula para probar esa suerte de encuentro es el diario. Precisamente, el diario es el lugar desde donde un escritor nos habla en primera persona, sin intermediarios, sin personajes interpuestos, sin que el autor nos oculte su propia identidad. El diario no tiene por qué ser esencialmente una confesión, un discurso de sí mismo, como bien subraya Blanchot, sino más bien un memorial, un archivo desvelado por medio del cual el escritor se ata a la vida, a la realidad cotidiana, para revelarnos vivencias y pensamientos suyos.

Confieso que el último libro que he leído encaja con fortuna en ese tipo de texto que transita por la vida, a modo de viaje de ida y vuelta, con paradas en la intimidad, el humor, la soledad, la perplejidad, la noche y la literatura. Me refiero a Lecturas pendientes (Ediciones Nobel, 2018), de Pedro Ugarte (Bilbao, 1963), un cuaderno de anotaciones, un diario sin datar que abarca un extenso período de su vida, que va desde 1999 hasta el 2017, un libro fecundo y sincero, de lectura ágil, escrito con mucho humor e ironía, tan poblado de evocaciones, anécdotas, reflexiones y aforismos, como de referencias literarias.

Llama la atención el texto, de reminiscencia japonesa, que figura en la portada del libro y que parece establecer una relación irónica con el título de la obra. Tal vez haya una metáfora implícita y alusiva a esas lecturas pendientes que tienen una apariencia lejana, más allá de nuestro ámbito cultural, de cuya existencia apenas llegamos a sospechar: lenguas, alfabetos, signos o símbolos remotos. Quizá contenga un fondo de nostalgia del saber, de no haber llegado aún a esa cultura alejada que, hoy por hoy, no figura entre las lecturas que manejamos.

En Lecturas pendientes hay muchas claves de la vida y de la obra de su autor, y, por tanto, hay una cronología implícita que recorre distintas etapas suyas: infancia, juventud y edad adulta. En su conjunto, es un libro más reflexivo que sentencioso, en el que sobresale la memoria vivida y la vida recordada. Cada referencia, sea personal o moral, social o de ámbito hogareño, desemboca en ese océano que conforma su vida literaria donde ha venido vertiendo su caudal intelectual, sus sueños y contradicciones. La poética y la manera de entender el mundo del autor también están presentes, a la que se suma esa pizca sentimental y afable tan suya, que en nada oculta al hombre verdadero que va consigo, orgulloso de su tierra, de su vocación y de sus convicciones.

Ugarte pone cautela en que su diario, sus anotaciones, como le gusta llamarlo, no deriven hacia la melancolía, como aconseja Iñaki Uriarte, fascinante diarista al que el escritor bilbaíno cita en más de una ocasión. Pero, desde luego, es inevitable que por algunos de sus pasajes se cuelen algunas añoranzas de Bilbao, su ciudad y enclave, enlazadas por los recuerdos personales de su gente y de sus calles, como así lo deja dicho: “Cada uno de sus rincones cuenta alguna historia y un pedazo de tu vida, distinto según el rumbo que tomes, regresa del olvido con solo dar un paseo”.

Lecturas pendientes es un diario jugoso y hermosísimo, un ensayo sucesivo por el que transita un hombre exigente con la literatura y amable con la vida, un hombre nada recatado en el compromiso de su vocación de escritor. Sin dejar de lado los temas universales, como el amor, la vida y la muerte, Ugarte, más o menos al azar, hace acopio de sus andanzas y va hilando sucesos y gustos, momentos, sensaciones, anécdotas y reflexiones, sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea. Ningún aspecto queda fuera de su mirada: estilo, cultura, familia, afectos, sexo, política, trabajo, conciencia..., y, sobre todo, libros y literatura.

Dice Pamuk que ser escritor es descubrir, luchando pacientemente durante años, la segunda persona que se esconde en el interior de uno y el universo que convierte a esa persona en lo que es. La trayectoria literaria de Pedro Ugarte concita a pensar que, en esencia, esa reflexión del escritor turco es un fiel reflejo de lo que su dilatada carrera como narrador de cuentos y novelista ha supuesto en su vida real y en su obra artística, hasta el punto de que el lector de este diario pueda llegar a pensar al final del mismo que, incluso, la literatura tal vez sea la experiencia más valiosa que el ser humano ha podido crear para comprenderse a sí mismo, por esa capacidad que tiene de hablar de nuestra propia historia como si fuera la de otros, y de la de otros como si fuera la nuestra.

Y es así. A veces uno siente que la vida es como su propia letra, que ni le gusta ni la entiende del todo. Pero llegan libros como este que reparan apagones, para decirnos que la vida de uno no es más que un fluido de lecturas en curso. Y que lo que más interesa de ella es el resultado total, más que sus partes, como se le debe pedir a un buen libro, según Virginia Woolf, que nos haga pensar e invite a subrayar lo que merece la pena. Seguimos necesitados de ello. Tenemos muchas lecturas pendientes, muchas, y no debe importarnos que no tenga fin.


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