viernes, 13 de mayo de 2022

Las Galápagos, el tiempo y el amor


En cierto sentido parece que siempre andamos a solas con nuestro presente, aunque también percibimos ese hilo temporal que se estira entre lo que dejamos atrás y lo que asoma por nuestro horizonte. De manera que, como decía
Heidegger, el ser abre y conecta mundos: nunca andamos estrictamente a solas con el presente, sino siempre flanqueados por las otras dos dimensiones del tiempo. Todo indica que el tiempo si no es la sustancia misma de nuestra existencia, es su materia o elemento primordial. Por eso mismo, leemos, vemos y experimentamos que no hay antídoto más potente para sobrellevar ese tránsito por el tiempo que el amor. La importancia del amor hace valer que, incluso, desde su ausencia o pérdida, siga rondando por la cabeza de quien lo vive. Ese lazo invisible de eso que llamamos amor se deja ver en la historia de este libro, que pone sentido también a lo sustancial del tiempo, su transcurrir implacable.

En esta novela del escritor argentino Federico Jeanmaire (Baradero, 1957), de sugerente título, Darwin o el origen de la vejez (Alianza Editorial, 2022), ganadora del XXII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones, su protagonista, un hombre a punto de cumplir sesenta años, anda sumido en esa conjetura existencial en la que la pérdida del amor y el paso de los años le impulsa a hacer un viaje a un lugar lejano y apartado, con la idea de encontrarse a sí mismo y descubrir razones que conjuguen su pasado y presente debidamente, que, de alguna manera, le rescate de su doliente desazón y le anime a recobrar, al menos, otro atisbo de esperanza. Acaba de llegar a las islas Galápagos. No sabemos su nombre, pero sí que es músico y, desde luego, ha elegido visitar estas tierras, como regalo de su cumpleaños, porque también ha leído mucho a Darwin y, además, la elección del destino le vale para estar a solas, contemplar el hábitat natural, observar su comportamiento y, desde luego, recomponerse del amor no correspondido de Ruth, la joven que lo considera muy viejo para ella.

Pero claro, como todo ser de contraste, ese rechazo amoroso le empujará a sus más íntimos abismos y a replantearse todo lo que hasta ese momento creía saber de la vida. El lugar elegido le ayuda a salir a enfrentarse al mundo con ganas de interrogarlo, bajo la sombra tutelar de Darwin y sus reflexiones. Reconoce el narrador que el naturalista es un personaje contradictorio, muy creyente, pero muy consecuente y convencido en sus ideas de la evolución, alguien muy válido para el bagaje de su propia realidad que, al fin y al cabo, transita por una indagación sobre el tiempo, el espacio y la idea del amor, como juego de espejos entre lo que pensaba aquel hombre del siglo XIX y uno como él del siglo XXI, que ha pasado buena parte de su vida esperando acontecimientos: “He esperado el amor, por ejemplo. Y cada tanto, muy de vez en cuando, reconozco haberlo encontrado. No recuerdo haber intentado contar los pájaros del cielo ni recuerdo haber pretendido matarlos. Para bien o para mal, nunca me ha interesado la existencia o inexistencia de Dios. Pero sí me importó el amor. Y el mundo”.

En la novela también se aborda el envejecimiento, como así queda explícito en el título del libro, algo que, según expresa su protagonista, “uno descubre en la mirada de los otros". En su deambular por las distintas islas, acompañándose del espíritu de Darwin, toca su armónica que siempre lleva dispuesta en el bolsillo izquierdo de sus pantalones, lo hace mientras camina por senderos de lajas ocres, observando el vuelo de los pájaros. Las melodías de All my love is vain y Don´t start me talkin´, de Sonny Boy Williamson, Summertime, de George Gershwin, o What a wonderful world, de Louis Armstrong y algunas otras se van sucediendo a lo largo de sus excursiones.

Cuando regresa a la habitación de su hotel, tras esos momentos íntimos donde su identidad parece mudarse. Son sensaciones que le vienen a la memoria en sus excursiones por las islas entrelazadas con pasajes de lo que escribió su admirado Darwin en El origen de las especies. Se detiene en algunos de sus renglones, como este que señala que “tanto los animales como las plantas no se mudan de sus lugares originarios si no es por una estricta necesidad”, y deduce que, por esa razón y urgente necesidad, él mismo se encuentra allí, convencido de que un cambio de estado de ánimo podrá modificar su melancolía.


Federico Jeanmaire pone al lector frente a los mecanismos de la evolución y supervivencia con una historia íntima de un hombre con recurrentes síntomas de inconformismo, que muestra lo complicado que resulta conjugar el amor con el factor tiempo, hasta configurar un relato que toma el pulso al conocimiento de la vida, al fervor de Darwin, al desamor y a la edad de la memoria, en un intento de discernir sus ecos, entendimiento y rebeldía.

Darwin o el origen de la vejez es un libro de textura autobiográfica con aire de observatorio sentimental de la vida y sus contrastes, escrito con una prosa clara y ágil que se lee de corrido, una novela cargada de ironía y confabulada de espíritu cervantino, territorio bien conocido por su autor como gran especialista de la obra de Cervantes. Muy recomendable.


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