Estamos
siempre convocados a narrar, decía Piglia.
De siempre se han contado historias y se seguirá haciendo. La
literatura se ocupa de que nunca falte ese cauce, y si pensamos en su
futuro persistirá por siempre, porque para eso están los cuentos y
las novelas, para enseñarnos la complejidad del mundo, no desde el
exterior, sino a través de los ojos de sus protagonistas que viven
en ese mundo para contarnos algún secreto. Narrar historias, en
definitiva, es el gran modo de intercambiar experiencias entre
nuestros congéneres. “Los lectores y los autores”, como afirma
el nobel Orhan Pamuk,
“reconocen y están de acuerdo en el hecho de que las novelas no
son imaginarias por completo, ni tampoco están basadas en hechos
reales por completo”.
Podemos
suponer que Rachel Cusk
(Toronto, 1967) comparte en su totalidad estas revelaciones de los
novelistas citados. Sin embargo, lo que le interesa a la escritora
canadiense es poner de manifiesto que un buen narrador, además, no
sólo es el que propone el sentimiento de la experiencia, sino, sobre
todo, quien es capaz de transmitir al otro esa emoción necesaria e
imprescindible que exige toda ficción. En 2014, escribió Outline,
una novela que obtuvo diferentes reconocimientos literarios en Gran
Bretaña y en su país de origen, una obra concebida casi por
completo para abordar ese interés suyo por contar historias de gente
con todas las armas del diálogo y de sus silencios.
El
sello Libros del Asteroide acaba de publicar hace poco esta original
novela de la norteamericana con el título A contraluz
(2016), bajo la traducción de Marta Alcaraz,
una obra, como destaca en grande la faja que acompaña al libro,
sobre cómo nos contamos historias y tejemos el relato de nuestras
vidas. Este detalle, más una ligera ojeada a su interior, sumado al
descubrimiento de una nueva autora extranjera, fueron alicientes
sobrados para llevarme a casa un ejemplar de esta prometedora novela
que, a la postre, me resultó muy provechosa literariamente, más
allá de la frescura de su prosa y del discurrir de las
conversaciones y de los relatos de las vidas ajenas contadas por sus
personajes.
A contraluz
es una novela en la que forma y contenido se aúnan a la perfección,
gracias al oficio de su autora, capaz de fundirlos para que el lector
se acomode sin menoscabo de perder detalles de las confidencias que
sus protagonistas refieren sobre sus vidas. El código secreto de
esta inteligente novela viene dado por la pericia de la narradora.
Ella es la instigadora que inspira a sus interlocutores a que hablen
sin cortapisas, a confesarse con naturalidad y confianza sin
importarles revelar secretos matrimoniales, errores y fracasos
vitales a una recién conocida. La narradora, que apenas habla, pero
siempre predispuesta ante ellos como receptora activa de sus
confidencias, es una mujer divorciada y escritora, primordialmente
novelista, que vive en Londres y que emprende un viaje a Atenas para
impartir un seminario de escritura creativa. Hay mucha semejanza con
la propia realidad de Cusk,
quien comparte la misma profesión e idéntica situación civil, lo
que viene a conformar un dueto narrativo intencionado en el que la
ficción y la autoficción se complementan armoniosamente.
El
libro, bajo el impulso de una voz narrativa en primera persona, está
estructurado en diez capítulos en los que se teje una relación de
cercanía entre los personajes que van apareciendo y la propia
narradora. La gracia de esta relación espontánea que surge entre
ellos la pone el papel de médium que adopta Faye,
la narradora, un rol de interlocutora casi invisible, casi sin
interferir en los monólogos de sus acompañantes, pero si se trata
de opinar sobre asuntos candentes, como el matrimonio, no le importa
manifestarse irónicamente: “El matrimonio es, entre otras cosas,
un sistema de creencias –se apura en matizar–, un relato, y
aunque se manifiesta en cosas muy reales, sigue un impulso que, en
última instancia, es un misterio”.
Estamos
ante una novela ágil y viva que aporta una reflexión variada sobre
la naturaleza de las relaciones humanas, sobre la perenne y
devastadora distancia que existe entre la gente o, como viene a decir
uno de los amigos griegos que transitan por estas páginas, sobre la
aversión inevitable que existe entre hombres y mujeres, en la que
cada uno trata de sobreponerse de la mejor manera posible con lo que
denomina franqueza.
En
A contraluz el
lector asiste como testigo a la esencia de la literatura, que a su
vez es el tema central del libro: contar historias, algo que es lo
único que justifica la verdadera razón de ser de la inventiva, de
esa convocatoria para narrar que apunta Pamuk
y Piglia.
Rachel Cusk
firma un libro lleno de literatura y vida, algo que a muchos lectores
tanto nos gusta, historias inventadas y verosímiles con alma y
carne, y esa es la clave de la tradición narrativa: involucrar al
lector para que no escape, seducirlo para que escuche y permanezca
fiel a la lectura.
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