A
medida que uno prosigue acumulando experiencias no solo de lo que le
acontece, sino también de lo que ocurre en la vida de los demás, se
es más consciente de la fugacidad de la vida. Con los años se pueden
ver las cosas con mayor perspectiva y contemplar la historia de uno
como algo vivo y vivido, algo imposible de vislumbrar cuando se es
más joven. Cuentan que una espléndida mañana de primavera paseaba
Samuel Beckett con un
amigo por París, y este le dijo: “En un día como el que hoy luce,
¿no se alegra de estar vivo? A lo cual Beckett
contestó: “Tampoco hay que exagerar”.
Quizá
el autor de Esperando a Godot
más que mostrar escepticismo o indiferencia, quiso poner distancia,
consciente de la condición temporal de la vida, de su limitación,
de su destino y finitud. Esta anécdota conforma una realidad de cómo
se puede afrontar la vida cotidiana, aún la más elemental y
rutinaria, por tanto, sin excepciones, en lo que se podría llamar
vivir con menos atadura a los años, o mejor dicho, alejados de ese
vano empeño e intento furibundo por vivir cada vez más y más.
Sobre
esa desmesurada vigilancia y alerta vital por alargar nuestra
existencia, el nuevo libro de Barbara Ehrenreich
(Butte, Estados Unidos, 1941), Causas naturales
(Turner, 2018) examina con ojo crítico esa tendencia inusitada y
extendida, cada vez más implosiva, y que a todos nos alcanza, de
pensar que si nos cuidamos, si vigilamos nuestra alimentación, si
hacemos ejercicios diarios y llevamos un estilo de vida saludable,
podemos sortear la muerte y retrasar por mucho tiempo su inevitable
llegada.
Ehrenreich,
bióloga y doctora en inmunología celular ha volcado toda su carrera
y su trayectoria profesional en la dirección de activar la
conciencia social por medio de sus aportaciones divulgativas sobre la
salud, medicina y sanidad principalmente. En su anterior libro,
Sonríe o muere
(Turner, 2012) se muestra igualmente beligerante y radical contra ese
pensamiento positivo tan falaz e inconsistente que enarbolan tantos
libros de autoayuda. Para esta activista social no hay mejor ayuda
que llamar a las cosas por su nombre y vivir los contratiempos, con
cierto estoicismo, sí, pero asumiendo la realidad con dignidad y
arrojo. Ahora, en esta nueva entrega suya, que lleva como subtítulo:
Cómo nos matamos para
vivir más, disecciona
todo lo que supone ese afán de perseverar en controlar la salud a
cada instante, para desmontar todas esas manías infinitas de
revisiones médicas, dietas de moda y castigo diario en gimnasios
para vivir mucho más y mejor.
Nos
dice su autora que nuestro sistema inmune está resuelto a combatir y
protegernos de virus y bacterias. Pero la paradoja es que, aun así,
a veces, el sistema inmune nos la juega y favorece el crecimiento y
la diseminación de un tumor imprevisto. Una de las razones, nos
explica, que tiene que ver con esta anomalía, la provocan las
células “macrófagas”, que significan “grandes comedoras”.
Por mucho que queramos y nos esforcemos, no todo lo que fluye bajo
nuestra piel es susceptible de estar bajo control. El cuerpo-mente,
leemos en la introducción del libro, es una confederación de
partes: células, tejidos, patrones de pensamiento, incluso, que
pueden querer actuar en provecho propio, signifique eso o no la
destrucción del todo.
A
todos nos gustaría vivir una vida más larga y saludable, la
cuestión que se nos plantea en todo esto y que Ehrenreich
destaca es “qué porción de nuestra existencia deberíamos dedicar
a ese proyecto, habida cuenta de que todos, o al menos la mayoría de
nosotros, a menudo tenemos cosas más importantes que hacer”. Ahí
radica la importancia de este ensayo al igual que despejar esa
ingrata carga de culparnos de nuestras enfermedades e, incluso, de
nuestra propia muerte.
Está
claro que no siempre somos responsables de nuestra propia salud y
tampoco de nuestros destinos. Ni siquiera una medicación intensiva, o un sobrediagnóstico compulsivo nos dará garantía de prevenir
cualquier fatalidad fortuita en nuestra salud. Somos una paradoja ambulante y
azarosa, como esas células móviles, los macrófagos, de
impredecible destino y de incierta armonía, lo que no quita a que,
pese a tener alta nuestra esperanza de vida y buena salud, llegue el
momento de que una de estas células comedoras decida por su cuenta
ponerse del lado de un tumor invasivo.
He
ido leyendo un capítulo cada día y he marcado a lápiz muchas de
sus revelaciones. Causas naturales
es un libro soberbio, escrito con increíble hondura ética y con
transparencia, algo poco común en tantos tratados científicos que
se publican, que viene a decirnos que la vida es sencillamente una
enfermedad mortal, y pensar en eso nos hace más humanos y realistas.
Llegar al final de su lectura ha hecho que me sienta de igual manera
por toda su verdad expuesta, y que bien podría resumirse en que nada
vivo es inmune al paso del tiempo, todo se malogra, antes o después.
No
encuentro otra mejor manera de concluir mi reseña que tomar
prestadas para tal fin las palabras que la propia autora dice al
acabar su libro: “Sigo evitando la atención médica innecesaria y
yendo al gimnasio... A parte de eso, como lo que me apetece y no me
privo de mis vicios, desde la mantequilla hasta el vino. La vida es
demasiado corta para renunciar a estos placeres, y sin ellos sería
demasiado larga”. Lo comparto y recomiendo.
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