En
mi plan diario de lecturas, la poesía tiene su presencia
predeterminada y cuenta con treinta minutos de consideración cada
jornada. Lo más emocionante de esta tarea rutinaria brota cuando
encuentro algunas veces, gracias al azar, nuevas publicaciones que me animan a postergar mi dilatada propensión a releer a los poetas de siempre. Del último
feliz hallazgo vengo a esta bitácora con un libro de Vicente
Gallego (Valencia, 1963), Cuaderno de brotes,
editado por Pre-Textos en su colección La cruz del sur,
un poemario singular y experimental en prosa.
Del
escritor levantino, perteneciente a la generación poética de los
ochenta, solo había leído, hace algo más de una década, su
colección de poemas reunidos en Santa deriva, Premio
de Poesía Fundación Loewe, un texto muy celebrado que, por
aquel entonces, le aupó merecidamente a una mayor consideración por
parte de la crítica y, sobre todo, al interés del público
aficionado a este género tan sublime y complejo.
Cuaderno
de brotes es un poemario de hospitalidad, de comunión con la
naturaleza. Gallego escribe, en más de cincuenta fragmentos,
una reflexión sobre el verdadero alcance de las fugacidades
intermitentes que la vida mínima del día a día ofrece. Un libro
con alma de experiencia en donde el poeta se muestra fútil ante la
sencillez enorme de la naturaleza. Hay algo sagrado en estos poemas,
nacidos de la meditación y el contacto con la tierra y sus
elementos, que conmueve al leerlos.
Vicente
Gallego explica con su Cuaderno de brotes ese nexo
entre el hombre y el paisaje como sintonía necesaria para dar
sentido a una existencia verdadera. Para el poeta valenciano, más
zen ahora que nunca, la soledad consuela al hombre apartado que busca
respuesta en el mundo físico que le rodea. Desde ahí adquiere un
protagonismo esencial el monte, como refugio genuino, en el que no
falta la presencia de plantas y árboles, animales y sombras, agua,
luz y noche. El monte es su marquesado, como refleja el siguiente
fragmento: ...”¡Yo no sé cómo soportas vivir aquí tan
solo!”, le dijo alguien.”Yo no vivo aquí solo, vivo en la
soledad enamorada”, le contestó. (pág.15).
Cuaderno
de brotes está concebido como un diario poético de paseo y
meditación: En cuanto encuentro unas horas disponibles, me meto
en el bolsillo mi pequeño cuaderno y salgo a comer y beber campo,
soles, aire lavado, porque algunas veces brota en la mañana una
palabra verdadera, salta entre los matorrales, estalla en su vuelo
torcaz la perdiz que nos pronuncia...(pág.
17).
Un
libro de belleza contenida en la emoción de la observación y el
susurro de los sentidos, un ejercicio espiritual de contemplación y
goce que, a veces, coincide con la hora del ángelus: Como una
pinza verde, sujetando ensimismada su devocionario y un extremo de mi
estupor, reza la mantis. (pág. 23).
Claro
está en estos fragmentos que la senda del poeta no tiene metas, sino
que su esencia siempre es un camino, una experiencia: Conozco un
camino que llega entre la fronda hasta el gran precipicio...Entre el
norte y el sur, entre el cielo y la tierra no ha quedado un lugar
donde el ser no se encuentre siendo nada, siendo uno...(pág.
66).
Vicente
Gallego ha creado un
sacerdocio poético con este Cuaderno de brotes,
sin ostentaciones, buscando esa gracia interior de manos de la madre
naturaleza: una verdadera paz y mansedumbre en compañía del monte y
la poesía zen.
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