Una
de las observaciones que el historiador Carlo M. Cipolla
dejó bien plasmada en su ensayo Las leyes fundamentales
de la estupidez humana se
refiere a subestimar el potencial nocivo que conlleva tratar o
asociarse con individuos estúpidos, algo que parece difícil de
evitar y, peor aún, casi imposible de eliminar de nuestras vidas.
La
persona inteligente –dice Cipolla–, sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es un
malvado. El incauto anda muy imbuido del sentido de su propia
candidez. Pero el estúpido, al contrario que todos estos personajes,
no sabe que es estúpido. Y ahí reside el mayor de sus peligros.
Esto contribuye poderosamente a dar mayor ímpetu, incidencia y
resultado a su inconsciencia devastadora.
Si
nos fijamos en la portada del libro que ahora publica Ricardo
Moreno Castillo (Madrid, 2018),
titulado Breve tratado sobre la estupidez humana
(Fórcola, 2018),
vemos el famoso cuadro de El Bosco
que lleva por título Extracción
de la piedra de la locura,
una alegoría burlesca y jocosa sobre la estupidez humana, en el que
se plasma con suma intencionalidad su poder peligroso y maléfico. La
temática del cuadro retrata la creencia de un antiguo dicho holandés
que afirmaba que si una persona es estúpida se debe a que tiene
incrustada una piedra en la cabeza.
Se supone que el propósito de tan extravagante operación no es otro
que liberar a la persona de esa estupidez que se aloja en su cuerpo
de manera tan ostensible y perversa. El embudo invertido que luce el
cirujano en su cabeza, un grotesco capirote, nos indica lo
inconsistente de su método científico. Hay también una crítica
implícita a esa fe ciega de antaño en los curanderos, unida a un
ataque al clero que se desentiende de la víctima, dejándole como
único recurso un vago consuelo de confiar en dios todopoderoso.
Al
igual que el cuadro simboliza no solo una farsa popular, sino un
indiscutible fresco social que encarna esa proliferación histórica
de tontos, necios e idiotas, en este tratado, Moreno
Castillo,
licenciado en matemáticas y doctor en filosofía, viene a
presentarnos un trabajo ensayístico escrito con mucho desparpajo y
perspicacia, cuyo título proclama ese maleficio abundante que, tanto
antes, como ahora, nunca ha dejado de ser un agente activo y muy
frecuente del que jamás hemos podido librarnos. Este librito se
apoya en esa casuística histórica y lo hace desde un pensamiento
crítico y argumentativo. La estupidez, nos viene a decir, es
estruendosa y temeraria, y hasta más dañina que la maldad. El
porcentaje de estúpidos se mantiene constante a lo largo de la
historia, en gran medida por ese cúmulo de ideologías dedicadas a
fomentar la estupidez: “Las ideologías sirven para disimular la
ausencia de ideas, como las pelucas a los calvos”.
El
libro en sí es un centón avispado por donde se enumeran muchas
afirmaciones y citas bien ajustadas al caso, para sostener la afrenta
que su autor lleva a cabo contra la estupidez, como por ejemplo esta
de Girolamo
Cardano,
filósofo renacentista: “Ten presente ante todo que la estupidez
consiste, enteramente o casi, en tener un concepto exagerado de sí
mismo”. Y en esa misma línea, esta otra cita de Montaigne
que
viene a hacer hincapié en lo mismo: “Nadie está libre de decir
estupideces, lo malo es decirlas con énfasis”.
A
lo largo de todo este tratado en miniatura, Moreno
Castillo,
como anticipa en la introducción, pone en juego ese principio de
Hanlon,
según el cual no se debe atribuir a la maldad lo que pueda ser
explicado por la estupidez. De ahí que el propio autor afirme que
solo la estupidez se alista a otro orden contrario al entendimiento.
“Si pudiéramos suprimir la maldad –dice–, el mundo sería un
poco mejor. Pero si pudiéramos suprimir la estupidez, el mundo sería
muchísimo mejor”. En otro lugar del libro incide en eso mismo,
señalando que la imposibilidad de alcanzar una sociedad
completamente justa no vendrá tanto por la maldad humana, como por
la estupidez humana: “Si para Unamuno
no hay tonto bueno, para Sócrates
no hay inteligente malo”.
Decía
Einstein
que el universo y la estupidez son lo más expansivo que se conoce.
Moreno Castillo
propone en su epílogo, cuidando de no pasarse de listo, un recetario
para combatir ese determinismo histórico expansivo de la estupidez,
pese a que no confíe en el éxito de sus propuestas. Sin embargo,
leer, leer y leer, según él, puede que sea el filón y el refugio
necesarios para tener la mente despierta y la cabeza en su sitio:
libros de toda índole, de ficción, de humor, de filosofía, de
historia.
Este breve tratado es un alegato contra la estulticia, un ejercicio
inteligente e incisivo para descifrar e interpretar su lado opuesto,
el del conocimiento. Hay, por tanto, mucho de instrucción e
inquietud en el mismo, que cobra rabiosa actualidad, y que su autor
expone con mucha audacia y tino. Somos víctimas de la estupidez y
convivimos con ella sin remedio.
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