Las
palabras no pueden funcionar sin los referentes del mundo real, sin
los libros y, desde luego, sin las novelas. Porque leer novelas, leer
literatura, es un modo de enfrentarse a esa angustia existencial, en
el sentido de que nos permite satisfacer nuestro impulso para
explorar el caos que nos rodea y, hasta cierto grado, comprenderlo,
transformarlo en algún tipo de orden que dé sentido a este existir
que llamamos vida. Esto es precisamente la capacidad única que posee
la novela sobre el resto de las formas artísticas: que puede retirar
el velo de la ilusión durante el tiempo necesario para permitirnos
vislumbrar la desdicha común y humana de la vida de los demás, y a
su vez, por implicación, iluminar nuestra propia realidad o el
devenir de nuestra existencia.
Todo
escritor, todo novelista, como dice Luis Goytisolo,
ha empezado por ser lector, lector de novela. El arte de la novela
tiene esa gracia de hablar de todo y de nosotros mismos como si
fuéramos otras personas, así como hablar de otros como si
estuviéramos en su piel, y obligarnos a ir más allá de sus propios
puntos de vista. En el último libro de Juan Gabriel
Vásquez (Bogotá, 1973)
encontramos mucho diálogo acerca de estos misterios que envuelven al
género de la novela, y cuando un novelista que escribe ensayos, como
dice él, que hablan del arte de la novela, entonces el escritor se
convierte en un náufrago que manda coordenadas a los demás para
que puedan localizarlo. En ese mapa vital que conforma su trayectoria
lectora y su biografía literaria, la poética del escritor está
presente y así la comparte, con emoción y sumo detalle.
Viajes con un mapa
en blanco (Alfaguara, 2018)
trata de eso mismo, “se compone –dice el propio autor– sólo de
libros cuya lectura está asociada en mi recuerdo a un lugar y a unas
emociones”. Cervantes,
la tradición y los misterios de la novela responden al triángulo
que encierra el conjunto de los ensayos reunidos en esta obra, en
donde el escritor colombiano sustenta todo el sentido práctico del
libro, partiendo de una cita memorable de Virginia Woolf,
como introducción a su propia tentativa: “Los libros descienden de
los libros como las familias descienden de las familias...”
En
ese viaje literario, el lector explora con gran expectación la ruta
propuesta por Vásquez
al territorio cervantino. El invento de El Quijote tiene
su calado, y como subraya él mismo,
“nos pide aceptar que el hombre común y corriente, el compañero
de nuestra cotidianidad, es una criatura de complejidades sin fin,
contradictoria, impredecible y ambigua, dueña de una profundidad y
un interés que no están al alcance del ojo, sino que yacen detrás
de mil velos a la espera que los descubramos”. Por otro lado, viene
a referirnos también que, a menudo, sustituimos las novelas por la
realidad propiamente dicha, o al menos la confundimos con la verdad
real. En eso va a consistir su empeño, en mostrarnos el poder
extraordinario de la novela, en trasladarnos a la verdad secreta que
promete.
Por
eso mismo, este es un libro jugoso e interesante, poblado de material
libresco abundante, mayormente conferencias, que al lector no le será
fácil olvidar, ni separar su unidad literaria, debido a ese
intencionado hilo conductor que ensambla a todas sus piezas en el
mismo círculo del arte de novelar. Diríamos que estamos ante un
compendio de ensayos que concita a prestar atención a esa sensación
inmarcesible y reveladora de la novela que consiste en mostrar ese
mundo ficticio tan capaz de transformar cualquier historia en algo
inusitado y hasta más real de lo que sucede en el propio transcurrir
de la vida. Vásquez,
como novelista, también comparte estos principios, y tenemos prueba de ello en su extensa obra narrativa, como las imprescindibles Los
informantes (2004),
Historia secreta de Costaguana
(2007) o Las reputaciones
(2013), en las que da buena muestra de su talento artístico en el
género.
El
reto de toda novela es que el lector se la crea, se dice en sus
páginas. En ese sentido, Viajes con un mapa en blanco
responde a esa tradición ensayística que persigue vislumbrar el
alma y el poder persuasivo que la novela ejerce desde Cervantes,
y sigue haciéndolo más allá de Proust,
Dostoievski, Conrad
o Coetzee. Porque las
novelas de verdad “nos tienen que convencer de que debemos tomarnos
la vida en serio demostrando que tenemos poder para influir en los
acontecimientos, y que nuestras decisiones personales moldean
nuestras vidas, como dice Orhan Pamuk.
En
suma, Juan Gabriel Vásquez
ha querido mostrarnos en este libro la despensa literaria suya en la
que ha forjado su quehacer literario, sus lecturas y opiniones, así
como retazos del magisterio de sus escritores más queridos e
influyentes. Por estos cauces nos propone, con gusto y elocuencia,
una indagación fructuosa sobre la importancia de las ficciones y la
experiencia gozosa de leerlas. Los grandes libros están llenos de
significados, nos viene a decir, nos interrogan, nos ponen a prueba y
suelen ser despiadados en su franqueza.
Viajes con un mapa
en blanco no es un libro
más que haya sido concebido para desarrollar lo que ya sabemos sobre
la teoría de la novela, sino que es un texto confesional de un
escritor comprometido con la ficción, que explora, con gratitud y
maestría, en sus misterios de manera admirable.
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