La
nueva novela de Isaac Rosa
(Sevilla, 1974) parece concebida bajo esta subversiva envoltura
retórica. Nos cuenta una ruptura amorosa, la descomposición de
una pareja partiendo de un relato que comienza por el epílogo y
termina con el prólogo, ensamblados por capítulos que van de atrás
hacia delante. Sus dos protagonistas alternan la tensión
de sus monólogos bajo la compostura racional de ese ego desvalido que
ambos exhiben, sin poder evadirse de esa verdad universal acerca de la
vida en pareja: ninguno de ellos puede cubrir la parcela del otro.
Cada
pareja, cuando se enamora y se frecuenta y convive y se ama es única.
Llegan a tener su propio lenguaje que solo pertenece a ellos dos. Ese
habla propio e íntimo está poblado de inflexiones y sobreentendidos
que incumben solamente a dos hablantes y que invalidan la inclusión
de alguien ajeno a su vida en común. Pero cuando llega el momento en
el que aparecen las desavenencias en una pareja, ninguno de los dos
tiene en su mano la forma de evitar el riesgo de que esa feliz
convivencia se acabe, porque todo amor humano implica siempre la
exposición absoluta al otro, y nunca excluye la posibilidad de su
apartamiento y desaparición. Y cuando llega la separación también
muere ese idioma creado al uso del amor, ya que ha dejado de tener
sentido.
En
Feliz final
(Seix Barra, 2018) Rosa
aborda la volatilidad del amor, los errores de cálculo, su trasiego
y desafío constante a través del relato confesional de Antonio
y Ángela,
padres de dos hijas a los que no les importa narrar su naufragio. Cada uno a su manera, constata que una ruptura es una brecha
dolorosa y lleva su tiempo de desafectos, pero también una
posibilidad de fuga. Cada uno de ellos examina al otro, hurga en sus
discrepancias y engaños. Los dos hablan también del amor que se
prometieron, de su admiración mutua, del placer de sus encuentros y
de las esperanzas que se dieron: “Nosotros íbamos a envejecer
juntos”, dice él en el epílogo, y lo mismo dice ella en el
prólogo, sin predicarlo hacia afuera, por la sencilla razón de que
esa aspiración se convirtiera con el tiempo al final en irrisoria y
mezquina.
Hablar
con agallas de la derrota es una necesidad fundamental de todo ser
humano. Ahora, desmantelados del hogar común, después de trece
años de amor y de sueños rotos, solo
les queda recopilar justificaciones que ya no les valdrá para
rearmarse como pareja. Ella dice que “enamorarse es acumular nostalgia para el
futuro”. Él, en cambio, más teatral, sostiene que “enamorarse
es construir un personaje”. En la suma de ambas apreciaciones
encontramos su verdadera relectura, su reajuste y el confinamiento al
que han llegado.
Tal
vez, como dice Alain Botton,
el matrimonio sea un poco como una sábana que nunca se llega a
extender a la perfección: cuando conseguimos alisar un lado nos
encontramos con más arrugas y pliegues en el otro. Aquí, en la
novela de Rosa se
llega a más. Nos muestra la piel que tapa esas sábanas, su
carnalidad y deterioro, “su combustión acelerada”, pero con un
contrapunto luminoso que resume muy bien el significado de
liquidación del amor: “la pérdida de un relato común”.
En
el amor, el final ni se espera ni se desea, aunque venga precedido de
un desgaste del estado de bienestar que lo nutre y que parecía que
nunca se iba a consumir. Solo el desamor rotundo anhela la llegada de
un final liberador, pero no es fácil gestionar los meandros que
llevan el curso de una ruptura. Feliz final
afronta ese conflicto originado por la fractura de una relación
matrimonial, un relato a dos voces, la de un hombre y una mujer que, como
tantos otros, se enamoraron, vivieron una ilusión, tuvieron hijos, y
sostuvieron un proyecto hasta que llegaron los problemas: silencio,
celos, dudas, precariedad, que avivaron el desencanto, el apagón
sentimental y su finiquito.
Todos
leemos desde una inevitable conciencia y credo, y aunque queramos
desvincularnos de estos principios cuando se trata de literatura, no
es fácil escapar de ellos si lo que estamos leyendo se involucra
tanto en hechos que conciernen a nuestras vidas. Entonces se complica
la objetividad de lo leído escurriéndose hacia los sentimientos y
experiencias personales. Este libro concita a ese sentir, porque es
posible, como se destaca en su contraportada, que el amor sea un lujo
que no siempre podamos permitirnos tan gratuitamente como habíamos
pensado.
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