Estamos
hechos de historias. Estamos en el mundo a través de las historias
que oímos y contamos, y estamos, sobre todo, en el mundo a través
de las historias de las que somos parte. Por eso la función de
escribir o contar historias está por completo dependiente de los
significados, del pensar, como decía Mario Levrero
en El discurso vacío,
“y no se puede pensar conscientemente en el pensar mismo; de igual
modo no se puede escribir o hablar por hablar, sin significados... Si
escribo es para recordar, para despertar el alma dormida, avivar el
seso y descubrir sus caminos secretos; mis narraciones son en su
mayoría trozos de la memoria del alma, y no invenciones”.
En
los libros de Alejandro Zambra
(Santiago de Chile, 1975) y, en especial, en su obra No
leer (2018), hay un aire
cercano y cálido a esa idea de escritura de la que hablaba el
escritor uruguayo, a esos trozos de la memoria del alma que le
empujan a escribir “para leer lo que queremos leer”. Dice Zambra
que “se escribe cuando no queremos leer a los otros... cuando esos
otros no han escrito el libro que queríamos leer. Por eso escribimos
uno propio, uno que nunca consigue ser lo que queríamos que fuera”.
Piensa ahora, como entonces, que escribir es como “cuidar un
bonsái”, que hay que podar, con mimo, hasta darle una forma que
andaba oculta: “escribir es alambrar el lenguaje para que las
palabras digan, por una vez, lo que queremos decir; escribir es leer
un texto no escrito”.
Ahora,
con Tema libre
(Anagrama, 2019), el editor Andrés Braithwaite
reúne algunos textos que aparecieron en su día por las distintas
revistas culturales chilenas y mexicanas en las que colaboró Zambra,
que vienen a confirmar esa fervorosa pasión suya en torno a la
creación literaria y a ese binomio indisoluble que forman la lectura
y la escritura. En estos relatos, conferencias, crónicas y ensayos
descubrimos todo ese motor de pulsiones literarias que fueron
emergiendo a lo largo de unos pocos años, desde ese propósito de
contar, con un lenguaje cercano y limpio, y compartir algunas de sus
epifanías narrativas nacidas del apego a otras lecturas,
sobrevenidas al escuchar canciones de Roberto Carlos
o, también, obligadas al plantearte cómo manejar la vida en otro
territorio ajeno y lejano a tu infancia.
“Todos
los libros son libros del desasosiego”, dice. Pero no es tanto una
desazón la que el lector encuentra en estas divagaciones literarias
de Zambra, sino más
bien un discurrir cómodo y abierto por la senda de la lectura y de
la escritura que tanto importa al escritor y que le sirven de
salvación al desarraigo de esa soledad existencial que siempre nos
acompaña desde nuestra tierna infancia. La gracia de estos textos
está en que los temas abordados, desde una perspectiva aparentemente
simple, pues resultan como extraídos del lenguaje coloquial de una
conversación, y tan inteligentemente elaborados, dan mucho de sí,
incluso, haciéndonos creer que escribir es un acto de suma
sencillez, algo parecido a una faena doméstica que se hace sin
pensar. Un error, nos viene a decir, ya que un escritor no sabe nunca
cuánto va a poder escribir ni qué va a escribir, tal vez porque
escribir sea el único oficio que se hace más difícil cuanto más
se practica.
Tema libre
es un libro eminentemente confesional, plagado de verdades literarias
y de revelaciones lectoras que han constituido una importante ligazón
en la trayectoria literaria de su autor. Pero, a su vez, es ese tipo
de libro que viene a decirnos que leer es también tomar apuntes,
subrayar una frase o un párrafo, detenerse a marcar algo que te
llamó la atención o te generó perplejidad, quizás con ese
sobreentendido que todo escritor verdadero hace al entregar su texto
a un lector desconocido para que este, con su lectura, lo reescriba.
En una de sus mejores piezas, la que lleva por título Penúltimas
actividades, Zambra
recomienda a un escritor incipiente una serie de actividades
necesarias para armar su primer libro. Entre estos consejos destaca
el más radical: prender fuego por completo a su biblioteca y después
empezar de cero, sin tener que agradecerle nada a nadie, como si no
hubiera tema, ni maneras de dónde partir, como si solo se deseara
escribir desde la propia voz de su autor que empieza de nuevo a
echarse a andar.
Con
ese instinto insaciable de renovación tan característico en su
quehacer literario que le lleva a inventarse un territorio que rebosa
libertad, Tema libre,
en su conjunto, es una apuesta en defensa de la creación literaria
y, también, una llamada de atención que al propio tiempo incita a
romper las reglas existentes, como rebeldía en la manera de decir, o
lo que es lo mismo: no es necesario tener un tema para escribir.
“Dicen que los temas en literatura son solamente tres o cuatro o
cinco, pero quizás es solo uno: pertenecer. Todos los libros
–sostiene Zambra–
pueden leerse en función del deseo de pertenecer o de la negación
de ese deseo”.
Una
vez más, su audacia nos viene a recordar que el libro no escrito es
el que más le interesa. De ahí que su escritura persigue siempre
reinventarse, y en esa aspiración inacabada y permanente proclama
que la literatura se sustenta en la literatura que la dilata, la
prolonga, la transforma y la resume, incluso sorteando las reglas
establecidas. No sé cómo lo hace, pero Zambra
tiene esa rara habilidad de autentificar su escritura con muchas de
las contingencias literarias que a muchos lectores nos rondan por la
cabeza.
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