Entre
estas dos etapas fundamentales de la vida, infancia y juventud,
trascurre el nuevo libro de Vicente Valero
(Ibiza, 1963). En esta ocasión, el escritor y poeta ibicenco
desempolva su pasado en Las transiciones
(Periférica, 2016), con el repaso de su vida en dichas etapas, en
los años setenta, y a través de unos pocos hechos cruciales que
protagonizan la cuadrilla formada por cuatro amigos íntimos del
colegio.
A
partir de Los extraños
(2014), Valero se
estrenó en el género narrativo, un territorio donde el juego
ficción-realidad supuso para él un cambio de rumbo feliz en su ya
dilatada trayectoria poética que derivó en una sorprendente acogida
por parte de la crítica y del público. La audacia literaria de sus
relatos denotaron a las claras la viveza de su estilo y la apuesta
irreductible por la verdad de su universo literario, en concordancia
con su manera de sentir la vida y la literatura desde la propia
experiencia.
En
esta nueva propuesta narrativa, el autor nos presenta una novela de
formación, un trabajo cuidadoso sobre la memoria reciente de sus
años de adolescencia para contarnos los avatares de sus
protagonistas en la isla de Ibiza donde viven todos ellos, en los
días en los que se produce la muerte de Franco y en los siguientes, marcados
por la incipiente transición democrática del país. Cuatro vidas
que se van reconstruyendo por medio de un relato que avanza a saltos,
simultaneando el presente narrativo y la evocación del pasado, hasta
configurar un paisaje coherente y complejo de una época importante
en la vida de los personajes, como de igual forma lo fue para el
resto de todos los que vivíamos en la península.
El
narrador, amigo inseparable de la infancia de Ignacio,
Antonio
y Julio,
recuerda aquellos momentos memorables que pasaron juntos en el mismo
colegio y aquellos primeros años de juventud cuando se produce el
reencuentro en la isla que los vio nacer, al cabo de veinte años, en
el funeral de uno de ellos. A su alrededor reaparecen otros
personajes secundarios interesantes como Amelia,
amiga y confidente del narrador, y
don Alfonso,
un viejo aguerrido y emprendedor hotelero, abuelo de Ignacio,
que participan en diferentes episodios, cada uno en la posición
social que las circunstancias les reservaba.
Valero,
por medio de una voz narrativa en primera persona, se empeña en
mostrar una lectura viva de aquellos años trascendentales, no solo
de su experiencia vital, sino de la de tantos otros jóvenes
marcados, al igual que él, por una educación estrecha dirigida con
vehemencia desde las aulas de los colegios e institutos. El narrador,
por ello, exculpa de alguna manera a su círculo de influencias del
devenir de los sucesos que determinarían el futuro de sus
protagonistas, unos chicos que vivieron de diferente forma la transición
de sus propias vidas hacia una madurez incierta.
Las transiciones
cuenta en su haber con un estilo narrativo que no es nada
pretencioso, sino espontáneo y auténtico. La sintaxis es concisa e
impecable. Es, digámoslo claramente, el estilo lo que hace
interesante el libro. La historia que cuenta es un tanto común a
otras parecidas extraídas de la memoria histórica de todos los
chicos de aquella época y, sin embargo, en última instancia hay
algo sorprendentemente poético en su prosa, como si la banda sonora
del relato se escuchara armónicamente, a pesar del hecho de
restringirse a un solo intérprete y a un único punto de vista: el
del propio narrador. No cabe duda de que este tipo de novela tiende a
provocar la empatía del lector. Este tipo de personaje verosímil y
narrador testigo, cuyo ser interior se expone a su vista, tiene su
eficacia, y Valero
lo acredita con solvencia.
El
pasado reciente sigue siendo uno de los temas favoritos de la novela
española del momento. Vicente
Valero
recurre a él con esta novela corta, una crónica generacional que
cuenta un trozo de la historia inmediata de nuestro país por medio
de los episodios experimentados por unos niños que crecieron en las
postrimerías de un régimen moribundo, en un contexto histórico
difícil y árido que, con la desaparición del causante, propiciaría
nuevos cauces participativos a tantos jóvenes inquietos, como los
que transitan por estas páginas, ávidos de aspiraciones y con la
cabeza repleta de sueños y de buenas intenciones.
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