Desde luego, Ernest Friedrich Schumacher (Bonn, 1911 - Suiza, 1977), economista e intelectual prestigioso a nivel internacional, se acerca con estas palabras a la idea y visión de conjunto, un tanto escéptica, de lo que ha supuesto para él llegar a cimentar su concepción del mundo después de décadas luchando contra su propia perplejidad, como así lo subraya el filósofo Jordi Pigem en el prólogo de la nueva edición de Una guía para los perplejos (Atalanta, 2019) bajo la traducción de Guillermo Saiz-Calleja, un libro sorprendente y brillante centrado en una filosofía renovadora sobre todo el quehacer económico.
Schumacher trabajó durante veinte años al frente de la Junta Nacional del Carbón de Gran Bretaña. Sus ideas y críticas a los sistemas económicos de Occidente fueron bien conocidas en el mundo angloparlante, especialmente en lo referente a su propuesta global de impulsar una tecnología descentralizada. Protegido por Keynes, encontró un puesto en la Universidad de Oxford que le valió para salir del confinamiento al que estuvo sometido tras la Segunda Guerra Mundial debido a su origen alemán. Luego, en 1955, tras su determinante viaje a Birmania como consultor económico del país, instalado en un monasterio budista, alentó a que la economía debe perseguir maximizar el bienestar solo para satisfacer las verdaderas necesidades humanas. Para hacer esto posible, proclamó públicamente que “la producción de recursos locales para las necesidades locales es la forma más racional de vida económica “.
Fue a finales de agosto de 1977, pocos días antes de su muerte, cuando Schumacher, que ya destacaba en el ámbito intelectual por sus artículos y, sobre todo, por la publicación en 1973 de Lo pequeño es hermoso, le mostró a su hija el contenido de su nuevo libro con el que iba a profundizar sobre esa idea suya relacionada con el pensamiento ecologista y el bienestar general de la población. Con Una guía para los perplejos quería culminar lo que no había dicho con la obra anterior que tanta fama y alcance internacional le había otorgado y que dio pie a muchas consideraciones en las políticas económicas de Occidente.
Todo lo que tiene de breve Una guía para los perplejos lo tiene de profundo, un título que hace referencia y tributo a la obra del filósofo, médico y rabino andalusí Maimónides. “Aquí es hacia donde me ha llevado la vida”, le dice a su hija. Con esta declaración confidencial resume el significado de esta obra suya, catalogada por él mismo como el logro más importante de su trayectoria intelectual, el lugar donde encontrar los fundamentos filosóficos en los que creyó y persiguió en vida. Se trata, por tanto, de un empeño en abordar igualmente sus teorías sobre el desarrollo sostenible y la tecnología adecuada tan necesarias, que, engarzadas con una visión filosófica alternativa logren implicar y a la vez articular otro proceder a un mundo económico imparable, más preocupado por dinamizar ad infinitum la producción y el consumo que el bienestar.
Schumacher responde a dos de las preguntas que, según Kant, resumen la tarea filosófica: ¿qué puedo conocer? y ¿qué debo hacer? Y para llevarlo a cabo, sostiene que “una de las formas de contemplar el mundo en su conjunto consiste en valerse de un mapa, es decir, de algún tipo de plan o esquema que nos muestre dónde encontrar las distintas cosas [...] las más sobresalientes, las más relevantes para orientarse”. Schumacher cree que esta perspectiva hace uso de un alto grado de abstracción pero que, desde luego, se aferra a la realidad y aporta orientación a lo que todo grupo humano aspira: a la felicidad.
En ese sentido, el mapa diseñado por él en Una guía para los perplejos se basa en cuatro hitos fundamentales: el mundo, el hombre y su bagaje, el aprendizaje y la vida en común. Todos ellos conforman su propuesta metafísica, antropológica y moral, que lógicamente se van a confrontar con las ideas hegemónicas de siempre y con las de ahora. Lo que desarrolla Schumacher mantiene viva su vigencia después de más de cuarenta años de haberlas razonado. Así, frente a ese mundo atenazado de datos y secuencias económicas, propone un orden relevante de niveles del ser, defendiendo la capacidad de autoconsciencia y trascendencia del individuo. Destaca frente a ese conocimiento utilitarista y reducido de un universo físico-matemático, la necesidad de explorar y conocer otras realidades espirituales que desemboquen en una ética asentada en la sabiduría y la solidaridad.
En suma, este es un libro luminoso que indaga en los problemas divergentes que parten de la arrogancia materialista de una economía que no tiene en cuenta el restablecimiento social, un texto que propone un cambio de mentalidad moral en el que el arte de vivir consista siempre en sacar algo bueno de lo malo, de lo que no funciona, porque “sabemos cómo producir lo suficiente sin emplear ninguna tecnología violenta, inhumana y agresiva”. La emergencia climática ya es un hecho y requiere actuaciones urgentes. Lejos de perder vigencia, una obra como esta adquiere cada vez más sentido y actualidad en nuestros días. El de Schumacher es un legado importante, un manuscrito medular de su filosofía al alcance del entendimiento de quienes nos gobiernan y pueden hacerla efectiva.
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