Decía
La Rochefoucauld que,
probablemente, lo que damos con mayor generosidad suelen ser
consejos. De ahí que ese mismo orgullo de darlos nos haga censurar
los defectos de los que nos creemos libres y que nos lleve a defender
las buenas cualidades de las que carecemos. Pero cuando se trata de
conectar con el extrarradio de las ciudades, de los pueblos de la
periferia que se han quedado al margen y que se han convertido en
lugares inhóspitos, en aldeas en las que nunca pasa nada, y que solo
saltan a los noticieros del país cuando se produce alguna tragedia,
entonces uno no sabe si rasgarse las vestiduras o acudir de nuevo a
las máximas y sentencias del francés para entender mejor, no solo
el mundo que nos rodea, sino para saber cómo somos, sin tener que
escandalizarnos del país en que vivimos.
El
escritor y periodista Sergio del Molino
(Madrid, 1979) acaba de publicar un libro soberbio, que profundiza en
esos márgenes nombrados anteriormente, y que desentraña la España
desierta y desdibujada que conforma más de la mitad de la superficie
de su territorio: La España vacía
(Turner, 2016), un ensayo sobre la España interior y mesetaria en el
que se analiza el continuo éxodo rural y, por otro lado, se
desmontan los mitos lastrados por sus habitantes, sin tener por qué
esconder los iconos tradicionales que siempre les acompañaron. El
autor nos propone un viaje histórico, imaginario y sentimental por
un país que nunca fue, como subraya él mismo al completar el título
de la obra, que la convierte para el lector en una experiencia
reveladora y bien documentada de lo sucedido en los últimos
cincuenta años en una buena parte del territorio español.
Del Molino
cataliza y mira en los rincones de la España despoblada de la que
procede gran parte de nuestra historia oculta y el mundo perdido de
nuestros abuelos y bisabuelos. Da pábulo también a las historias
violentas y recientes surgidas en las pequeñas comunidades, como el
crimen de Fago, que vivió como cronista. Allí, en aquel municipio
de Huesca, vive gente, apenas treinta habitantes, pero hasta que un
vecino no asesinó al alcalde, nunca había ocupado un lugar
trascendente en la prensa ni en la radio. La España
vacía de la que nos habla
es esa España interior formada por las dos Castillas a las que se
unen Extremadura, Aragón y La Rioja.
Es
en esos límites donde sucede el gran éxodo que dejó deshabitadas
para siempre las zonas rurales de estas comunidades. A este trasiego
migratorio lo llama el autor “el Gran Trauma”, una carga
generacional que arrastra todavía un lastre sentimental y político
considerable. La España actual es un país en gran parte
deshabitado. Ya lo detectaron los viajeros románticos del siglo XIX
e, incluso, lo contaron emisarios extranjeros en épocas anteriores.
España es el país de Europa menos poblado y, a su vez, el que más
bruscamente cambia la decoración de su paisaje urbano, pasando de
una superpoblación al puro desierto de sus aldeas. Estas
alteraciones radicales de la cartografía ibérica vienen bien
sopesadas y analizadas en este ensayo histórico, que tiene mucho de
crónica de viajes a lo largo del tiempo y de recorrido en coche por
carreteras secundarias en la España de ahora.
Del Molino
abunda en su libro sobre los mitos que adoban esa extensión vacía
que conforma la España despoblada a través de la literatura y del
cine. El documental de Buñuel
sobre Las Hurdes
está presente con todo su significado de denuncia social o de
testimonio, como la película Surcos
de 1951, dirigida por José Antonio Nieves Conde,
considerada una muestra del neorrealismo español, en la que se
refleja la dificultad de adaptación del campesino a la vida urbana.
El mundo rural y su visibilidad política vienen a colación en obras
literarias como: Tiempo de silencio,
de Martín-Santos, El
disputado voto del Sr. Cayo,
de Delibes, Viaje
a la Alcarria, de Cela
o La lluvia amarilla,
de Julio Llamazares.
Todas ellas resumen esos mitos domésticos donde La
España vacía no sólo
aparece en el cine y en la literatura, sino también en el estado
mental de sus propios habitantes.
La España vacía
es un texto valiente, intenso y brillante, escrito en un tono donde
el reportaje y la narración se convierten en una crónica
ensayística de indudable calidad literaria, que pone luz y voz al
campo, esa otra mitad del país, despoblada y ninguneada por un
destino político, arbitrario y áspero donde viven, casi
desperdigados, más de cuatro millones y medio de paisanos en un mar
extenso de páramos y mesetas.
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